A propósito de la discusión de la ley de aborto terapéutico a discutirse el 13.03.12
Nuestras sociedades latinoamericanas han surgido y se han desarrollado en una lógica colonial de verticalidad y paternalismo, nunca ellas, sino sus representantes, gobernantes, patrones han sido los que deciden en su lugar. Las excusas sobran, la principal de ellas es la que indica que la mayoría de los ciudadanos no está preparado para tomar decisiones tan importantes por sí mismos, y algo de verdad guarda esa afirmación, aunque hay una trampa bien disimulada en ella, pues omite la realidad de que todos los ciudadanos y ciudadanas, a excepción de claros problemas de salud, nacemos con las mismas capacidades físicas y mentales que nos permiten desarrollarnos como seres humanos plenos. Si a lo largo de la vida unos nos encontramos en condiciones de discernir y tomar decisiones acerca de situaciones más o menos complejas que tienen que ver con nuestra vida y con nuestra sociedad, y otros no cuentan con las herramientas para hacerlo, eso ocurre porque nosotros mismos como sociedad lo permitimos, porque no somos capaces o no nos interesa asegurarles a todas las personas las mismas condiciones de vida para desarrollarse en plenitud.
Debe ser por estos mismos motivos que nuestros gobernantes, legisladores y jueces tienen una comprensión tan estrecha y distorsionada de la labor que se les asigna en la sociedad, llegando a extender sus roles a guías morales, padres y, de nuevo, patrones del resto de los ciudadanos. No llegan a comprender que son los primeros empleados de los ciudadanos, que se encuentran mandatados por la ciudadanía para ejercer un rol en beneficio del conjunto de la sociedad, no son los salvadores, ni los pastores de individuos inhabilitados mentalmente, deben ser quienes atiendan y materialicen el interés general.
De ahí que resulta cuando menos frustrante presenciar el tratamiento que estos servidores públicos le dan a temas tan delicados y serios como la anticoncepción, la eutanasia, la pena de muerte, el aborto, entre otros. Siguiendo esta lógica colonial – vertical, toman decisiones para el conjunto de la sociedad basados en sus propios preceptos éticos y en sus sensibilidades personales, gobernando habitualmente para el agrado y la tranquilidad moral del sector de la sociedad al que pertenecen y evitando entrar en el más mínimo nivel de análisis que interfiera con lo que ellos creen y estipulan que es lo correcto.
No es del interés aquí caer en un relativismo moral, que tampoco es ningún aporte para una sociedad, sino más bien aportar a la discusión acerca de cuáles son los mecanismos más democráticos a través de los que una sociedad puede tomar las decisiones acerca de sí misma y cada uno de sus integrantes. De eso se trata la política.
Ciertamente, la imposición de puntos de vistas o de decisiones no es una de ellas, puesto que siempre existirán multiplicidad de opiniones y enfoques distintos que difícilmente convergerán todos en una fórmula perfecta que los reúna. Por eso, de lo que se trata es de comprender que una buena decisión política no es la que impone una opinión dominante por sobre el resto de las opiniones, los servidores públicos no pueden hacerse parte de la discusión, aunque tengan, obviamente, su propia opinión, una buena decisión política es aquella que asegura los mecanismos para que cada persona pueda tomar su decisión sin atentar contra el bienestar del resto de los integrantes de la sociedad, ni contra ésta en su conjunto. En casos ejemplificadores como el aborto o la anticoncepción, la negativa rotunda de discutir estos temas deja al desnudo una incapacidad de lectura de la realidad que preocupa si se piensa que se trata de la actitud de aquellos que han sido mandatados por la sociedad para trabajar en la solución de estos problemas. Una sensata lectura de la realidad debe ser capaz de analizar los motivos que se hallan en la raíz de la necesidad de tomar estas decisiones; la falta de información, de medios materiales, las deficiencias en la distribución de los requerimientos mínimos para la vida de las personas –salud, educación, vivienda y alimentación– la cultura individualista que supedita la búsqueda de soluciones a la capacidad económica de cada individuo, la falta de espacios de discusión de los temas que nos deben ocupar como sociedad, son sólo algunos de los tópicos que deben abordarse para llegar a una determinación de la ruta a seguir en la toma de decisiones tan extremas.
Mientras como sociedad no estemos dispuestos a asegurarle una batería de herramientas previas y una red de apoyo oportuna que prepare y soporte a los ciudadanos en los momentos de crisis que conllevan decisiones drásticas como las comentadas, no podemos suponer un consenso respecto a qué hacer en determinadas situaciones conflictivas. Mientras la ética sea pública y el dolor y las soluciones sean privadas, no tiene sentido que otros decidan en vidas ajenas.
Claudia V. Leclérc
Marzo 13 de 2012
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