Es ya un tópico de las comunicaciones afirmar que la política, en nuestros días, se juega en las pantallas de televisión. En efecto, las campañas políticas y los líderes en el gobierno han aprendido esta lección desde hace años, por ello todo político que se precie tiene un equipo de asesores de imagen. El mejor ejemplo de este nuevo estadio de lo político lo constituye la reciente campaña del actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, quien fue incluso más allá del Broadcast para ensayar la primera campaña Podcast en el mundo. Dicho de manera sencilla: El poder de la imagen es, al mismo tiempo, imagen del poder.
Podríamos sostener que desde ha ya muchos años, en Chile todo es televisión, en otras palabras: nuestro país está transitando desde una cultura mediática o de instituciones hacia una cultura de nuevo cuño que algunos teóricos han llamado cultura mediatizada. De este modo, el resultado de un partido de futbol en Sudáfrica se traduce en cuestión de minutos en un carnaval en las calles de la capital. De manera análoga, la imagen de Piñera junto a los menesterosos entraña un impacto político: en una cultura en camino hacia la mediatización no es que lo político se represente en los medios sino más bien que los medios conforman un nuevo régimen de lo político.
El actual presidente de Chile ha venido desarrollando una presencia mediática que delata una astuta estrategia comunicacional. Este modo de entender la política se ha llamado “videopolítica” y, en su sentido mercantil, “marketing político”. No de otro modo se explica la continua presencia del presidente, con su casaca roja, pernoctando en una media agua, compartiendo unos tallarines con las víctimas del último terremoto, vibrando con el último partido de la selección nacional o celebrando el “día del padre”, junto a sus ministros. La imagen presidencial se inscribe en la lógica de las estrellas de televisión, se trata de una personalización de la política y, por extensión, del poder.
El presidente Piñera se instala visualmente en el imaginario social como una imagen amable, próxima y espontánea, alejado de toda pesantez burocrática, una figura que más allá de su riqueza y de sus altas responsabilidades mantiene inalterado su sentido humano. Esta operación política y televisual al mismo tiempo está destinada no sólo a enaltecer al primer presidente de la derecha chilena en más de medio siglo sino, además, a atenuar la inmensa simpatía que generó la ex mandataria Michele Bachelet. Es interesante advertir que, en rigor, la derecha chilena ensaya una suerte de populismo mediatizado que se juega en la personalización y la imagen más que en los alambicados protocolos institucionales. Para los sectores de oposición esta nueva realidad exige, sin duda, una profunda reflexión a la hora de legislar en torno a la nueva ley de televisión.
Por Álvaro Cuadra