Todo discurso presidencial queda acotado en dos dimensiones, el texto del mensaje y el contexto en el que se profiere. El primer discurso del Presidente, señor Sebastián Piñera, no escapa de esta dualidad. Hagamos notar que, desde una perspectiva comunicacional, el discurso del primer mandatario se enmarca como un espectáculo videopolítico de primera magnitud, con toda la carga simbólica y ritual de la dramaturgia gubernamental en que se confunden los miembros de la clase política con altos funcionarios del Estado, autoridades eclesiásticas y militares.
Digamos de entrada que se trata de un discurso político-mediático relevante, tanto para la alianza gobernante como para los opositores al actual gobierno de derechas. El mensaje presidencial despliega argumentos y objetivos que obligan a adherentes y detractores a tomar posición respecto de esta verdadera “hoja de ruta”. El texto mismo no ofrece muchas novedades, por lo menos, para quienes han estado atentos a las promesas realizadas durante la última campaña electoral. En efecto, la mayoría de los tópicos abordados por el señor Presidente ya habían sido formulados en calidad de promesas de candidato.
La diferencia, obviamente, es que ahora tales temas y objetivos orientarán el quehacer legislativo y las políticas públicas del Estado chileno. Esta diferencia, nada sutil, exhorta a la oposición no sólo a plantearse los asuntos propuestos sino a ocuparse de ellos en cuanto cuerpo legal en plazos relativamente breves. En pocas palabras, las propuestas del Ejecutivo se transforman en los hechos en un impulso que le otorga la iniciativa política frente a una oposición desarticulada, ayuna de ideas nuevas y carente de liderazgos convincentes.
Desde un punto de vista más amplio, habría que el texto presidencial se mantuvo en un tono más bien conciliador, cuestión nada de extraña si consideramos el contexto en que se inaugura la actual administración. El Presidente de la derecha ha optado por un discurso de centro-derecha, manteniendo un difícil equilibrio entre los sectores más radicales de su propia alianza y aquellos de la oposición. En rigor, la mayoría de las medidas propuestas muy bien podrían haber sido incluidas en el discurso concertacionista. No obstante, no se trata del quinto gobierno de la Concertación, sino del primer gobierno legal de la derecha tras medio siglo.
Al revisar el conjunto de medidas propuestas por el actual gobierno, todas ellas apuntan a una modernización del sistema político y económico chilenos. Se trata, por cierto, de una modernización enmarcada en el neoliberalismo, en que los términos eficacia y eficiencia anteceden a cualquier consideración frente a temas como la extrema pobreza o el mundo laboral. Una modernización que, reclamando una mirada de futuro opaca el pasado histórico reciente, de este modo silencia una serie de temas políticos que marcaron los últimos años en Chile, tales como juicios por Derechos Humanos, las luchas de las minorías étnicas, las polémicas medioambientales, para no mencionar cualquier atisbo de una reforma profunda de la actual Constitución.
La modernización del país a la cual aspira el sector empresarial es aquella en que se supere toda conflictividad social mediante la promesa redentora de terminar con la pobreza bicentenaria de nuestra sociedad. Así, toda referencia a una clase social se diluye en la idea fuerza de la nación, o mejor aún, de la unidad nacional. La modernización que se busca es, finalmente, la inclusión de todos los compatriotas en una sociedad de consumo. Los gobiernos concertacionistas, como el dios Jano, mostraron durante décadas una doble faz, por un lado miraban al pasado que los legitimó en el gobierno, por otro coquetearon –descaradamente, habría que agregar- con la promesa neoliberal de enriquecimiento personal y corporativo.
Esta ambigüedad moral y política que fue inherente a todos los gobiernos concertacionistas terminó por descomponer al conglomerado en sus fundamentos, generando el descalabro al que hoy asistimos. El actual gobierno de derecha presidido por el señor Sebastián Piñera, está exento de tal ambigüedad, sabe muy bien para quien gobierna y con quien gobierna. De este modo, anuncia un fortalecimiento y ampliación de los cuerpos policiales y, al mismo tiempo, nos promete una reconstrucción del país y una modernización del sistema electoral, yuxtaponiendo sin ambages la represión, la seducción y el fasto político-mediático.
Por Álvaro Cuadra
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad Arcis