Lucila Grossman: “Si tiene que llegar el fin del mundo, me gustaría que un día explotara todo y ya”

El trabajo de esta escritora argentina se inauguró con la aparición de la novela Mapas terminales (ed. Marciana 2017 y Los Libros de la Mujer Rota en 2018). En ese entonces, aquella lectura despertó en quienes leían una especie de magia ficcionada por guaguas monstruosas, drogas y alucinaciones. Hoy, está recién salida del horno la novela Acá empieza a deshacerse el cielo (Marciana), y llega a confirmar el afán de Lucila Grossman por escribir obras que se organizan entre críticas al sistema y a los humanos con sus imaginaciones del futuro.


Autor: Ciudadano

En Acá empieza a deshacerse el cielo, a Lucila le atrae el sin sentido, lo poco común y ante todo, lo divertido que es reírse de una generación que podría destruir o conquistar el planeta, pero que es muy floja para hacerlo. Su personaje más caótico y adorable, Tarpeya, la mujer que traicionó a Roma, es quien se encarga de tomarnos las manos para ser junto a ella en esta novela, agentes del desastre. Y de eso conversamos en esta entrevista, también del fin del mundo, de contradicciones o de la locura familiar que siempre nos rodea.

Tarpeya abre las puertas de Roma a los sabinos a cambio de lo que pensaba sería una recompensa en forma de joyas, ¿Dónde nace tu interés en ella? 

En el medio yo estaba leyendo la historia de Roma escrita por Tito Libio y ese personaje me fascinó, más que nada por esta cuestión de que en la historia de Roma, le echan la culpa, y en general en esta historia pre Imperio culpan a las mujeres diciendo, no bueno, Tarpeya era una loca entonces hizo todo esto, era una resentida con su papá y entonces fue y abrió la puerta. Esa figura me atrajo mucho y pensé: ¿Qué pasa si esa apertura de puertas no fue inocente? Porque en el relato es “la engañaron” y ella porque quería esa pulsera de oro que le dijeron que le iban a dar abre la puerta. Entonces, ¿Qué pasa si ahí hubo una decisión?, si en este inicio de sociedad ella vio algo que claramente iba a salir mal y dijo vamos a romperlo todo ahora.

¿Y en qué momento (vamos a spoilear un poco), pasa a ser una voz constante en el libro?

Fue como esas cosas medio mágicas que pasan y decís ah, mirá qué se armó, o ahhh, todo esto ya estaba, pero de repente tomó forma y de alguna manera se acomodó. Y entonces, Tarpeya queda girando en un espacio por fuera de la historia y lo que intenta constantemente es que las cosas salga bien pero siempre salen mal. Son pruebas y pruebas en las que intenta destruir o construir algo y termina fallando por una razón: el humano. Porque al humano como que, mm, se le complica también la vida ¿no?, tiene una pulsión de muerte muy enorme o de lo contrario no se entiende muy bien porqué actúa como actúa. Y bueno, así aparece Tarpeya.

En un sentido literario, ¿Sientes que ese personaje se parece un poco a ti? 

No sé si lo puedo decir yo, pero creo que hay algo de lo que dijo Paula Puebla que me resuena, porque a mí me interesó como figura a la cual le salen las cosas mal. Pero ni en ese momento ni ahora, creo que hay que hacer lugar para una Tarpeya, digo la que yo me imaginé, no sabemos si de verdad existió o fue otra ficción. La misma historia muchas veces es otra ficción, pero me interesaba este invento de Tarpeya con un afán casi romántico de decir bueno, listo, abro la puerta, que se rompa todo y empecemos de vuelta. Siento cierto juego revolucionario que también se terminó contrastando con personajes del libro, como por ejemplo, el de Qué Revolución Vas a Hacer Quedándote Dormida, o la que escribe los mails y las cartas, que por un lado tiene esta cosa súper romántica y este afán que pareciera revolucionario pero que en realidad es una cheta (cuica) que se fue a un crucero y le salió todo pésimo. Hubo algo que me atrajo de esa idea de una revolución pero para qué y cómo. 

Y en tu propia revolución escritural, dentro de los mundos imposibles que sugieres como el irrevocable término de internet o la bomba Hiroshima que explota paciente, ¿cómo sería para ti un fin del mundo perfecto? 

Si tiene que llegar el fin del mundo, me gustaría que un día explotara todo y ya. Pero en realidad, esta idea de Hiroshima con paciencia sale de una vez que fui a Rosario a escuchar a Raúl Zaffaroni, un jurista y analista social muy importante de Latinoamérica. Para mí un sabio, aunque mucha gente lo odia porque fue juez de la Corte Suprema y es garantista cuando propone que si meten a todos presos los estigmatizan y eso, bueno, la cosa es que en la charla él hablaba de Latinoamérica como lugar de experimentos un poco, y yo justo estaba leyendo las cartas de Darwin, esas cartas de cuando viene a ver a los monitos de la patagonia, y dijo algo así como bueno, en definitiva la cantidad de muertes que se producen por la desidia en latinoamérica es totalmente comparable a la de una bomba atómica pero con paciencia. Tiró unos números que es algo que nosotros podemos imaginar, pero cuando escuchas el número es impactante. Y me acuerdo que anoté la frase Hiroshima con paciencia y me quedó dando vueltas, tanto así que después le escribí un mail con agradecimientos. 

