Vivimos en una sociedad organizacional, buena parte del quehacer humano se efectúa en y mediante organizaciones; desde la maternidad hasta la funeraria. Sin embargo, hay importantes contradicciones que nos llevan a analizar con más profundidad este hecho.
La capacidad científico-tecnológica e industrial, más el conocimiento acumulado en todas las esferas, permitiría una vida bastante agradable para toda la humanidad. Según estimaciones del matemático y ensayista Bertrand Russell –realizadas en la década del 40- bastaría con que cada persona cumpliera un trabajo socialmente necesario de no más de cuatro horas diarias.
Pero, contrariamente, pareciera que la existencia se hace cada vez más vulnerable: gran parte de los habitantes de la Tierra vive en la pobreza e indigencia mientras otro segmento se desenvuelve en la opulencia; el deterioro del medioambiente está produciendo consecuencias amenazantes para la vida; la destructividad y las guerras son pan de cada día, y año a año más personas presentan trastornos síquicos y conductuales (delincuencia incluida).
Como dice el biólogo Humberto Maturana, en las actuales organizaciones productivas, ser persona es una impertinencia, porque no están construidas sobre la base de relaciones sociales, es decir, su trasfondo emocional no es la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia. Por el contrario, la lógica que prevalece en los lugares de trabajo, que es donde pasamos gran parte de nuestras vidas –casi 10 horas diarias en el caso chileno-, es la utilización instrumental del otro.
Pretendemos la democracia y el respeto a los derechos humanos a nivel de estructura global, pero debemos soportar las mayores dictaduras y despotismos en las unidades en donde se juega la producción de las condiciones de existencia.
Ante esta constatación, podemos adoptar dos posturas: una es aquella que nos dice que siempre ha sido así, que este mundo es de los canallas, que fue y será una porquería, que todo intento de cambio será infructuoso, y que lo único que cabe es buscar lo humano fuera de los ámbitos organizacionales (familia, amistades, vida social, etc.). La otra, es pensar que el cambio es posible y que debemos intentarlo. En esta senda se hallan los procesos de intención autogestionaria, el desarrollo local y de las organizaciones democrático-solidarias.
Los que han seguido esta última postura, apuntan sus estudios hacia dos dimensiones: la experiencia práctica y las propuestas ideológicas.
Por el lado vivencial, generalmente las fuentes han sido las siguientes:
-Las formas organizacionales pre-capitalistas, como las comunidades campesinas y las asociaciones gremiales de artesanos, gildas y arteles. También se pueden mencionar las Ligas de ciudades libres.
-Los intentos conscientes que el movimiento obrero e intelectuales ha realizado desde la revolución industrial: cooperativas, mutuales, colonias o comunidades de vida, kibutz.
-Los experimentos amparados por algunos Estados, siendo el caso más ambicioso el llevado a cabo en la Yugoslavia de Tito entre 1950 y 1990.
-Las innovaciones aceptadas por el empresariado: “participación” (subordinada), círculos de calidad, comités de empresa, etc.
-Los momentos insurreccionales, rupturas revolucionarias, con presencia de situaciones de dualidad de poder y control obrero: comunas, soviets, consejos obreros, comités de fábrica. El más extenso fue el llevado a cabo durante la guerra civil española, entre 1936 y 1939, en la zona de Aragón y Cataluña. En Chile tuvimos el fenómeno de los cordones industriales y de los consejos comunales de trabajadores, entre 1972 y 1973.
En el plano de las ideas, las tendencias que han favorecido los procesos autogestionarios van desde los socialistas “utópicos”, los liberales demócratas (John Stuart Mill), socialistas cristianos, marxistas libertarios, sindicalistas revolucionarios, socialistas gremiales, anarquistas, situacionistas, humanistas, ecologistas, la corriente del personalismo comunitario, feministas, indigenistas, movimiento por un desarrollo alternativo, que incluye aportes de la sabiduría oriental (budistas, taoístas). Como vemos, un amplio abanico de ideologías.
