Manifiesto «El feto no es un ser humano»

El siguiente texto fue leído y editado por el activista Jorge Díaz Fuentes para el seminario “DESAFÍO TRANS: transconocimiento y disidencia sexual en el espacio público” donde se interrumpió con una reflexión sobre el aborto a partir de la “Campaña Dona por un aborto Ilegal

Manifiesto «El feto no es un ser humano»

Autor: Wari

El siguiente texto fue leído y editado por el activista Jorge Díaz Fuentes para el seminario “DESAFÍO TRANS: transconocimiento y disidencia sexual en el espacio público” donde se interrumpió con una reflexión sobre el aborto a partir de la “Campaña Dona por un aborto Ilegal. Este seminario fue realizado en la Facultad de Psicología de la Universidad de Chile el día 4 de julio de 2012.

El feminismo en general posee estrategias tradicionales para hablar y representar la política del aborto. Medidas gubernamentales, prácticas médicas y ciertos segmentos más bien conservadores centran completamente su foco de atención en observar a las mujeres como centro de disputas entre lo que se expulsa y lo que se anida durante el embarazo. Se genera un imaginario de “la mujer”como una barrera selectiva y semipermeable donde estrictos mecanismos de control regulan los intercambios entre un medio “externo” y un “interior” fisiológico. Así, podríamos decir que la imagen de la mujer es la imagen hegemónica de la representación política feminista pro-aborto. A veces esta imagen representa más bien a una víctima, otras veces a una mujer empoderada que deslegitima cierta violencia que pareciera siempre le es propia. Pero en la polémica por el aborto surge otra imagen, una imagen que a veces parece desbordar a la mujer: esta es la imagen del feto.

El feto no existe sino en su exceso de visualidad, en su saturación de significados, en su visualidad esparcida que no lo restringe a ningún lugar, es decir, está construido en el proceso semiótico-material que implican las tecnologías de visualización: cámaras de alta definición, fibras ópticas, máquinas de ultrasonido, pantallas en tres y cuatro dimensiones. De esta manera, cuando una mujer se expone a esta tecnología que quiere insistentemente hacer aparecer una figura de lo humano, todo el aparataje biomédico la asocia inmediatamente a su supuesta y atávica figura: la de ser madre.

Paradójicamente, a pesar de que el feto pareciera no estar en ninguna parte precisa, su aparecer en todo lugar es siempre una amenaza. Su hiperrepresentación produce una alarma pública, ya que siempre conlleva un peligro de muerte. A una embarazada debemos darle el asiento, si no, hay peligro de pérdida. Nos preocupa más esa promesa de vida que las pequeñas muertes que habitamos diariamente quienes nos ubicamos en el borde de lo sexual.

Como activistas de la disidencia sexual, cuando salimos a la calle o difundimos en redes la “Campaña Dona por un Aborto Ilegal”, lo que se pone en disputa no es tanto la imagen de la mujer sino la del feto: el feto parece ser un signo que siempre significa vida, pero a la vez también el miedo a la muerte. El feto es pura vida, una vida que parece ser dueña de quienes no apoyan el aborto. Por lo mismo creemos que debemos corromper los significados restrictivos y normativos que rodean al feto como figuración puesto que sabemos que la figura del feto es un significado más bien asociado a las marcas de la humanidad, la descendencia, la familia, la nación, es decir, unas marcas hegemónicas de lo vivo, de lo normativo y del origen. De hecho, la historiadora alemana Bárbara Duden ha afirmado que la figura del feto funciona como un “sacrum” moderno, esto es, una figuración donde convive lo sagrado.

De esta manera la campaña, al apropiarse de la figura del feto lo que haría sería reproducir y poner en evidencia la disputa en torno a su imagen. En otras palabras, visibiliza una tensión a través de la representacion política de ciertos significados en torno al aborto. Lo que opera aquí es una apropiación del signo más utilizado por los anti-aborto. Así, el utilizar esta imagen, lo que hace es –primero- desplazar la cuestión de “la vida” como algo metafísico o pre-destinado (“la vida del que está por nacer”) a lo concreto experiencial (una mejor vida para las mujeres). Y segundo, la campaña provocaría un cortocircuito en el signo “feto” para de-construir su uso en el discurso antiaborto.

Mostrar al feto, hacerlo “aparecer”, fue una estrategia que les sirvió a los grupos conservadores, tal vez más que cualquiera otra. Al producir confusión (en el uso de la imagen del feto), lo que la campaña estaría demostrando es que las “tomas de posición” anti-aborto son en gran parte “ficcionales”, puesto que se basan en la eficacia de la utilización de ciertas imágenes. Como en una eucaristía en la cual el pan pasa a tener la forma de un cuerpo sagrado según un acto mágico, irracional, místico.

Según la feminista estadounidense Donna Haraway, “la imagen visual del feto es como la doble espiral del ADN: no un mero significado de la vida, sino también ofrecido como la cosa-en-sí. El feto visual, de la misma manera que el gen, es un sacramento tecnocientífico. El signo se transforma en la cosa en sí a través de la transubstanciación mágico secular ordinaria (…..) la cultura visual científica secular está al servicio inmediato de las narrativas del realismo cristiano”.