Es curioso el estudio de Latinoamérica como lugar experimentos, ¿sientes que funciona así también con el arte en este territorio? 

A mí en Latinoamérica me parece que hay varios imaginarios que conviven a la vez, en cuando a lo artístico, yo siento que hay algo de los artistas latinoamericanos en general que es irremplazable en un punto porque tiene que ver con una fuerza que sale más desde las entrañas, pero para mí hay algo que es muy genuino: estar medio hundidos en la mierda. Me parece que hay otra experiencia de la cual pueden salir cosas que son más únicas en cuanto a lo artístico, porque hay experiencias que medio compartimos todos, porque no sé si un francés se podrá imaginar lo que es tener una dictadura reciente, como pasó en Argentina y en Chile. Existe una vulneración de derechos que es más evidente y cruda.

«En definitiva la cantidad de muertes que se producen por la desidia en latinoamérica es totalmente comparable a la de una bomba atómica pero con paciencia«.

En tus dos libros hay escenas de marginalidad y de burguesía; ¿en quién te inspiras para crearlas? 

Me inspiro en mí, y en mi grupo de amigos, es crear monstruos sobre ciertas realidades, ninguno de los personajes son nadie en particular pero sí, es llevar al extremo ciertas características, y otras tienen que ver con un imaginario de cosas que veo o que escucho o de mundos en los que no me muevo pero de repente un día accedes porque fuiste a una cena y te viste ahí, también desde muy chica que hago el ejercicio de mirarme desde afuera, y muchas veces eso para la vida es re mala onda porque estás todo el tiempo juzgándote a ti mismo pero para escribir tal vez esta bueno y quizás es la manera de poder sacárselo un poco. Muchas veces, de nuevo, no corresponde, después la imaginación hace lo que hace, pero sí, en general la base son experiencias que para mí en la literatura están totalmente conectadas. 

¿Siempre te gustó describir al humano en situaciones o características extremas?  

Antes de ponerme a estudiar letras, estudié sociología, porque en realidad lo que más me apasiona desde muy chica es esto mismo que te digo, estar en espacios pero que mi cabeza se vaya afuera y ver lo que sucede más en términos generales, creo que va más por ahí lo que me apasiona y en la literatura se me arma mucho eso, como un experimento para poder hablar de cierta realidad, pero creo que hay algo importante de la experiencia del yo, porque a mí la literatura me sirve para destruir más ese yo que para construirlo. Y hay algo en la teatralidad de los vínculos humanos que me indigna y eso es lo que más me apasiona, entonces ahí también reside la belleza y el horror, desde esa teatralidad del humano. Siempre convivo con la idea de que uno en realidad nunca sabe nada, de chica el poder que quería tener era leer mentes, después me di cuenta de que mejor no. 

«Siempre convivo con la idea de que uno en realidad nunca sabe nada, de chica el poder que quería tener era leer mentes, después me di cuenta de que mejor no«

¿Cómo es la literatura que te hace querer escribir?

Tengo una relación medio tóxica con la literatura, por momentos no puedo parar de leer y tengo otros espacios en los que en definitiva no leo, ya sea por circunstancias personales o lo que fuera, por ejemplo, leo un libro que no me gusta y me quedo en cascada un par de semanas. En general, la literatura que me dan ganas de escribir es la que está viva. O sea, es la que se está moviendo, la que no te propone un discurso cerrado sino que te propone algo en lo que vos también te tienes que mover. Mi última obsesión fue Saer (Juan José) y estuve como loca leyendo a Saer que si bien en muchos de sus libros es todo como un remanso, es una literatura que está en constante movimiento y que se está cuestionando a sí misma en todo momento, porque sino es parte de un establishment, sino es como un entretenimiento, para mí la literatura no es entretenimiento, o tal vez sí, es entretenimiento pero también tiene que ser un tipo de educación o algún tipo de desacomodo. La literatura que me dan ganas de escribir es esa, y también la que te da envidia, la que dices qué ganas de ser vos, qué ganas de haber escrito esto. También ciertos clásicos me dan ganas de escribir.


Lucila Grossman es también parte de FINA, una revista independiente y autogestionada que busca despertar a los sentidos, de la misma manera en que puede hacerlo la tríada que define sus ejes: el ARTE, el CANNABIS y la TECNOLOGÍA. Si te interesa, puedes encontrarla en finarevista.com o @revistafina en Instagram. 


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