La renuncia del embajador chileno ante el gobierno argentino era, desde todo punto de vista, inevitable. El hecho de que un representante diplomático del actual gobierno se permita hacer una defensa pública de un gobierno de horror como el que encabezó Augusto Pinochet es, en pocas palabras, inaceptable. Este episodio lamentable muestra que el nombramiento de embajadores en atención a la proximidad y confianza respecto de las actuales autoridades entraña riesgos que deben ser ponderados con criterio antes de efectuar las designaciones respectivas.
Es claro que hay un buen número de adherentes al actual mandatario que, en efecto, sienten cierta nostalgia por el pasado dictatorial. No podemos negar que en el Chile actual existe una derecha pinochetista que mostró sus colores cuando murió su caudillo hace algunos años. Una parte de la derecha no ha querido asumir en toda su radicalidad lo que significó la dictadura militar en nuestro país, se ha negado durante años a aceptar la triste realidad: El general Pinochet y su gobierno representan a nivel mundial uno de los episodios históricos más vergonzantes para la humanidad. El personaje fue juzgado por la opinión pública internacional hace una década y muchos de sus amanuenses son prófugos de la justicia internacional. Se trata en suma de un gobierno que no sólo violó los Derechos Humanos, sino que además significó el enriquecimiento ilícito del dictador, su familia y la elite castrense que lo sustentó en el poder.
En el plano internacional se requieren competencias que exceden con mucho el talante militarista, reaccionario y provinciano que exhiben algunas autoridades nacionales. Lo acontecido con nuestra embajada en Buenos Aires deja en claro que la sensibilidad en otras latitudes es muy distinta de la atmósfera cultural y política de la derecha chilena. Es hora de que temas tales como los Derechos Humanos, el medioambiente entre muchos otros sean tomados con toda la seriedad que corresponde.
Más allá del discurso oficial del gobierno de derecha, las declaraciones del ex embajador Miguel Otero oscurecen el horizonte ético y político de la actual administración. Esto se suma a las críticas que se plantearon en su momento en torno a la figura del Canciller en cuanto a la falta de experiencia política. Todo ello en un momento delicado para las relaciones internacionales de Chile en el plano regional, muy especialmente con los países limítrofes.
Finalmente, surge una interrogante, digna de tenerse en cuenta, frente a la estrategia inicial planteada por el gobierno en sus relaciones internacionales. En efecto, cabe preguntarse si acaso es posible fundamentar nuestros nexos con el resto del mundo, privilegiando los aspectos meramente económicos y financieros. Tal parece que la complejidad de las cuestiones internacionales exige de los gobiernos una mirada política mucho más amplia y flexible tanto en los foros internacionales como en las relaciones bilaterales.
Por Álvaro Cuadra