A estas alturas, ya podemos presentar una de las definiciones clásicas de autogestión, lanzada en 1975 por Yvon Bourdet: “La autogestión es una transformación radical, no sólo económica sino también política, en el sentido en que destruye la noción común de política (como gestión reservada a una casta de políticos) para crear otro sentido de esta palabra: a saber, la toma en sus manos, sin intermediarios y a todos los niveles, de todos ‘sus asuntos’ por todos los hombres”. Además, entregó las condiciones necesarias para la autogestión: democracia directa (asamblea soberana y revocabilidad de los mandatos), rotatividad en los cargos, acción directa (sin intermediaciones), educación e información como procesos permanentes.
No obstante, la historia nos muestra que la mayoría de los intentos han terminado en el fracaso, ya sea que se han desintegrado, que degeneran hacia formas semicapitalistas o han sido aplastadas por la fuerza.; las que sobreviven se ven constantemente amenazadas por múltiples problemas, dificultades, obstáculos, deficiencias e impedimentos.
Ante esta realidad, que nos hace pensar en que ya nos hemos estado dando demasiados cabezazos contra la pared, surgen dos opciones: tirar la toalla y contentarnos con hacer un poco más tolerables las actuales instituciones, o perseverar en nuestro empeño, pero dando un salto cualitativo. El cuento es cómo hacer que las experiencias organizativas democrático-solidarias y que los procesos de intención autogestionaria emerjan, sobrevivan, se desarrollen, se multipliquen y expandan hasta llegar a ser la forma orgánica predominante. En resumen, cómo lograr que sean menos improbables.
La vía para esto ya la enunció el economista y filósofo Luis Razeto: Para él la historia de estos intentos “(…) denota la complejidad y riqueza de un fenómeno complejo, en el cual, sin embargo, la unidad entre teoría y práctica no ha sido jamás perfeccionada. Todo ello constituye un vasto conjunto de materiales empíricos y conceptuales sobre los cuales toda nueva elaboración científica debe apoyarse, si bien distinguiendo críticamente los contenidos cognoscitivos de lo que es sólo ideología desviante, recogiendo selectivamente los materiales de información acumulados, y elaborando creativamente una estructura cognoscitiva superior”.
La pregunta ahora es cómo empezar y por dónde encauzar esta labor de praxis. Lo primero es, como aconseja la sabiduría popular, aprender de los errores y fracasos.
Ya a comienzos del siglo XIX hay crónicas que dan cuenta del fracaso o desviación de las experiencias intentadas: aparición de conducciones autoritarias, rebeliones internas, escisiones, falta de unidad y de cooperación, actitudes egoístas tanto individuales como colectivas, habladurías, discordias, rivalidades, deserciones y traiciones. Es a comienzos del siglo XX cuando la reflexión sobre este tema adquiere mayor rango.
El naturalista ruso Pedro Kropotkin, en su fascinante libro de 1902 titulado El Apoyo Mutuo, mostró restos de las antiguas formas de comunidad en nuestra sociedad y a su lado ejemplos de solidaridad actual, más o menos informes. Indicó que el movimiento cooperativista moderno, que en sus orígenes tenía esencialmente carácter de ayuda mutua, ha degenerado a menudo en un “individualismo de capital por acciones” y fomenta un “egoísmo cooperativo”.
En general, Kropotkin mostró que las organizaciones sustentadas en la ayuda mutua tienden, con el tiempo, a degradarse y aparecen en ellas “excrecencias parasitarias que les eran extrañas”, debido a lo cual estas mismas instituciones se transforman en obstáculos para el progreso. La verdadera tragedia de la historia consiste –para este autor- en la triple lucha que se produce, dentro de las organizaciones, entre:
a) Los protectores de lo existente,
b) Los rebeldes que, manteniendo los principios de ayuda mutua, se empeñan en purificar las viejas instituciones de los elementos extraños a ellas, o en elaborar formas superiores de libre convivencia, y
c) Otros rebeldes que intentan destruir las instituciones protectoras de apoyo mutuo a fin de imponer, en lugar de éstas, su propia arbitrariedad, acrecentar de este modo sus riquezas y fortificar su propio poder.
