Patrimonio de Papel

Día a día veo cómo se marchita mi ciudad mágica, aquella que tanto defiendo a diario, con la que ensancho mi pecho cuando les cuento a forasteros cada maravilla alojada en las esquinas, la que amo y respeto profundamente, la que agradezco a diario poder perderme en ella

Patrimonio de Papel

Autor: Director

Día a día veo cómo se marchita mi ciudad mágica, aquella que tanto defiendo a diario, con la que ensancho mi pecho cuando les cuento a forasteros cada maravilla alojada en las esquinas, la que amo y respeto profundamente, la que agradezco a diario poder perderme en ella.

Estos días son particularmente tristes y vergonzosos, “los museos a las colinas”, como describía un hermoso documental francés a los ascensores  de Valparaíso en el año 1963, hoy están muriendo uno a uno, frente a los ojos de todos los porteños, frente a los brazos cruzados de las autoridades, frente a la mirada burlona de las regiones, frente a un patrimonio tan mal mantenido y castigado, frente a un país que se deja extinguir como siempre sus memorias, sus raíces, sus emociones.

Los «museos a las colinas” han desaparecido como en una época desaparecieron personas, sin que a nadie le importe, sin que nadie grite, sin que nadie llore.

Cada cable y cada pilote se han hundido en la fragilidad de la geografía más insolente del país, como buenos guerreros han resistido las luchas del hombre y la naturaleza, la modernización aplastante, el olvido de su entorno.

Pienso en ellos, como en los vagabundos ebrios que deambulan por nuestras plazas y callejones, nadie los reclama, nadie los reconoce, nadie los atiende, nadie se hace cargo de ellos. Todos opinan del abandono y se esconden en la simplicidad de una compasión pasiva, todos se preocupan, nadie se ocupa.

De 32 “museos a la colinas” hoy viven 3, los 29 restantes como ánimas en pena, se resisten a esconder sus cuerpos, se exhiben a modo de protesta engrillados a los cerros, donde un día fueron inmortales, luminosos. Hoy se anclan quemados, desiertos, enfermos, olvidados.

No nos merecemos su protesta silenciosa, su agonía, su resistencia, no nos merecemos este patrimonio de papel que nadie valora, que nadie protege; terminemos de una vez con el sufrimiento de ellos y el de esta ciudad que se autodestruye día a día; basta de elevar edificios de 20 pisos sobre los cerros cada 1 mes,  quitándoles el gratuito lujo de mirar el mar hasta de sus baños a los porteños de las alturas.

Señores, de una vez construyan una fortaleza de luces y concreto, que atraviese los 42 cerros y que alcance los 30 pisos, para que de una vez por todas terminen de quitarnos el derecho de levantarnos observando el océano, de bajar al plan y subir al cerro en una cúpula de magia e historia, de comprar comida en el emporio amigo, de tomar un trolley hasta la aduana, de jugar ajedrez en la plaza O’Higgins, de descorchar un vino en una escalera rodeada de gatos, de caminar entre callejones repletos de ropa mojada; colgando en casas donde no hay centrifugas.

Estimados, quítenlos todo esto de un solo disparo, así la muerte dolerá menos.

Por Catalina Espinoza C.

Texto -de origen externo- incorporado a esta web por (no es el autor):


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