Asamblea Constituyente, nacionalización del cobre, participación, más democracia y nuevo modelo de desarrollo han sido frases y palabras con las que la Izquierda en Chile se ha identificado en los últimos tiempos. Sustentado en un discurso republicano, la izquierda ha intentado generar un programa que sea inclusivo y que brinde dinamismo a un proyecto de país que ha estado sumergido en las minorías políticas. La campaña de Arrate es prueba de ello, sus dirigentes, sus propuestas, su discurso apelaban justamente a eso, a un nuevo relato, centrado en un nuevo “pacto republicano” (como dijo Armando Uribe), que generara una matriz política dentro de cual se diera el debate cívico y partidario (o sea, un paso de un pacto neoliberal, con sus “adentro y afuera”, con sus temas debatibles y sus temas prohibidos, a un pacto que ampliara el campo de juego y de debate).
En el fondo, más democracia, autonomía en las políticas estatales, y mejor reparto de las riquezas como luz guía del proyecto. ¿Puede uno pedir algo más? Y el tema es que sí. Pedir algo más no en torno a los fines últimos, sino en los medios utilizados, o mejor dicho, en la estrategia de largo plazo que la izquierda ha tomado y sigue tomando. La tesis que sostengo, es que los fines que la izquierda ofrece a la población, no pueden ser realizados vía los medios que ella misma utiliza. El “pacto republicano” de Uribe brilla por su incapacidad de realización, de cristalización práctica por los mismos que dicen ser sus portavoces.
Y lo anterior no es cualquier cosa. La izquierda en Chile se ha tomado de la crítica del modelo neoliberal, ha hecho suyo el cuestionamiento a un modelo instaurado por la dictadura y perpetuado por la Concertación. Pero, ¿puede ser cambiado vía las estrategias seguidas por la izquierda desde 1990 hasta lo que fue aquella candidatura que tenía la derrota en su génesis, me refiero Arrate?
El problema esencial es ¿las tácticas y estrategias políticas para mejorar las condiciones de vida de la gran parte de la población dentro de los marcos del modelo de desarrollo dominante pueden ser las mismas de las que se requieren para cambiar el modelo, sus axiomas y lógicas? Arrate y la izquierda desde los 90s han utilizado una estrategia centrada en la conquista de los aparatos del Estado, vía los mecanismos electorales por un lado, mientras que por otro, se ha intentando copar los espacios de representación sindical y estudiantil. Las exigencias de cada uno de los sectores tomados por la izquierda se ha sustentando en un aumento de las exigencias al Estado, mayor intervención, mayores solicitudes de recursos, nuevos proyectos de Ley, etc. El Estado como centro del poder, como núcleo de acción, como campo de conflicto de la izquierda. La izquierda ha hecho girar sus temas en la dicotomía Estado/Mercado: a mayor control del mercado, se responde con exigencias por más Estado. Más royalties, más impuestos, más salarios, más leyes, etc. Todo gira en torno a este Leviatán.
La izquierda, por tanto, es estructuralmente estadocéntrica. Y no lo es sólo por lo que dice, sino esencialmente, por lo que hace. Se escucha a algunos dirigentes del antiguo candidato del PC que hablaban en base a un nuevo credo republicano, centrado en la participación, y el empoderamiento social. ¿Pero de dónde han salido estos tipos? O mejor dicho, ¿desde qué posición y situación hablan? Desde justamente una candidatura presidencial, desde la lucha por la conquista del Gobierno, del aparato ejecutivo. Convocando a las “masas”, al “pueblo” desde los altos mando de la elite política de la izquierda, se “llama” a la gente a que sea parte de este proyecto estatal en pos de “aumentar la participación”.
Por tanto, estadocentrismo, se habla y se piensa desde y para el Estado. Y de allí derivan estrategias, tácticas y formas de organización política. La estrategia es articular las diferentes instituciones conquistadas en pos de traducirlo en términos estatales, insertarlos en la ingeniería estatal, en su racionalidad y discurso. Tomar y articular los espacios que sirvan de mediación entre el individuo y el Estado para legitimar un proyecto nacional que nace desde formas de representación pública (asambleas de izquierda, elecciones internas, etc.). Las tácticas se refieren a la conquista de los espacios formales de representación de aquellas instituciones como federaciones, sindicatos con el fin de traducirlos en pilares de las futuras apuestas estatales. Y la organización política, en cuanto elemento que traduce las conquista locales dentro de la estrategia general, reproduce la “ley de hierro de la oligarquía”, la elite dirigente, esos mismos que vemos hoy en el PC, los mismos de los años 60, exactamente los mismos.
