Espacio abierto Fuhem, acompañando a Michael Löwy, 11 de febrero de 2013
Frente al nihilismo contemporáneo, el ecosocialismo propugna una moral igualitaria basada en valores universales, arrancando en el primero de ellos: la dignidad humana. Más allá de la moral capitalista de poseer y consumir, más allá de su moral, la nuestra: vincularse y compartir. El pensador marxista franco-brasileño Michael Löwy, uno de los teóricos del ecosocialismo moderno, ha argumentado la necesidad de una ética ecosocialista con los siguientes rasgos: social, igualitaria, solidaria, democrática, radical y responsable[1].
Frente a la deriva biocida de las sociedades contemporáneas, el ecosocialismo apuesta por vivir en esta Tierra, “haciendo las paces” con la naturaleza. El socialismo, como sistema social y como modo de producción (sobre la base de la producción industrial), se define esencialmente por las condiciones de que el trabajo deja de ser una mercancía, y la economía se pone al servicio de la satisfacción igualitaria de las necesidades humanas. El valor de uso ha de dominar sobre el valor de cambio: esto es, la economía ha de orientarse a la satisfacción de las necesidades humanas (y no a la acumulación de capital). El ecosocialismo añade a las condiciones anteriores la de sustentabilidad: modo de producción y organización social cambian para llegar a ser ecológicamente sostenibles. (No mercantilizar los factores de producción –naturaleza, trabajo y capital—, o desmercantilizarlos, es la orientación que un gran antropólogo económico como Karl Polanyi sugirió en La Gran Transformación.)
Frente a la pérdida de horizonte alternativo (tanta gente que ya sólo concibe la vida humana como compraventa de mercancías), el ecosocialismo es anticapitalista en múltiples dimensiones, incluyendo la cultural, y está comprometido con la elaboración de una cultura alternativa “amiga de la Tierra”. Hablaremos de “socialismo” en el sentido propio e histórico del término, un socialismo radicalmente crítico del capitalismo que busca sustituirlo por un orden sociopolítico más justo (y hoy hay que añadir: que sea sustentable o sostenible). No nos referimos, por tanto, a la profunda degeneración de la corriente política socialdemócrata que ha terminado desembocando en partidos políticos nominalmente “socialistas” aunque practiquen políticas neoliberales.
Frente a la tentación de refugiarse en los márgenes, el ecosocialismo mantiene la lucha por la transformación del Estado. Me impresionó, hace no mucho, un artículo de Ignacio Sotelo donde, tras decretar la inviabilidad de la revolución –“mitología decimonónica de una clase obrera supuestamente revolucionaria”— y también de la mera reforma –ya que “la rebelión y la protesta no van a cambiar el capitalismo financiero establecido”– el catedrático de sociología –que se supone representa de alguna manera la izquierda del PSOE, no lo olvidemos— concluye que “no queda otra salida que trasladarse a otro país –la emigración vuelve a ser el destino de muchos españoles– o bien encontrar acomodo en la economía alternativa, saliéndose del sistema”[2]. Es llamativa la coincidencia de esa propuesta de supervivencia en los márgenes, altamente funcional al desorden establecido, con la tentación de una parte considerable de los movimiento alternativos indignados: organicémonos por nuestra cuenta al margen del Estado (si destruyen la sanidad pública, creemos cooperativas de salud autogestionadas, etc.). Frente a esa tentación, el ecosocialismo afirma: no renunciamos a la transformación del Estado, de manera que llegue a ser alguna vez de verdad social, democrático y de Derecho.
Frente a la dictadura del capital que se endurece a medida que progresa la globalización, el ecosocialismo defiende la democracia a todos los niveles. Desmercantilizar, decíamos antes: y también democratizar. El ecosocialismo trata de avanzar hacia una sociedad donde las grandes decisiones sobre producción y consumo sean tomadas democráticamente por el conjunto de los ciudadanos y ciudadanas, de acuerdo con criterios sociales y ecológicos que se sitúen más allá de la competición mercantil y la búsqueda de beneficios privados.[3]
Frente al patriarcado, ecofeminismo crítico. Como ha señalado Alicia Puleo, el ecofeminismo no se reduce a una simple voluntad feminista de gestionar mejor los recursos naturales, sino que exige la revisión crítica de una serie de dualismos que subyacen a la persistencia de la desigualdad entre los sexos y a la actual crisis ecológica. El análisis feminista de las oposiciones naturaleza/ cultura, mujer/ varón, animal/ humano, sentimiento/ razón, materia/ espíritu, cuerpo/ alma ha mostrado el funcionamiento de una jerarquización que desvaloriza a las mujeres, a la naturaleza, a los animales no humanos, a los sentimientos y a lo corporal, legitimando la dominación del varón, autoidentificado con la razón y la cultura. El dominio tecnológico del mundo sería un último avatar de este pensamiento antropocéntrico (que sólo otorga valor a lo humano) y androcéntrico (que tiene por paradigma de lo humano a lo masculino tal como se ha construido social e históricamente por exclusión de las mujeres). La negación y el desprecio de los valores del cuidado, relegados a la esfera feminizada de lo doméstico, ha conducido a la humanidad a una carrera suicida de enfrentamientos bélicos y de destrucción del planeta. Un ecofeminismo no esencialista y decidido a realizar una “ilustración de la Ilustración”, como el que propone Alicia Puleo[4], hemos de considerarlo imprescindible aliado del ecosocialismo que aquí se propugna.
Frente a la idea de un “capitalismo verde”, el ecosocialismo defiende que no tenemos buenas razones para creer en un capitalismo reconciliado con la naturaleza a medio/ largo plazo, aunque en el corto plazo sin duda serían posibles reformas ecologizadoras que permitirían básicamente “comprar tiempo” con estrategias de ecoeficiencia (“hacer más con menos” en lo que a nuestro uso de energía y materiales se refiere)[5]. La razón de fondo de tal incompatibilidad es el carácter expansivo inherente al capitalismo, ese avance espasmódico que combina fases de crecimiento insostenible y períodos de “destrucción creativa” insoportable. Hoy ya estamos más allá de los límites, y por eso suelo decir que “el tema de nuestro tiempo” (o al menos, uno de los dos o tres “temas de nuestro tiempo” prioritarios) es el violento choque de las sociedades industriales contra los límites biofísicos del planeta (y hoy “sociedades industriales” quiere decir: el tipo concreto de capitalismo financiarizado, globalizado y basado en combustibles fósiles que padecemos). Si se quiere en forma de consigna: marxismo sin productivismo, y ecologismo sin ilusiones acerca de supuestos “capitalismos verdes”.
Frente a la quimera del crecimiento perpetuo, economía homeostática[6]. Una economía ecosocialista rechazará los objetivos de expansión constante, de crecimiento perpetuo, que han caracterizado al capitalismo histórico. Será, por consiguiente, una steady state economy: un “socialismo de estado estacionario” o “socialismo homeostático”. La manera más breve de describirlo sería: todo se orienta a buscar lo suficiente en vez de perseguir siempre más. En los mercados capitalistas se produce, vende e invierte con el objetivo de maximizar los beneficios, y la rueda de la acumulación de capital no cesa de girar. En una economía ecosocialista se perseguiría, por el contrario, el equilibrio: habría que pensar en algo así como una economía de subsistencia modernizada, con producción industrial pero sin crecimiento constante de la misma.
Frente al individualismo anómico y la competencia que enfrenta a todos contra todos, frente a la cultura “emprendedora” que convierte a cada cual en empresario de sí mismo presto a vender sus capacidades al mejor postor, el ecosocialismo defiende el bien común y los bienes comunes. Esta consigna apunta a priorizar los intereses colectivos (¡no solamente los de los seres humanos, y no solamente los de las generaciones hoy vivas!), y a gestionar las riquezas comunes más allá de las exigencias de rentabilidad del capital. Educación, sanidad, energía, agua, transportes colectivos, telecomunicaciones, crédito –ninguno de estos servicios básicos deberían ofrecerlos empresarios privados en mercados capitalistas. Tendrían que proveerse mediante empresas públicas y cooperativas gestionadas democráticamente.
Frente a la fosilización dogmática, ecosocialismo es socialismo revisionista. Pero es que, como decía Manuel Sacristán, “todo pensamiento decente tiene que estar siempre en crisis”[7]. Aquí también es de utilidad la categoría pasoliniana de empirismo herético que le gustaba recordar a Paco Fernández Buey. Yendo a lo nuestro: lo esencial del marxismo, como repetían estos grandes maestros, es el vínculo de una idealidad emancipatoria con el mejor conocimiento científico disponible. Cada elemento teórico concreto del pensamiento socialista es revisable en función de lo que hayamos logrado saber recientemente: lo que resulta irrenunciable es la moral igualitaria que aspira a acabar con el patriarcado y con el capitalismo.
VEINTE ELEMENTOS PARA UN PROGRAMA DE TRANSICIÓN POSCAPITALISTA
En cierto momento de El socialismo puede llegar sólo en bicicleta (Los Libros de la Catarata, Madrid 2012), hacia el final del capítulo 8, me atreví a esbozar lo que podrían ser líneas maestras de un “programa de transición”. Lo completo y actualizo aquí.
1. Reforma ecológica de la Contabilidad Nacional, para disponer de indicadores adecuados que permitan evaluar la economía en su comportamiento biofísico (más allá de la esfera del valor monetario).
2. Socialización del sistema de crédito. Banca pública fuerte que canalice la inversión necesaria para la transición económico-ecológica.
3. Entre los mecanismos más interesantes para la planificación indirecta no burocrática de la inversión en economías con sectores de mercado importantes se hallan los descuentos y recargos en los tipos de interés. La banca pública presta dinero a las empresas con ciertos descuentos o recargos en el tipo de interés, decididos para cada sector de bienes de consumo en función de criterios sociales y ecológicos.
4. Reforma fiscal ecológica, para “internalizar” una parte de los costes externos que hoy provoca nuestro insostenible modelo de producción y consumo. La figura central sería un fuerte ecoimpuesto sobre los combustibles fósiles. Se haría en el marco de una…
5. Distribución más igualitaria de la riqueza y los ingresos. “Nuevo contrato fiscal” que globalmente aumentaría la tributación de las rentas altas y del capital, y pondría más recursos en el sector público (y desde luego eliminaría los paraísos fiscales).
6. Intensa reducción de las disparidades salariales.
7. Reducción del tiempo de trabajo, de manera que se pueda disfrutar de mucho más ocio (entendido no como consumismo en el tiempo libre, sino como actividades autotélicas –aquellas que se buscan por sí mismas, no como medio para otros fines–, que son una de las claves principales de la vida buena)…
8. …y buscando las condiciones para que la reducción del tiempo de trabajo se traduzca en nuevo empleo (ello dista de ser automático). El pleno empleo volvería a ser un objetivo esencial de las políticas económicas. Trabajar menos (solidaridad social) y consumir menos bienes destructores de recursos escasos (solidaridad internacional e intergeneracional) para trabajar todos y todas, y consumir de otra forma.
9. Políticas activas de empleo; formación continuada a lo largo de toda la vida laboral; sistemas renovados de recalificación profesional.
10. “Tercer sector” de utilidad social, semipúblico, para atender a las demandas insatisfechas (por ejemplo las que se refieren a la “crisis del cuidado”).
11. “Segunda nómina” que el Estado abonaría a los asalariados que no trabajasen a jornada completa o lo hicieran por debajo de un salario mínimo decente.
12. Fiscalidad sobre el consumo lujoso, ya sea por medio de impuestos sobre el gasto (tipos impositivos crecientes por encima de cierto nivel de gasto), ya mediante tipos altos de IVA a los bienes de lujo.
13. Estrategia de fomento de los consumos colectivos para mantener un alto nivel de satisfacción de necesidades con mucho menor impacto ambiental.
14. Provisión de bienes y servicios públicos de calidad por parte de un sector de la economía socializado: energía, transporte, comunicaciones, vivienda, sanidad, educación…
15. Infraestructuras para la sustentabilidad: energías renovables, transporte colectivo, ciudades y pueblos sostenibles…
16. Fuertes restricciones a la publicidad comercial. Para empezar, una reforma impositiva: no permitir a las compañías declarar la publicidad como gastos de empresa desgravables.
17. Reducción de la escala física de la economía hasta los límites de sustentabilidad. Economía “de estado estacionario” en ese sentido (no necesariamente en cuanto a la “creación de valor”). Yo prefiero la expresión economía homeostática, una economía dinámica que deja de expandirse materialmente (y estabiliza su “flujo metabólico” de materiales y energía en niveles de sustentabilidad).
18. Aplicación del principio de biomímesis (reconstruir los sistemas humanos imitando algunos rasgos importantes de los sistemas naturales, de forma que los primeros sean más compatibles con los segundos), generalizando estrategias que ya han dado sus frutos en algunos sectores y disciplinas (agroecología, química verde, ecología industrial, etc.)
19. Estrategia de ecoeficiencia.
20. Desglobalizar y relocalizar lo esencial de la producción.
Por Jorge Riechmann
NOTAS
[1] Michael Löwy, Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, Ediciones Herramienta/Editorial El Colectivo, Buenos Aires 2011, capítulo 5: “Para una ética ecosocialista”. Ahora el libro se ha publicado también en España (ed. Biblioteca Nueva 2012).
[2] Con más detalle: “Después de un tramo más o menos largo de protestas, incluso con algunas acciones brillantes que logren llamar la atención, pero sin resultados palpables, los caídos en el mayor desamparo tendrán que buscar la forma de subsistir, bien al margen de la ley –aumento de la criminalidad agresiva, acudiendo al engaño y la estafa, o refugiándose en la economía sumergida– o bien, recurriendo a las propias fuerzas, con nuevas formas solidarias de intercambio que llevan a cabo los ‘autónomos de supervivencia’, una nueva categoría que habrá que establecer. Junto a la economía formal, se irá desarrollado una paralela, basada en cooperativas de crédito, de producción y consumo, o simplemente en el trueque de bienes y servicios, en definitiva, una ‘economía social y solidaria’, que desde el interior del sistema, vaya creando redes alternativas que resultan eficaces gracias a los modernos medios de comunicación. A muchos no les quedará otra salida que resistir en un sistema paralelo de producir, intercambiar y consumir, incluso utilizando una moneda propia, por rechazo a la oficial al servicio de un capitalismo financiero meramente especulativo.” Ignacio Sotelo, “La reacción social”, El País, 3 de diciembre de 2012.
[3] Como escribe Michael Löwy, “en tanto que las decisiones económicas y las elecciones productivas continúen en manos de una oligarquía de capitalistas, banqueros y tecnócratas –o, en el desaparecido sistema de economías controladas por el Estado, de una burocracia ajena a todo control democrático– nunca dejaremos el ciclo infernal del productivismo, de la explotación de los trabajadores y de la destrucción del medio ambiente. La democratización de la economía –que implica la socialización de las fuerzas productivas– significa que las decisiones importantes en la producción y la distribución no se toman por “los mercados” o un politburó, sino por la propia sociedad, después de un debate democrático y pluralista, en el que se opongan las propuestas y opciones diferentes. Es, claramente, la condición necesaria para la introducción de otra lógica socio-económica, y de otra relación con la naturaleza.” Löwy, Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, Ediciones Herramienta/Editorial El Colectivo, Buenos Aires 2011, p. 91-92.
[4] Alicia Puleo, Ecofeminismo, Cátedra, Madrid 2011.
[5] Tal es la perspectiva de los sectores capitalistas “ecoilustrados” –por desgracia, no demasiado poderosos en la dinámica global— que trabajan con la perspectiva estratégica de “desacoplar” el crecimiento económico de la sobreexplotación del planeta y sus recursos naturales. Esta perspectiva es miope cuando no engañosa, como he tratado de mostrar en algunos pasos de El socialismo puede llegar sólo en bicicleta y en otros lugares (por ejemplo en “Eficiencia y suficiencia”, capítulo 4 de Biomímesis, uno de los cinco volúmenes que integran mi “pentalogía de la autocontención”).
[6] Propongo la expresión “economía homeostática” como traducción de una importante expresión en lengua inglesa, steady-state economics, que suele traducirse por “economía de estado estacionario” (con connotaciones de estancamiento que en realidad no hacen justicia al concepto).
[7] Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal (eds.), De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán, Los Libros de la Catarata, Madrid 2004, p. 203.
Tomado de tratarde.org
Fuente fotografía
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