Las palabras tienen fuerza. Pueden herir o acariciar. Y cuando esas palabras implican historias que transforman tu vida, y que están en las páginas de las novelas o en pequeños cuentos entonces asistes al acto lúcido de la palabra plasmada en el papel y eso se llama literatura.
Los tiempos presentes son cada vez más agitados y demandantes. Cuesta leer dicen muchos. Otros argumentan como justificación que los libros son caros. Y están los muy ocupados, quienes secuestrados por las prisas optan por «escapar» de esta loca afición y se sumergen en un mundo digital que les seduce, a la vez que les somete.
Bien puede decirse – sin exagerar- que leer es un acto de resistencia: al olvido, al desconocimiento, a la prisas sin sentido, al consumo de inútiles pleitos digitales. Leer es vencer la ignorancia y anular el olvido. Es luchar contra la voracidad de las presiones y multitareas para dar paso a la reflexión y poder asombrarse con la virtud de la palabra escrita. Porque así ocurre cuando , puedes ir página a página, encontrando mundos y personajes ,desenlaces inesperados. Página a página se pueden descubrir otros pensamientos, culturas y civilizaciones. Personajes que te agregan a sus curiosas aventuras y habitan después tus propias fantasías. Y no es impropio ni equivocado señalar que un libro te permite viajar a las almas de los otros y conocer los mundos diversos, lejanos o cercanos para aprender y ¿porque nó? para también compartir.
En mis rebeldes 18 era curiosa del mundo, del país, de la vecindad. Muchas interrogantes de esos locos tiempos las resolvió Franck
Fannon con Los Condenados de la Tierra, un texto denuncia del mundo
africano que impugna el abuso colonial. Sin ambages y a esa temprana edad las injusticias me serían reveladas. Y mucho antes, al conocer Piececitos de Niños de Gabriela Mistral pude advertir que » el mundo es ancho y ajeno»
En el largo tiempo vivencié que ciertas historias así como sus protagonistas empujan a cumplir nuestros sueños de cambios.A veces la trama novelezca nos llama a ir lento y pausar la lectura en un deseo de retardar el desenlace.
Leer, dicen, es ofício de solitarios. Pero los personajes escondidos en las páginas parecen arrancarse y proponerte acciones singulares. Hasta te retan a proezas: convertirte en un lector comunitario.
Así puede suceder cuando se instala un Club Literario. Experiencias de este rango están en multiplicación.
Es en esa instancia, sorpresivamente, te transformas en un lector social. Uno que recibe y comparte historias. En ese mágico conjunto se gesta una simbiosis de emociones, impresiones y conocimientos. Viajes a la historia y la memoria se enquistan en el alma de estos colectivos ciudadanos. Las palabras adquieren nuevos valores y prosapia. Te enaltecen y te impugnan. Esos nuevos conocientos te pueden conmover e impulsar a desprenderte de prejuicios. Tal vez a reflexionar con la apropiación de nuevos argumentos. Hay una fecha muy especial para la fiesta del amor a la lectura. Cada 23 de Abril, Día del Libro, es una fiesta del espíritu y una maravillosa oportunidad de ingresar al mágico mundo de la lectura.
Carmen Castro