POLÍTICAS DRAG

Pensamos esta campaña más bien como una política “drag”, es decir, como una estética que constituye un uso paródico de significantes para desnaturalizar ciertas figuras que parecieran ya saturadas por una sola definición. De esta manera, más que reivindicar un cuerpo natural, es relevante poner en conflicto las estéticas de las políticas en torno al cuerpo. En la Campaña “Dona por un Aborto Ilegal” hay una apropiación de los signos y estéticas de las campañas de voluntariado que intentan sopesar el dolor de aquellos cuerpos que padecen la enfermedad a través de la lógica desigual de la caridad y el cuidado. Campañas dedicadas siempre a cuerpos donde ejercer la solidaridad: personas con VIH, ancianxs, personas sin hogar, niñxs quemados y mujeres con cáncer, estos son algunos de estos cuerpos. Y es aquí, en esta estética política, donde insertamos el problemático cuerpo de la mujer que aborta.

Entendemos que una “política drag” es una práctica que usa (o cita) la demanda de una identidad que no es la propia (en este caso la de la mujer heterosexual), para re-configurarla produciendo en cierto modo un cortocircuito en la acción política tradicional del activismo de mujeres. Y el resultado es una apertura del marco clásico del feminismo.

“El Feto no es un ser humano” ha sido una de las frases más polémicas en toda la disputa que ha generado la Campaña Dona por un Aborto ilegal, pues más que la discusión del aborto y las políticas públicas en torno el aborto —la cuestión más “real” o técnica de esta política—, lo que ha generado más debate es precisamente una cuestión de carácter filosófico: la cuestión de la “vida” y los límites de la humanidad. Así, la cuestión que parece defenderse es el valor significativo de este feto que desplaza a la mujer. La frase “el feto no es un ser humano” no es una reflexión funesta o imprecisa, más aún cuando hasta hace muy poco las mujeres y lxs niñxs tampoco eran reconocidos como “humanos”. Se decía que las mujeres y los pueblos ‘ignorantes’, alejados de la concepción del mundo cristiano occidental, no eran humanos. Sólo podían adquirir esta calidad si se les incorporaba a la educación católica y occidental de la culpa y el castigo. “Si pese a los esfuerzos realizados, si a pesar de la educación entregada, siguen comportándose como “niños” es porque no pertenecen realmente a la misma clase de seres llamados humanos”, nos recuerda acertadamente la feminista chilena Alejandra Castillo en su análisis sobre la “inhumanidad de las mujeres”.

Es entonces en espacios como éste que se entiende la insistencia del feminismo contemporáneo en reflexionar sobre los límites de lo humano, quién lo define y cuáles son las posibilidades de imaginar mundos posibles e inapropiables desde donde escaparse de la ficción mundana que define lo que es o no humano.

Hay una gran insistencia humanista en los conceptos de vida y, claro, la gran cantidad de genocidios y muertes en nuestra historia reciente son un punto a considerar. Pero no podemos quedarnos en la melancolía de querer que nuestras identidades sean inmanentes sino más bien cuestionar esos patrones modernos de representación de la vida. Ahí la figura del feto es, sin duda, un importante territorio que dicta hasta qué punto los niveles de organización celular serían considerados como humanos, sin cuestionar ni integrar los patrones sociales que determinan eso mismo.

No existe algo así como una ciencia pura o una naturaleza que tenga que buscarse para poder leer los códigos de lo biológico. Los científicos y los médicos no son los poseedores de una verdad completa, sino más bien son reproductores de patrones que otros dictaminaron como lo correcto. Entre lo científico y lo social no hay distancias, sino más bien zonas de transición donde estar atentos. Nos interesa trabajar en esa transición

No hay que buscar respuestas sólo biológicas para un tema como el aborto, eso no existe. Si Darwin no hubiera leído las tesis de Malthus, que explicaba el crecimiento poblacional y la distribución de los recursos, hubiera sido muy difícil que naciera su manoseada teoría de la evolución. Es decir, que si no hubiera ampliado sus marcos de percepción del mundo, jamás habría llegado a pensar en la selección natural. En el aborto están en jaque las importantes ansias por la emancipación, de la cual debemos hacernos cargo.

Es un error pensar que quienes luchamos por el aborto seamos catalogados como promotores de la muerte, pues más que matar o no matar a un conjunto de células, nos interesa luchar por la vida de las mujeres, mujeres que están obligadas a ser madres, muchas mujeres sin recursos materiales para las cuales la maternidad funciona como un modo explícito de esclavización.

En los medios de comunicación y en la política hay un interés ridículo por hacer hablar a expertos “altamente calificados”, es por eso que nos produce extrañeza que nunca inviten a feministas a hablar sobre aborto, sino siempre a la industria biomédica y al clero. Ahí reconocemos esa incomodidad del feminismo porque justamente habla de un cuerpo politizado: un cuerpo político no sería en Chile digno de solidaridad, pues todo lo que visibiliza una ideología es criminalizado.

Por esto la política homosexual, a diferencia del feminismo, ha logrado un gran éxito. Justamente a través de una política liberal en donde las palabras homogeneidad e igualdad desaceleran la interrupción en la diferencia, en la pérdida del sexo como agente contaminante para quedarse como una igualdad burguesa, blanca y de clase media alta. Así, en Chile los homosexuales reconocidos por el Estado no son cuerpos polémicos.

Finalmente esta campaña actúa desde el intimidar, el incomodar tanto a quienes están a favor o en contra. Y es que el tema del aborto NO SE REDUCE A ESTAR A FAVOR O EN CONTRA, no sirve de nada decirse a favor del aborto, eso es sólo cuantificar la política, quienes están más o menos a favor. Es mejor compartir experiencias sobre el aborto, decir y afirmar que MUJER NO ES SINÓNIMO DE MADRE.

Por Equipo Disidencia Sexual

Julio 17 de 2012

Publicado en www.disidenciasexual.cl


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