El tiempo guiña insistente, en parpadeo de minutos, sobre las imágenes.
Esta sociedad transformada en empresa gigante, en caldera indiferente que devora brazos como leños que terminan en brasas cenicientas. Que observa a los seres humanos como clientes, como mercancías canjeables, frutos y productos de ganancias para sus propias instancias.
Patria, epílogo del eufemismo solapado, por corporación de cadáveres internos que buscan la satisfacción siempre metálica, siempre monetaria, pretendiendo anestesiar el sabor del vacío interno, que los carcome por dentro.
Esta fábrica filial del mundo moderno, y su taller de marionetas humanas, su laboratorio de penurias, su oficio brutal de construir monigotes desde temprana edad, allá en la infancia, para luego irlos alimentando de conceptos y reglas que hagan coro, rima y acorde con sus amos escondidos en la niebla.
Niebla que se cuaja material y chocante, en forma de carteles que cuelgan de los edificios, como fruto horrendo de árboles de plástico. Como voces dulces que entonan la canción del egoísmo o simples imágenes que buscan la simpleza extrema de nacer, obedecer, comprar y morir.
Sin embargo, a pesar de la exquisita pulcritud del martillazo primitivo y constante sobre las cabezas, no todos son idénticos, no todos salen perfectos de acuerdo a sus conceptos.
Muchos cortan los hilos que mueven sus brazos, muchos rompen las costuras que el sistema ha ido cosiendo, mes a mes sobre sus rostros. Muchos se van arrancando las bisagras de sus brazos, muchos se van extirpando el veneno inoculado del egoísmo y del “sólo importa uno mismo” Muchos, un día cualquiera escuchan el trinar terrible, envuelto en el eco del mundo, pidiendo pan para poder vivir.
Muchos se arrancan los ojos y comienzan a ver con el corazón…
Esos son los desadaptados, esos son los inadaptados sociales. Los ellos, las ellas.
Los que se resisten a ser otra pieza de molde amasado, por manos finas y humectadas por ganancias sangrantes, a costa del sufrimiento de los demás.
Helos ahí, en huelga rebelde de héroes anónimos, que el desarrollo y avance de la historia necesita, clama, llora y grita para seguir viva, para seguir avanzando en el largo camino de la tormentosa cronología que construye bloques de tiempo sobre el mundo.
Vilipendiados, rechazados, menospreciados por no ponerle precio a sus sueños. Los rebeldes, los revolucionarios, las insumisas, las insurgentes de gentes, no de ganado engordado y faenado en las grandes tiendas del consumismo.
Y ni toda la maquinaria del sistema es capaz de adaptarlos, de derrotarlos, de asimilarlos, de hacerlos volver dignidad agacha, pidiendo disculpas por haber huido del rebaño.
Cuando los pastores, en realidad, son simples capataces que blanden sirenas azules y rojas que aúllan histéricas contra la gente, en vez de fiordo amable de flautas, sus bastones son garrotes, son picanas, son maderos contra la gente, sus perros rasgan la carne, buscando escarmentar la rebeldía y la plusvalía perdida.
Y una vez capturados, vendrá el sermón de algún juez que no es más que el factótum, mayordomo educado en el arte jurídico de la jauría, en castigar a los negros rebeldes, a los indios salvajes, a las hembras desobedientes, a los mestizos solidarios, a los obreros altivos, a los pobres indisciplinados, a los independentistas irrespetuosos de una bandera que se transforma en anatema de cierta terrible, constante, latente, insoportable condena, como blasón de bestias, que se creen con el derecho de matar, encerrar, herir, humillar, torturar a quien no bese los pliegues de un pedazo de paño que viene a representar, no a un país o una nación, sino a una compañía que tiene hundido sus colmillos hasta el tuétano de todos los traficantes de principios acomodaticios que se pasean encorbatados, con su decálogo empastado del látigo legislativo, del latrocinio legal, de latrocinios gubernamentales.
Abogados mediocres, con indiscreta admiración por los cepos, leguleyos leprosos de sapiencia, rábulas de rabos cortados por la misma tijera del sistema, simples burros marcados a fuego lento por los verdaderos dueños de todo, esos que siempre están por sobre la ley.
No siendo títeres, marionetas, ni espantapájaros, ni guiñoles, ni zombies de sus zoológicos de animales amaestrados y obedientes, es que los encierran a pan, oscuridad y agua intentando romperles la columna vertebral de sus ideales.