¿Puede esa estructura política cambiar el modelo? No. Sus límites estructurales son un Estado de Bienestar, con todas su contradicciones ya conocidas, con la tecnocracia benevolente y programación burocrática de la vida (mal que mal, la izquierda revolucionaria también se ha levantado históricamente contra esa propuesta, sólo hacer referencia a los textos de los sociólogos Sennett, Boltansky y Chiapello). ¿Por qué su límite es este modelo de desarrollo de “Bienestar”?
Para responder a esta pregunta debemos dar un pequeño viraje. Cuando hablamos de modelo de desarrollo estamos hablando de un sujeto social de desarrollo, de una articulación entre grupos sociales que genera un sujeto social que tiene la capacidad de hacer de su estrategia política y económica, la estrategia hegemónica entre diversas estrategias en choque. Cualquier modelo de desarrollo encierra un muy específico régimen de acumulación (aquí tomo la tradición regulacionista económica), que se articula con un modo de regulación, que genera una particular forma de Estado, con específicas formas de intervención en la economía, sistemas de representación y formas de organización interna. En fin, el Estado no es un sujeto por sobre el conflicto social ni por sobre las modalidades de desarrollo económico, tampoco es un complejo institucional neutral capaz de ser “llenado” por cualquier estrategia política. El Estado es, como lo dijera el “último” Poulantzas, la cristalización de una determinada estrategia política y económica hegemónica, una condensación de relaciones de fuerza.
El Estado actual, el Estado que busca ser conquistado por la Izquierda no es un espacio “vacío”, herramienta neutral para, desde allí, cambiar el modelo. Aquella visión liberal del Estado está incrustada en la izquierda institucional en prácticamente todas sus prácticas y discursos, desde los discursos más clásicos hasta estas extrañas apropiaciones “republicanas”. Sólo basta un análisis menor, ¿se ha escuchado a la izquierda en campaña hablar por ejemplo, de reformar al Estado, de nacionalizar el Banco Central, de disminuir el peso del Ministerio de Hacienda, fortaleciendo antiguas instituciones, como la CORFO, o aumentando la capacidad de determinación política de los ámbitos locales? El silencio como el lenguaje, también es un sistema de comunicación. Sencillamente la izquierda institucional cree que desde el Estado tal cual está, es posible generar nuevas prácticas políticas que vayan más allá del modelo neoliberal.
Y la cosa es que se cree que el Estado fuera un sujeto con vida propia, autónomo, independiente a las estrategias y correlaciones de fuerza que ocurren en el campo de los conflictos de clase, los conflictos de género, conflictos indígenas, etc. (¿nos nos recuerda aquél levantamiento de la politología anglosajona neoweberiana que gritaba “bringing the state back in”?) Esto nos lleva a otro terreno, ¿qué sujeto social se busca construir para que lleve en sus hombros un nuevo modelo de desarrollo? O mejor dicho, ¿se ha tomado en serio el tema de que un modelo de desarrollo alternativo requiere, como pilar, la construcción de un bloque contrahegemónico, de un sujeto social con capacidad de generar estrategias a la altura del desafío?
La convocatoria a la población por parte de la izquierda institucional es llamativa por decirlo menos. No sólo se convoca a la “población” para las clásicas conmemoraciones, fechas de rituales, o manifestaciones de exigencia al Estado, sino que se les llama para ejercer su voto de consumidor, como quien compra un jabón. La izquierda asume que “el pueblo” prácticamente viene en su código genético una “consciencia de clase” (perdónenme el lenguaje), o si de ortodoxos se trata, su conciencia viene dada por el lugar que uno ocupa en la producción social, y lo único que faltara es quitar la “falsa conciencia”, la alienación que se le da a la gente, mostrándole la Verdad del proyecto político, dando cuenta que la verdadera opción es la que Ellos representan, anteayer Hirsch, ayer Arrate, hoy Frei !!!.
¿Podemos vivir esperando que la gente decida votar por la izquierda? ¿podemos creer que el cambio del modelo de desarrollo viene primero desde la toma de los aparatos formales del Estado, para, desde allí iniciar el cambio de régimen (como gran parte de los PC europeos afirmaban)? Todos hablan de Gramsci, pero son muy pocos los que realmente han tomado en serio la estrategia que propuso. La guerra de posiciones –como nos recuerdan los trabajos sobre el autor italiano de Chantal Mouffe- se basa en la construcción de un sujeto social en aquellos campos donde las organizaciones y discursos de los grupos subalternos están dispersos, desarraigados, ensamblados a las instituciones dominantes.
Plantear un nuevo imaginario social (por hablar desde Castoriadis) que se contraponga al imaginario dominante no puede ser decretado por ley (“el socialismo no se realiza vía un proyecto de ley” decía el filósofo preso del fascismo), ni puede ser impuesto desde candidaturas presidenciales. Requiere comenzar un largo proceso de desarticulación de los códigos dominantes, vía la ampliación del campo de intervención político más allá del Estado. Ampliar el campo de intervención, implica una nueva estrategia, nuevas tácticas y, qué duda cabe, nuevas formas de organización política.
Parte con reconocer que la estrategia de la izquierda institucional debería, quizás, ser invertida. Plantear primero la reconstrucción de un tejido social tal que genere nuevas formas de instituciones políticas, novedosos mecanismos instituyentes de nuevas formas de vida. Descodificar el trabajo implica fortalecer el ámbito barrial (democracia de barrio) junto con la exigencia de mayor participación de los trabajadores no sólo en materia del reparto de las ganancias, sino del control del trabajo, de la intensidad del trabajo, disminuir los mecanismos disciplinarios. Esas prácticas que busquen generar prácticas instituyentes de nuevas formas de vida política que sea la matriz institucional de un nuevo sujeto social que lleve en sus hombros un nuevo modelo de desarrollo, son prácticas que se centran en problemáticas locales, partir de la desarticulación de los micropoderes dispersos a lo largo del campo social, de las tácticas locales que hacen de condición de existencia de la estrategia general del modelo de acumulación neoliberal. Desarticular esos micropoderes implica formas de organización política antagónicas a las actuales y formas de militancia totalmente novedosas. Implica más que un Partido centralizado, institucional, con su centralismo democrático, un partido que esté articulado con los movimientos locales, tal como lo fue en sus orígenes el PT brasileño e implica una forma de militancia totalmente en oposición a la visión leninista del “cuadro” político. Implica un activista social, un sujeto activo en la lucha contra los micropoderes, que se inserte en las problemáticas locales (tenemos ejemplos diversos, pero uno puede ser el trabajo de los jóvenes profesionales que hacen en los colegios autogestionados en la comuna de Renca, que no sólo son militantes políticos, sino activistas sociales, insertos en el territorio, agentes de cambio local y sujetos de transformación global) y que busque articular, ensamblar, arraigar, aquellas luchas locales con otras luchas en diversos campos, generando redes “desmercantilizadas” (como por ejemplo, la articulación de los colegios autogestionados, con preuniversitarios populares que se ensamblan con las asambleas de los feriantes –los papás de los niños que van al colegio- , apoyando en asuntos técnicos y vinculando al trabajador feriante con los educadores de sus hijos y éstos con sus hijos), “territorios” locales no-capitalistas, novedosas formas de autogobierno a-estatales, que sean la matriz desde el cual se vaya construyendo una masa social autónoma, con un nuevo imaginario social en ciernes.
Esa lógica política, considero, es completamente diferente a la que ha tomado la izquierda institucional, de hecho, los tiempos de esta estrategia son completamente diferentes a los tiempos de la estrategia tradicional. Los tiempos de la izquierda autónoma no son los tiempos de las elecciones. Los tiempos de una propuesta política que realmente asuma el desafío de cambiar el modelo de desarrollo hegemónico, que realmente asuma el desafío de ser un movimiento antisistémico no son los tiempos ni las estrategias, ni las tácticas ni la forma de organización política de la izquierda tradicional, aquella izquierda que tanto conocemos y que hoy realiza un triste intento de “renovarse” adquiriendo discursos en pos de un republicanismo político (sin reconocer, por cierto, que los grandes intelectuales republicanos, de la talla de gente como Pablo Ruiz-Tagle, Renato Cristi o Carlos Ruiz o son abiertamente activos intelectuales por Eduardo Frei, o ya han dado su apoyo formal) que, considero, no es un discurso apropiado para un movimiento que asume una estrategia antisistémica.
En síntesis, hoy la izquierda institucional hace lo que no dice, y dice lo que no hace. Hace un tiempo, leí sobre un pequeño partido en formación, que decía “si no somos nosotros , ¿quiénes?”. Vaya Humildad!, si no son ustedes, será la gente, serán sus propias formas de autogobierno y auto organización, y el rol de la institución partidaria es ayudar en la cristalización de aquél tejido social que genere tal sujeto social para un nuevo modelo de desarrollo. El fin del Partido Político revolucionario es su propia autodisolución, crear las condiciones para que si existencia no sea necesaria. Hoy, la tarea de la izquierda verdaderamente antisistémica es elaborar una estrategia que se centre en la desarticulación de los múltiples micropoderes locales que hacen de marco de la acumulación y reproducción del capital, no cambiándolo por una nueva elite partidaria, ni menos desde el Estado (ya hemos visto que esa estrategia o cae en totalitarismos o es incapaz de generar un sujeto social que pueda resistir los envites de la reacción del empresariado), sino proponiendo nuevas formas de vida cívica, de autogobierno, nuevos tejidos políticos que superen al Estado liberal. Un éxodo político que cambia los términos del debate y el terreno de conflicto.
Para la izquierda autónoma, hoy son, en fin, los tiempos de Gramsci, de Foucault, más que de Lenin o Pettit.
Por Montserrat Espejos Verbanaz
Socióloga y máster en Development Studies