D: Maite Alberdi
Documental
Chile
Su nominación al Oscar y su arribo a Netflix tienen a casi todo el mundo hablando de esta película, desde los supuestos especialistas en cine hasta las personas que la ven buscando emocionarse con una historia sobre ancianos. En este sentido, hay que aplaudir que sea una película chilena la que esté generando este buen boca a boca.
Sin embargo, es interesante el ejercicio de preguntarse por qué este agente está conquistando tantos corazones. Al mismo tiempo, vale la pena también mirar desde el prisma de la puesta en escena cómo se va tejiendo un relato como este. En primer lugar es menester mencionar que esta película es un corolario de toda la obra que Alberdi viene desarrollando desde los inicios de su carrera como estudiante de cine en la UC. Ella siempre ha tenido la pulsión (y la decisión) de proponer relatos documentales en donde los personajes reales realizan su vida normal inmersos (algunas veces muy conscientes y otras no tanto) en una red tejida por los artificios de la ficción cinematográfica. Las películas de Maite son interesantes porque esta mezcolanza entre documental y ficción le permiten “dirigir” de modo exquisito, llegando a través de la ficción a aquellos recovecos de la realidad a los que puede acceder el documental. El Agente Topo encanta porque su protagonista es un anciano noble, verdadero, sencillo, que solo quiere hacerle bien al mundo. Además, conmueve porque muestra, de manera honesta y verdadera, la vida de algunos ancianos en una casa de reposo. Su idea más fuerte es que la mayoría de éstos fueron abandonados por sus familiares: ese es el misterio que resuelve el topo.
Ahora bien, si miramos la película con un poco de distancia podemos mirar el artificio detrás del proyecto. Un hogar de ancianos, situaciones cómicas, un protagonista adorable y un discurso con mucha aprobación popular (no abandonemos a nuestros ancianos). ¿Qué podría salir mal? En este sentido, no escribo desde una reprobación de esta estrategia de hacer películas (más bien la aplaudo por su inteligencia) sino que solo quiero hacer hincapié en cómo está estructurada esta red de ficción al interior del documental. Más allá de que el mensaje y tono de la película sean emotivos y positivos, es el camino hacia el logro de éstos lo que despierta preguntas, al menos, interesantes. El espíritu de esta pequeña crítica es esbozarlas, pero sin ofrecer una respuesta tajante. Lo interesante del cine (y de las buenas películas) es que las preguntas queden dando vueltas.
Parto entonces. ¿No resulta acaso un poco unidireccional la construcción ficcional de los ancianos? Todos parecen abandonados por sus hijos, todos parecen tristes a la espera de una visita, como si la vejez solo se redujera a ese aspecto (negativo) de sus vidas. En ese sentido, ¿acaso no resuena un poco majadera la película en reforzar la tristeza que como espectadores supuestamente debemos sentir? Y por último, ¿acaso saben esos ancianos del artefacto de ficción del cual son parte? Porque pueden saber que están siendo grabados, pero no necesariamente cuál es el punto de vista de la película. ¿Sabe acaso Sergio (el agente Topo) que Berta, la anciana que se enamora de él, está siguiendo un guión (porque es actriz)? ¿Sabe Sergio que las situaciones que va viviendo son verdaderas, pero que están siendo pauteadas (más o menos al estilo de Truman Show) por la cabeza de la realizadora? ¿Sabía esa anciana que está agonizando que estaba siendo grabada? Independiente de las respuestas a estas preguntas, lo más importante es ver la película y llegar cada uno a conclusiones propias. Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato.