La noticia (antes de eso, rumor a voces) de la aparición pública de un hijo del presidente de la república y ex obispo Fernando Lugo –y luego otro y otro más, aún con su filiación en disputa legal- sirvió para generar una creativa industria de chistes en torno a él y para poner en juego las alineaciones partidarias y de los movimientos sociales, que sirvió para fortalecer aún más la rearticulación de la derecha, que a través de su bastión parlamentario (el coloradismo, el oviedismo y el patriaqueridismo controlan numéricamente Diputados y Senado) se ha acentuado ante los evidentes signos de falta de estrategia política que el gobierno presenta.
Podemos definir a este gobierno como contradictorio: intenta ganarse los apoyos de la izquierda y para ello reprime a los movimientos sociales a balazo limpio, como sucedió en el Departamento de San Pedro durante la ocupación militar-policial que sufrió por largos meses este verano y como sucedió este primero de mayo cuando comunistas, socialistas, feministas, anarquistas y víctimas de la dictadura funaban al torturador y ministro del Interior de la dictadura Sabino A. Montanaro; se había ganado a las feministas, cuando el manejo del tema hijos –tardío, inhábil, torpe- provocó ruidos en esas tan leales aliadas; con su política económica se había ganado a la derecha cuando contratos petroleros con la venezolana PDVSA enturbiaron el ambiente que terminó de embarrar el tema hijos y la salida del ministro Heisecke, un empresario neoliberal de pura raza; aliado del liberalismo, logró quebrar a ese partido al marginar al vicepresidente Franco y todo su sector de los círculos de poder; su más leal y ciego apoyo, el pseudo-leninista P_MAS es constantemente desmentido por el actuar del presidente, dejándoles en el ridículo más completo como sucedió en el reciente y polémico campamento juvenil de izquierda realizado en un predio militar: con el permiso de Lugo según el P-Mas, sin su autorización ni conocimiento según Lugo; se había ganado a buena parte del poderoso catolicismo de este país y con el descubrimiento de sus affaires mientras era obispo le dio armas al sector más retrogrado del obispado paraguayo para entronizarse en el poder de la Iglesia, en manos de obispos progresistas hasta el momento.
Una gestión contradictoria del ejecutivo que va aislando a Lugo en el descrédito y la decepción. Asunto que no necesariamente es un problema (hay mucha experiencia en Latinoamérica respecto a gobiernos que sobreviven a eso), salvo en cuanto contamina a los partidos y movimientos que públicamente aparecen como sus sostenedores en el gobierno. Y el descrédito gratuito que reciben esas organizaciones políticas es ganancia para las ganas de volver al ejecutivo que tiene el binomio colorado-oviedista.
Repercute todo esto en la percepción social del “cambio”, anulando las ganas y convicciones de que lo que se vive actualmente en Paraguay es distinto a lo que había bajo la larga sombra de la dictadura y su continuación colorada. Esta percepción se está profundizando, incrementando así las posibilidades de que la derecha más extrema (ANR, UNACE es decir colorados y oviedistas) vuelva a reinar en medio de la corruptela e indiferencia generalizada.
El cambio prometido ha perdido su encanto o, simplemente, se ha quedado en la frustrante percepción de que el amiguismo, el clientelismo y el nepotismo han continuado en manos de otros. Esa idea, instalada por una derecha interesada va haciendo mella en el ánimo ciudadano. Las peleas por cargos y prebendas no hacen más que aumentar esa sensación, pese a los esfuerzos que algunas carteras ministeriales (encabezadas por mujeres) hacen por desmentir, con hechos, esas ideas.
Ni siquiera la apuesta más consensuada y aprobada de este gobierno, la renegociación del tratado de Itaipú, firmado entre las dictaduras de Brasil y Paraguay en los años ’70 ha salido bien. La propuesta de revisión completa del tratado (que está hecho a la medida de Brasil) no encontró acogida favorable en el también “progresista” gobierno de Lula y sólo la decisión de Lugo de no firmar un acuerdo presentado por la diplomacia brasileña, salvó lo poco de buena imagen que le queda al gobierno.
Quienes han salido fortalecidos en este juego son las policías y las fuerzas armadas. Estas últimas son ahora parte fundamental de las herramientas represivas con que se ha dotado el gobierno, dotándoles de un poder y participación en la política práctica que en muchísimos años no habían tenido. Frente al posible cese de apoyo que los partidos políticos de la alianza patriótica para el cambio hagan, parece ser que el entorno luguista apuesta a sostenerse en el poder con el apoyo de las policías y las fuerzas armadas. Tal hecho sería un retroceso histórico, pero la práctica gubernamental realizada por el ministro del Interior Rafael Filizzola (un contumaz represor) nos muestra que es ya una realidad: las fuerzas armadas fueron usadas como fuerza de choque en la intervención gubernamental en el departamento de San Pedro (contra el campesinado organizado) y, en estos días, como retaguardia para la represión al movimiento sin techo.
Cooptados por el gobierno Lugo, los movimientos sociales de izquierda han sido desestructurados en este corto tiempo, desmovilizados y tratados como correa de transmisión en los juegos de inteligencia y rumores que el entorno luguista crea para afirmar los apoyos cada vez menos convencidos que tiene en la sociedad civil. Así, en los últimos días, para desmovilizar a los sintecho (unas organizaciones con bastante fuerza pero muy comprometidas con los gobiernos colorados) se hicieron circular rumores de golpe que encontraron eco en una serie de amenazas de bombas que como gripe porcina se extendió por Asunción.
En este escenario, sólo un giro radical tanto en la estrategia de gobierno, como en la percepción que tienen la mayoría de los movimientos sociales y partidos políticos sobre lo que es este gobierno, harán posible un cambio real, un tanto mas cercano a los sueños prometidos.
por Pelao Carvallo