Por Rodrigo Álvarez
Los animadores son lo peor que ha inventado el show bussiness de este país. Y no es una crítica al Festival de Viña, tal vez sí una contradicción frente al magno evento. Veo su inauguración molesto por lo sobreactuado de todo, de lo predecible, de lo guionado, de lo manipulable que es la actitud del público. Y al mismo tiempo lo esperas, porque es tele de fondo, la que queda, la que aún se sostiene en el living o cocina de la casa y que tiene esta fiesta televisiva como un rito insoslayable en la cultura pop chilena.
Pero tiene animadores. Esta institución del dopaje ante las luces, de la irrealidad de presentar algo que todo el mundo sabe qué es, una externalidad negativa del formato que estamos acostumbrados a ver hace 60 años, atrapados en el verano, en la compra de los útiles escolares, en la última semana de las vacaciones de los cabros chicos, en los humoristas, en tu banda favorita.
Viña tiene animadores que gritan, que anuncian todos los números o remates al unísono, como en un coro de a dos, un perfecto dúo de cacatúas anunciando espacios que en definitiva no necesitan ser presentados, menos pretender entrevistarlos, entregarle premios, galvanos, zalamerías, “que dice la Quinta más fuerte!” aleona María José Godoy, que junto a Francisco Saavedra constituye esta institución del lugar común que existe desde los inicio de todo. Nunca Viña será Loolapalooza sólo por la existencia de los animadores.
Lo de la gaviota de Alison Mandel en la noche inaugural del domingo obedece a un guión como de una sitcom, aunque ella sea simpática, cae bien, pero bueno, su show no es algo que sea significativo, tampoco es malo, entretuvo, cumplió, fue un agradable momento de una noche del fin de verano trasnochando el domingo, porque eso es Viña, pero los premios y la colección de frases hechas, pauteada, esperada, y con el grito final de cada frase digamos que no es para llorar.
Viña tiene Festival, Viña tiene animadores, Viña tiene verano, y aún nos tiene a nosotros sufriendo, con la cara llena de sueño, pero presentes en una ritualidad tan irracional como simbólica.
Nota: los animadores del backstage son igualitos que los que están arriba del escenario, animan un espacio preparado donde conversan y gritan con el que acaba de cantar o contar chistes.
Sigue leyendo: