Ante la crisis que vive Afganistán y el retroceso que experimentan los derechos de las féminas, mujeres de ese país se niegan a utilizar el burka que por muchos años les ha obligado a ocultar sus rostros.
«No me pueden obligar a hacerlo. Yo voy a llevar la cara descubierta, al aire, no detrás de una rejilla. Quiero seguir respirando. No debemos ponernos el burka, es algo que no podemos hacernos a nosotras mismas».
En entrevista telefónica con el diario La Razón, Mahbouba Seraj (Kabul, 1948) expresó que ha decidido que no va a tener miedo. «No siento temor porque no puedo permitírmelo, no es momento de rendirse ni de mostrar desesperación. El miedo me haría más débil, no dejo ni siquiera que penetre en mi conciencia».
Seraj tiene una biografía que avala estas palabras. En 2003 volvió a Afganistán para ayudar a juntar las piezas del destrozo talibán y se convirtió en una figura indispensable en la defensa de los derechos de las mujeres. Fue una hermana, una madre para miles de afganas a las que visitaba pueblo por pueblo. Eran jóvenes a las que nadie había escuchado nunca y Mahbouba les prestó sus oídos. Ahora, casi veinte años después de aquella cruzada, no las va a dejar solas.
En conversación telefónica desde Kabul, Seraj asegura que no es valiente, ni se siente una mártir, pero que este es su trabajo, su deber y su responsabilidad. Aunque sabe que su vida corre peligro. «A mi edad, lo mejor ya lo he dejado atrás. Tengo 73 años y puedo afrontarlo, voy a quedarme a ver qué ocurre con Afganistán. Entiendo que las más jóvenes quieran huir de aquí porque deben pensar en sus hijos, en su familia».
Ella se queda a dar la batalla. No tiene intención de ponerse el burka, por ahí no va a pasar. Y echa mano de la prudencia para hablar del futuro inmediato. Aunque los conoce bien, porque ha negociado con ellos, aún no sabe si estos nuevos talibanes van a alcanzar el nivel de salvajismo de los originales. Aquellos que entre 1996 y 2001 encerraron a las mujeres en casa tras unas cortinas negras por las que apenas entraba la luz.
Los que forzaron al 62% de las niñas menores de 18 años a casarse, les prohibieron ir al colegio, escuchar música, reír en voz alta, hacer ruido al caminar. Dice que se sentará a hablar con ellos, escuchará lo que tengan que decir: «Si no respetan los derechos humanos, deben saber que habrá 36 millones de afganos que serán sus enemigos, no les dejaremos ni beber un vaso de agua en paz».
En estas horas dramáticas, llenas de confusión e incertidumbre, Mahbouba se ha quedado sin mensajes para los políticos, por lo que siente auténtico desprecio. Creen que han vendido a su pueblo, tanto el Gobierno del huido Ashraf Ghani como el de Estados Unidos.
Tantos años de trabajo, en los que sus compatriotas se han convertido en médicos, abogadas, policías, profesoras, tirados por la borda. Confiesa un “auténtico gozo” por el crecimiento de “tantas mujeres hermosas”.
En cambio, sí tiene algo que decirnos al resto: «Por favor, permaneced vigilantes, estad alerta ante lo que pueda pasar en mi país. Únanse a nosotras, sean nuestra voz. Apóyennos en todo lo que hagamos. Hablen con el mundo de nuestra parte porque puede llegar un momento en que nuestra voz no llegue tan lejos».
Sabe que el riesgo real va a comenzar en dos semanas, cuando los estadounidenses se marchen del aeropuerto. El tono de Mahbouba es de hastío cuando explica el «error inmenso» del presidente Biden, que no ha impuesto ninguna condición importante a los talibanes, «solo estupideces».
«Ellos necesitan vuestro dinero para que el país funcione, por favor, no se lo deis sin exigir que permitan el acceso de la mujer a la Sanidad, a la Educación. No puede haber fondos económicos para los talibanes si restringen la libertad de movimientos de las mujeres, si nos quitan la libertad de expresión».
Parece que Mahbouba se resiste aún a creer que estos talibanes serán una reedición de los anteriores: «Si es cierto que van a ser moderados, les tenderemos la mano. Pero el mundo no debe perderlos de vista para evitar otro drama humanitario. No podemos volver a llegar tarde esta vez».
Lo cierto es que los primeros informes de Amnistía Internacional desmienten rotundamente que los islamistas vayan a aplicar una verdadera política de reconciliación. Todo lo contrario. En su camino a Kabul, los insurgentes han ido sembrando de muerte y barbarie los pueblos que encontraban en su camino. Es una venganza con todas las letras.
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