Desde el triunfo apabullante de un sector de la izquierda no concertacionista en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech) han abundado los donantes de consejos al electo presidente Gabriel Boric. La paradoja es que es el propio movimiento estudiantil en su conjunto, el que le ha dado lecciones sin precedentes al establishment político-mediático-empresarial y a su plana mayor de opinólogos y columnistas.
Los defensores del statu quo político, al concentrar los análisis en la Fech santiaguina y en los liderazgos individuales, optan por ignorar la declaración del sector de izquierda radical de la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech) que representa a las universidades llamadas “públicas” del resto del país.
Fueron los sectores motejados de “ultras” por medios y columnistas de derecha quienes le imprimieron al movimiento por la educación pública y gratuita el sello de crítica radical no sólo del modelo educativo sino que, además, al sistema postdictadura en su conjunto. Y, de manera consecuente con estas opiniones, los sectores estudiantiles mayoritarios de la Confech llaman en su última declaración a conformar un amplio movimiento de alianzas sociopolíticas para acumular fuerzas y voluntades con miras a transformar las estructuras del país.
Obvio. Tal postura provoca un clima de pánico, tanto en la Concertación como en el piñerismo empresarial en el poder.
No han faltado los comentaristas que perplejos y desesperados ante la derrota de la joven cuadro del Partido Comunista (PC), Camila Vallejo, y del concertacionismo, junto con la desaparición de las fuerzas de la derecha universitaria, han cuestionado la legitimidad de los procesos eleccionarios de los dirigentes estudiantiles. Otra paradoja más. Porque ha sido la constante actividad democrática asambleística de los estudiantes, y sus debates internos, la que les ha otorgado ante la opinión ciudadana una legitimidad incontestable que brilla ante la inercia e inoperancia del sistema político binominal.
En la medida que se avanza en las críticas malintencionadas a la dirigencia estudiantil y a sus sectores de vanguardia, se acentúa el contraste en el plano de la autenticidad, como el día y la noche, entre los políticos del binominal y los del ruedo bacheletista por un lado, con la nueva camada de jóvenes políticos y militantes universitarios por el otro. Estos aparecen provistos de una visión actualizada de la realidad y de la gama de conflictos que se avecinan. Precisamente, porque sin ambages las dirigencias estudiantiles han reposicionado al conflicto como factor estructurante de las correlaciones de fuerzas en sociedades divididas en clases con extrema concentración del poder y la riqueza social en el polo minoritario.
Lo anterior, en un contexto de poder hegemónico de la derecha neoliberal, empresarial y mediática, cuyas soluciones se insertan siempre en la profundización de la lógica neoliberal de la competencia generalizada y de la maximización de las ganancias.
Insistimos. El contraste no puede ser mayor entre la dirigencia democrática de un movimiento estudiantil audaz y un parlamento inoperante que no contribuyó a aportar soluciones a las demandas estudiantiles. La oposición pecó de timorata. Le faltó criterio y humildad para reconocer la justeza de las demandas estudiantiles de educación pública y gratuidad y hacer lo único que le quedaba: plegarse a ellas en vez de dar un patético espectáculo de querer negociar con el poder neoliberal.
Es difícil para la élite política aceptar que las correlaciones de fuerzas se construyen fuera del sistema político. A menos de reprogramarse. Cosa impensable para las élites concertacionistas que nunca han planteado al unísono el reemplazo del binominal por un sistema proporcional; única fuente de representación que permitirá un respiro a la crisis de legitimidad que se arrastra y acumula.
Por lo mismo, los operadores concertacionistas en contubernio con los medios informativos dominantes se dieron como objetivo desviar la preocupación ciudadana del movimiento social estudiantil y sus demandas y decidieron poner en la agenda del día la construcción del liderazgo de Michelle Bachelet.
En el espacio de dos semanas largas, entrevistas y declaraciones de operadores bacheletistas en los impresos del duopolio, e intervenciones televisivas, dieron el tono de la táctica.
Consecuentes con su visión elitista de la política, éstos pretenderán canalizar —circunscribir la lucha política a líderes políticos sistémicos (Bachelet y Piñera u otro)— y así producir un efecto de purga con espectáculo de la energía ciudadana, del malestar y descontento para encerrarlos en la pugna artificiosa entre un líder derechista y la ya designada candidatura de Bachelet para el 2013. Y ordenado el naipe habría que plegarse a uno de los dos “líderes”. La “izquierda” sumisa optaría una vez más por un bacheletismo reciclado en la retórica, esta vez … de la lucha contra la desigualdad (la percepción del PC de furgón de cola del bacheletismo fue un factor que explica su derrota en la Fech, además de las actuales tensiones al interior del Movimiento Amplio de Izquierda, Maiz).
Para impedir el retorno de lo mismo y contrarrestar la influencia de la inflación retórica “progresista” (tanto del concertacionismo como de MEO (1), los movimientos ciudadanos y sociopolíticos portadores de demandas deben converger y articularse para abrir y presentar perspectiva.
El próximo año habría que dotarse de un programa con ideas fuerza de ruptura democrática con el neoliberalismo y su régimen político. Lo que implica trabajar en el sentido de la propuesta del sector de izquierda de la Confech. Ir desde abajo tejiendo la unidad en la diversidad hacia instancias democráticas amplias de debate y resolución. El discurso que dice “no estamos a la altura de las circunstancias históricas” nos salva de la responsabilidad. Si las condiciones subjetivas de la unidad de un proyecto alternativo al de la Concertación, que son las que faltan, no están; entonces se crean. No hay necesidad de convocar a los expertos para redactar un programa de los cambios que sea democratizador y antineoliberal. Ya está. Son las demandas ciudadanas o exigencias de las mayorías trabajadoras en tiempos en que el capitalismo y el Estado neoliberal —como bien lo vemos— operan para exacerbar la competencia, privatizar, alienar, explotar, abaratar la “mano de obra” del trabajo humano, flexibilizar, depredar, excluir, precarizar y discriminar.
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(1) El tema de la desigualdad vuelve en los discursos de los concertacionistas-progresistas. Es un eje de las propuestas de Andrés Velasco. Los publicistas de la meritocracia progresista adoptan hoy la desigualdad como tema… para vaciarla de su contenido y evitar hablar de la igualdad de condiciones socioeconómicas y de la necesidad de transformar las estructuras sociales. Estas son las determinantes; como distribución de la riqueza, ingresos familiares, salarios, derechos sindicales y gratuidad en el acceso a bienes públicos para todos y todas.
Por Leopoldo Lavín