Arrojados a la jauría de ladrillos silentes, empujados al foso de fieras verdes y azules, al pozo oscuro de adoquines suavizados por el roce de la carne, cercados por el código de barras del sistema.
Incomunicados, enclaustrados, recluidos, aislados, raptadas. Privados de la libertad, que es un bien pecuniario otorgado por la empresa privada.
Y gendarmes groseros de cavernas, que transforman los cadalsos en tabernas ofensivas en contra de la humanidad.
¿No fueron obedientes, no acataron las normas? ¿Eligieron sus propias vidas, se rebelaron contra el rotulado sobre sus cabezas? ¿No hay cómo hacerlos cambiar, no aceptan nuestras jugosas ofertas de puestos, prebendas y fama? ¿Privilegios para personas privadas que privan de lo mínimo a los demás?
Es allí que los señores, pretenden que se rompan, que se destruyan a si mismos. Es allí donde son apuñalados por el acero educado de las monedas, es allí que los billetes son cartas de gran alcurnia, para quien lea su remitente.
Vendrá un panal de pensamientos en hiel a enterrarse de lanzas y aguijones filosos, contra la propia mente. Vendrá el péndulo oscilante del sí se hizo esto bien o lo otro mal, si vale la pena luchar, si vale la pena todo esfuerzo para terminar agarrado y desgarrado por el cuello lleno de grilletes que asfixian y ahorcan las esperanzas.
Ni siquiera lo pienses, ni siquiera lo dudes, ni siquiera. Es eso lo que pretenden, que te rindas, que los aceptes, que beses sus anillos, que hagas reverencia a su excelencia el dinero.
Recuerda que hay miles de celdas que son un palacio si se le compara con ciertas casas de habitantes condenados de por vida a trabajos forzados y reclusión nocturna de penas y desconsuelos que están siempre sanas, siempre presentes.
Esta ergástula de escamas anónimas que adornan las paredes, escuchan en silencio el viaje callado de las esperanzas sobre los recodos del pensamiento. No te rindas.
Y a pesar de todo, apoya tus manos contra las paredes, escucha el rumor de los tuyos, repitiendo tú nombre allá afuera. A pesar de todo, afina las caracolas que aún conservan granos en acordes de mar sobre tus costados y escucha los gestos de gentes que desenvainan los sombreros por tu ausencia momentánea.
A pesar de todo, ondea siempre tú frente en alto, que los que aún no han nacido, les están esperando.
Sean fuertes, los estamos esperando. Aquí ha quedado petrificado, suspendido su escritorio de quimeras, esperando, aquí lo está aguardando su taller de anhelos y proyectos.
Medite sus errores, reconozca sus yerros, subraye sus aciertos, hágase mejor, busque al ser humano polivalente. Cúrese de espantos, use el tiempo para hacerse fuerte.
Si solamente estas palabras fueran gotas de agua, fueran sudario para el calvario que azota sus sentidos, si estas palabras fueran pedacitos de pan que pudiéramos comer juntos, sí esta canasta de frases fuera un mate dulce que pudiéramos compartir.
Sépanse semillas, las cuales ellos, pretenden torpemente abortar con ayunos forzados de luz, con cuarentena de atardeceres anaranjados, de mañanas frescas como limonadas de sol.
Es entonces que dentro de esa oscuridad, sea paciente, derrote esa ostra de cemento y hágase perla negra endurecida de ideales.
Coma lo que le den, manténgase fuerte, ejercite los brazos, prepárese, recuerde que lo vamos a ir a buscar. Recuerde que la estamos esperando.
Afuera, lo de siempre, animales de rapiña dando cátedras, de cómo engullir seres humanos con servicio y mantel, a razón del arancel horroroso del harapo desperdigado sobre todo un pueblo.
Que de antros públicos hojeados, atestados de ataúdes hermosos y brillantes, que por dentro sólo exclaman vacío, sólo se retuercen en ademanes de polvo suspendido en sus envoltorios, a la veda de jardines, varados en velas cubiertas de penas y flores malditas que adornan algo mal llamado, estado, gobierno, nación.
No se rinda, no se rindan. Los estamos esperando.
Con infinito afecto y agradecimiento a las luces y sombras…
Por Andrés Bianque