El degú de isla Mocha (Octodon pacificus), un roedor nativo de Chile que sólo vive en ese territorio insular ubicado a 31 kilómetros de la costa de la Región del Biobío, se consideraba una especie extinta hasta que a fines del año pasado un grupo de investigadores encontró un ejemplar, muerto en el patio de la casa de un poblador. El espécimen era hembra y estaba preñada, una señal esperanzadora de la existencia de más de los suyos.
De acuerdo a la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), referente mundial en la clasificación de especies bajo su grado de amenaza, el degú de isla Mocha está en la “peor” categoría: En Peligro Crítico. Comparte lugar con otras 42 variedades, de las 1.631 especies nativas que están en esa lista internacional. Veinticuatro de ellas pertenecen al Reino Animal, las restantes al Reino Vegetal.
Si bien no es posible indicar cuál de todas está en una situación más compleja, el grupo de anfibios es, sin duda, el más numeroso. Así lo señalan también los resultados del proceso de Clasificación de Especies del Ministerio de Medio Ambiente (MMA), entidad que ha analizado 1.147 especies nativas, de las que 39 animales endémicos están En Peligro Crítico.
Ecosistemas acuáticos y cambio climático
El portal Explora señaló que los 61 anfibios que ya han pasado por el proceso de clasificación de la cartera medioambiental del Gobierno, el 70% está amenazado. En los reptiles, el 35% de las 100 especies conocidas está en esa situación y en los peces continentales, casi el 83% está bajo alguna categoría de riesgo. “Coincidentemente peces y anfibios comparten ambientes acuáticos, justamente ecosistemas que están bastante alterados y presionados, por la extracción de agua, represamiento o contaminación”, dice Charif Tala, jefe del departamento de Conservación de Especies del MMA.
En el caso de sapos y ranas, las razones de su alta amenaza tienen que ver, además del impacto sobre los ecosistemas acuáticos, al hecho de que en su mayoría presentan distribuciones territoriales muy restringidas, “lo que per se los hace más vulnerables frente a impactos en su hábitat”, añade Tala.
En todo el mundo, la pérdida del hábitat es el factor común para la merma en la biodiversidad. “Eso no ha cambiado, pero ahora lo que marca la diferencia es que esa pérdida de su biósfera es mucho más grave a causa del cambio climático global”, indica Arturo Mora, oficial de programa sénior de la oficina regional para América del Sur de la UICN.
Preocupa el aumento de temperatura, porque no se sabe con certeza qué podría pasar con el grupo más desvalido de especies; algunas se pueden adaptar o desplazar, pero muchas de ellas desaparecerán, temen los expertos. El desarrollo de los pueblos, sobre todo en América Latina, también degrada y fragmenta los territorios, por lo que aunque existan áreas protegidas, los animales no pueden circular como antes, lo que en el caso de las especies migratorias tiene un impacto mucho mayor.
Perder un eslabón de la cadena
Los ecosistemas dependen del estado de las especies que los componen y si una de ellas desaparece, inevitablemente se producen cambios en ellos, los que pueden ser más o menos gravitantes dependiendo del rol que la extinta cumplía.
A modo de ejemplo, si desaparecen los pudúes de una zona los pumas tendrán menos oferta alimenticia en aquella área, lo cual obligará a las fieras a depredar en mayor cantidad sobre otras presas, algunas podrían ser domésticas lo que terminará afectando a los productores, según indica Tala. Asimismo, si se suprimen los polinizadores como las abejas se alterará la capacidad de las plantas para reproducirse, y eso traerá consecuencias globales en la trama trófica de ese ecosistema, lo que también perturbará funciones, que pueden ser muy útiles para las personas, como la provisión de agua por parte de los bosques.
“Cuánto se afecta un ecosistema y sus operaciones, dependerá de la función de la o las especies que desaparezcan. Lo peor de todo, es que en muchos casos es imposible o muy difícil predecir los impactos que se generarían producto de la extinción de estas a nivel de detalle”, enfatiza el experto del MMA.
Hay consenso de que la integridad de las biosferas, y por ende de toda la biodiversidad, es fundamental para la vida en el planeta, incluida la subsistencia de la especie humana. “Cuando una especie desaparece es como un eslabón. Aunque parezca que no tiene importancia, puede ser relevante para la supervivencia de otro. Por ejemplo, al oso polar, el deshielo le afecta muchísimo no sólo por la falta de témpanos, sino porque uno de sus alimentos principales son las focas, que hacen hogar entre el hielo de la superficie y el agua. Es una cadena que se va rompiendo cuando falta uno”, agrega Mora.