Algunos años después (1911) apareció el libro Los partidos políticos, que lleva como subtítulo: “Ensayo sobre las tendencias oligárquicas de la democracia”. Según su autor, Robert Michels, la democracia no se concibe sin organización y la organización conduce inevitablemente a la constitución de un grupo dirigente separado de las masas. “Es la organización -escribe-, la que origina la dominación de los elegidos sobre los electores, de los representantes sobre los representados, de los delegados sobre quienes les han otorgado su delegación. El que dice organización, dice oligarquía”. Para él la causa de este proceso es triple:
a) En primer lugar hay una causa técnica: la imposibilidad “mecánica” de realizar la democracia directa. La masa no puede ejercer directamente el poder, tiene que entregárselo a una minoría.
b) Hay además una causa psicológica. Para Michels las masas necesitan jefes que admirar, figuras con las que puedan sentirse identificadas.
c) Por último, hay también una razón intelectual: las condiciones de la gestión de una organización y la participación en las decisiones supone una competencia que la masa no tiene.
A raíz de este estudio, se acuñó la expresión: “Ley de hierro de formación de oligarquías”.
Más o menos en la misma época, el sociólogo alemán Max Weber, en un estudio que hizo del desarrollo interno de la “comunidad minera” –una asociación de producción de los obreros mineros, en el medioevo alemán-, mostró que en la primera época de ese desarrollo se produjo una apropiación progresiva de la mina por parte de los obreros y una progresiva expropiación de los dueños. La asociación se convirtió luego en directora de producción y distribuyó el beneficio ateniéndose en la medida de lo posible al principio de la igualdad.
Pero, luego se llegó a una diferenciación entre los mismos obreros: los que acudieron después a causa de la creciente demanda ya no eran admitidos en la asociación, eran “no-compañeros”, jornaleros; y el proceso de descomposición así iniciado prosiguió hasta que elementos de intereses puramente capitalistas penetraron en el personal de la comunidad minera y el sindicato acabó convirtiéndose en un órgano del orden capitalista que contrataba a los obreros (semejanzas con evolución de algunos kibutz).
Otro momento importante de reflexión lo encontramos luego de la ola autogestionaria producida a raíz de los acontecimientos del Mayo 68 en Francia. De hecho, es a partir de esa experiencia, influenciada a su vez por las experiencias yugoslava y argelina, que el término autogestión se universaliza. En 1976 apareció el libro La Autogestión, de Pierre de Rosanvallon, en el que sienta las bases para su conceptualización:
a) La autogestión es un realismo democrático, y se funda sobre un análisis de las dificultades en el ejercicio democrático del poder. Su problema es el de las condiciones de la democracia.
b) La autogestión se define como la apropiación social de los medios de poder en la sociedad toda entera. No se limita a la apropiación de los medios de producción.
c) La autogestión es tanto una estrategia como un objetivo. Propone una estrategia de apropiación de los medios de poder. Permite superar la alternativa reforma o revolución, definiendo una problemática política de la experimentación social.
d) La sociedad política autogestora está vinculada al desarrollo de un modo de producción autónomo. Implica el reconsiderar la relación entre la actividad económica y las demás formas de actividad social.
Este autor inventa la expresión “entropía democrática”, que entiende como “la degradación de la ‘energía democrática’ en una estructura, proceso que osifica y formaliza una democracia viva”. Como la autogestión es concebida como práctica viva de una verdadera democracia, la degradación de ésta es cuestión que pone interrogantes demasiado grandes como para no abordarla en profundidad.
Más específicamente, esta entropía se describe así: “el grado de participación en las asambleas generales que va descendiendo en el tiempo, la relación entre representantes y representados que tiende a transformarse en una relación entre dirigentes y dirigidos; la autonomización progresiva del delegado que se instituye en poder separado y poco controlable. La entropía democrática cubre así dos aspectos: la calidad de la representación por un lado y la de la participación directa por otro.
El autor cuestiona el recurrir a la democracia directa como solución, pues consigna que ella sólo se puede dar en grupos pequeños o en momentos fugaces. Lo que este autor considera propio del concepto autogestionario es lo que llama una “democracia de decisión”, lo cual implica una estructuración con órganos separados, instituciones, una forma de constitución, y una dialéctica masa-organizaciones de masa.
La moda autogestionaria tiene su clímax en 1977. Ese año se crearon el Centro Internacional de Coordinación de Investigaciones sobre la Autogestión (Cicra), en Francia, y el Instituto Intercultural para la Autogestión y Acción Comunal (Inauco), en España.
Siguiendo esta misma problemática, pero en un nuevo nivel de análisis, apareció en 1982 el libro Formación de oligarquías en procesos de autogestión, del sociólogo chileno Darío Rodríguez. Este autor, siguiendo las ideas del sociólogo alemán Niklas Luhmann sobre teoría de sistemas, explica que la formación de oligarquías o jerarquías es el mecanismo que las organizaciones tienen más a mano para reducir o manejar la complejidad del entorno externo e interno.
Es decir, de no mediar ningún mecanismo alternativo para hacerse cargo de la complejidad, el sistema “espontáneamente” tiende a recurrir a la formación de oligarquías o jerarquías. Ese descubrimiento lo llamaron la Ley de la complejidad, y lo describen como un fenómeno netamente sociológico, que trasciende las particularidades culturales.
Con esto se puede pensar en una analogía con lo que la ley de gravitación universal es para las ciencias físicas. Es una realidad que no se puede abstraer a la hora de construir obras en altura o aparatos para volar. El éxito no se obtiene ignorando la fuerza de gravedad, sino que desarrollando, mediante la ingeniería, las técnicas, mecanismos y dispositivos que permiten “vencer la gravedad”. De no incorporar la realidad de las tendencias oligárquicas al mismo sistema, mediante un proceso de re-entry, pasaremos eternamente dándonos porrazos.
Paralelo a esta reflexión, el profesor Darío Rodríguez nos advierte acerca de la importancia del factor cultural como determinante de premisas decisionales. En su estudio sobre la cultura organizacional del chileno, concluye que ella se caracteriza por ser vertical, paternalista, con tendencia a eludir las responsabilidades e individualista. El origen de estos rasgos estaría en la larga tradición de la hacienda y del sistema de inquilinaje, que vertebró por varios siglos el quehacer del país.
Estas características idiosincráticas de nuestros connacionales también deben ser incorporadas a la hora de planificar procesos de tinte autogestionario. Además, debemos ir hacia un análisis más fino, que nos permita descubrir aspectos culturales que posibiliten procesos autogestionarios, es decir, soportes en donde apoyarse –reforzándolos- para desde allí iniciar innovaciones (resilencias democrático-solidarias).
Otro debate en torno a la autogestión se produjo en relación a la figura del Estado y de la economía de mercado, y sobre las formas de propiedad más adecuadas. Una conclusión provisoria es que el ideal es la propiedad “social” de los medios de producción, aunque en la práctica se deben experimentar diversos tipos de propiedad. Razeto propone la propiedad personal asociada o repartida, otros, la municipal. Algunos se inclinan por la propiedad estatal con estatuto de autonomía, o la propiedad externa del capital pero también regida por un estatuto que garantice la soberanía de los órganos autogestionarios.
El Estado, como paradigma jerárquico de estructuración política, tiene una racionalidad distinta y contrapuesta a la autogestión. Lo mismo puede decirse del Mercado, definido como una particular institución, forma o mecanismo de integración y coordinación de la actividad económica. La lógica mercantil, del valor de cambio, del dinero-mercancía, de la guerra comercial, es disfuncional con la racionalidad autogestionaria.
Aunque las organizaciones democrático-solidarias y los proyectos autogestionarios deben crear sus propios y adecuados sistemas de integración económica y estructuras políticas, es indudable que tendrán que convivir con el Mercado y el Estado. Esta convivencia será más favorable para la causa autogestionaria en la medida que se logre democratizar y descentralizar el Estado y que los mercados se acerquen lo más posible a la “perfección” de que hablan los economistas.
Por último, algunos esbozos de líneas de investigación para hacer más probables el surgimiento, consolidación y desarrollo de las organizaciones democrático-solidarias y de los procesos de intención autogestionaria:
a) En el ámbito de la antropología, es preciso estudiar las formas organizacionales pre-clasistas o pre-patriarcales: sociedades, pueblos o tribus matricéntricas, matrilineales, extinguidas o que sobreviven en remotos lugares. Erich Fromm nos dice que estas agrupaciones humanas tienen de común denominador: igual protagonismo y valoración de hombres y mujeres, predominio de propiedad comunitaria, inexistencia del matrimonio, la mayoría del trabajo se realiza con métodos asociativos (el trabajo asalariado es marginal), respeto al medio ambiente y vínculos pacíficos internos y con los vecinos. Estas afirmaciones han sido corroboradas por investigadores como Humberto Maturana. El antropólogo Pierre Clastres tiene interesantes estudios sobre las sociedades que, aunque presentan grados altos de complejidad, nunca llegaron a desarrollar Estados.
b) Otra veta es analizar las manifestaciones existentes, hasta las más diminutas o aparentemente insignificantes de ayuda mutua y convivencia democrática: “mingas”, organizaciones económicas populares, los «beneficios», etc. Luis Razeto teorizó sobre el fenómeno producido en los sectores populares en la crisis de comienzos de la década del ochenta.
c) Creación de tecnologías apropiadas (organizacionales, de intervención social y medioambiental). Análisis y crítica de Iván Illich.
d) Elaboración de una teoría adecuada (confrontación entre ideología, ciencias y práctica). Experimentación y retroalimentación con las ciencias sociales y humanas. Apoyo en Teoría Organizacional comprensiva. Conceptualización de las organizaciones como sistemas sociales compuestos por decisiones, compromisos, conversaciones, comunicaciones (Luhmann, Fernando Flores, teoría de sistemas, de comunicación organizacional). Desde 1983 se edita la Revista Iberoamericana de Autogestión y Acción Comunal (Ridaa), cuyo director es Antonio Colomer. En ella se ha ido configurando una multidisciplinaria reflexión.
e) Estudios sobre el imaginario social y la realidad simbólica: Cornelius Castoriadis, Amadeo Bertolo, Félix Guattari.
f) Propuestas en torno a la Comunicación e información social en función del cambio social. Armand Mattelart, Manuel Calvelo.
g) Confección de un proyecto político (“empoderamiento” – “poder popular”). Conformación de alianzas y fijación de estrategias. Asambleas zonales, foros ciudadanos, etc. Teoría política comprensiva. Eduardo Colombo. Acumulación de fuerzas. Capacidad negociadora. Necesidad de las treguas.
h) Configuración de un sector de economía social, con sistemas alternativos de producción, distribución y consumo, de formas, mecanismos o instituciones de integración de la actividad económica que sean coherentes con la racionalidad democrático-solidaria. Francois Perroux, Karl Polanyi, Michel Albert. Hacia una teoría económica comprensiva (Razeto) o de las necesidades (Manfred Max-Neef).
i) Implementación de metodologías de educación-aprendizaje permanente (Iván Illich, Paulo Freire).
j) Preparación de liderazgos apropiados (facilitadotes, proactivos, promotores, catalizadores). ¿Qué hacer con los dirigentes que ya cumplieron con sus cargos? Reciclaje ¿Cómo aprovechar su experiencia sin que se conviertan en conductores «eternos»?
k) Desarrollo de “resquicios legales”. El armazón jurídico-legal, por provenir de poderes del Estado –que tienen otra racionalidad- nunca se ajustará exactamente a las necesidades o intereses de la corriente democrático-solidaria. Por lo tanto, es preciso crear “artimañas” que permitan operar sin transar los principios. Para esto, hay que partir por diferenciar claramente entre orgánica y personalidad jurídica.
l) Aportes de la Sicología social y comunitaria. Adentrarse en el Análisis institucional o Socioanálisis: Rene Lourau, Pierre Ansart.
m) Propuestas desde la Ecología social: Murray Bookchin. Comunalismo o municipalismo libertario.
n) Creación de mística, espíritu (Gustav Landauer). Relación con conceptos de Utopía e Ideales (metáfora del horizonte, de las figuras matemáticas de línea, punto y límite). Mahatma Gandhi.
Esta ponencia fue presentada en la Jornada Territorial Norte de Servicio País, realizada en la ciudad de Caldera, en el invierno de 2004.
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