Postal de la hipocresía

Es curioso que, en un momento en que lo que más necesita la Concertación es generar el mismo entusiasmo de los votantes que otrora los llevara con comodidad al sillón presidencial, una de las caras protagónicas en esta campaña de segunda vuelta ridiculizara el entusiasmo de una ciudadana


Autor: Rambler

En un momento brillante de la crónica que el escritor estadounidense David Foster Wallace escribiera sobre su seguimiento a la candidatura del republicano John McCain, en las primarias del año 2000, se describe la escena en que, en la habitual ronda de preguntas por parte del auditorio luego del discurso del candidato en alguna comunidad, un adulto de mediana edad pide la palabra y le comunica al candidato, con toda seriedad, que tiene conocimiento de que el gobierno de Michigan controla las mentes de sus ciudadanos por medio de una máquina. Su pregunta era si, de salir McCain presidente, éste compensaría de alguna forma el haberle comunicado semejante revelación, y si ocuparía esa máquina, y con qué fines. Se trataba, qué duda cabe, de un loco. El auditorio guardó silencio. La salida fácil para McCain hubiese sido reírse del pobre individuo con alguna respuesta ingeniosa, provocar la carcajada general y dejar a ese sujeto, cuyas palabras tuvieron la seriedad que, para él, ameritaba la situación, en ridículo. McCain, sin ningún tipo de paternalismo y con la misma seriedad, le respondió que sí, que investigaría el asunto y vería qué se podía hacer… “lo hizo todo con tanta presteza y elegancia” escribe Foster Wallace, “y con una decencia básica tal que si hubiera sido todo una simple actuación entonces McCain sería el diablo en persona”.

Recordé ese pasaje hace algunos días, viendo noticias. En una de las escenas de campaña de esas que acostumbramos ver desde hace varias semanas, aparecía Frei con un grupo de señoras. Las señoras gritaban el clásico “Se siente, se siente, Frei presidente”. Una de ellas se destacaba por su entusiasmo al borde de la furia; su grito sobresalía por su volumen, y siguió gritando incluso habiéndose callado las demás voces. Claudio Orrego, uno de los “salvavidas” que la Concertación utilizó para rescatar ese buque al borde del naufragio que es la campaña de Frei, la miró sonriente y dijo “Señora, tómese un armonyl”. Risas generales.

Es curioso que, en un momento en que lo que más necesita la Concertación es generar el mismo entusiasmo de los votantes que otrora los llevara con comodidad al sillón presidencial, una de las caras protagónicas en esta campaña de segunda vuelta ridiculizara el entusiasmo de una ciudadana. Orrego ni siquiera trató de simular una fraternidad o una cercanía con la señora, sino optó por el camino simple, el más corto: dejarla en ridículo. Dejó en evidencia la misma falta de “decencia básica”, la misma falta de sinceridad que le impide a esta casta política reconocer que se caen a pedazos.

Uno de los puntos fuertes de la campaña de Mc Cain era la frase con que finalizaba sus intervenciones: “tal vez están de acuerdo conmigo, tal vez no, pero siempre… les diré… la verdad”. Para un pueblo tan acostumbrado a que les mientan, como el norteamericano (“Nunca tuve relaciones sexuales con la Srta. Lewinsky”), esa simple declaración (aunque provenga de un republicano recalcitrante) los llevaba a ilusionarse con la idea de que el desfile de hipócritas que se reían en la cara de la ciudadanía quizás pudiera tener fin.

Nuestra casta política con su hipocresía rampante ya no está preocupada por la verdad. Frei, hablando de valores humanos, cuando hizo hasta lo imposible por impedir el juicio a Pinochet. Piñera hablando, en su franja televisiva, de que quiere fortalecer los sindicatos. El tan celebrado progreso que esgrime la Concertación tiene un trasfondo negro: asesinados por Carabineros, torturados, episodios de censura, corrupción, desigualdad y segregación brutales. Los mismos legitimadores de esto ahora nos muestran su mejor cara de filántropos, nos exhiben su declaración de buenas intenciones para la humanidad.

Si tenemos algún compromiso con la verdad, no deberíamos apoyar esta hipocresía: deberíamos anular el voto. Lo que Orrego decidió hacer tiene un significado profundo: es ufanarse de su posición de autoridad, es marcar la diferencia entre el “ciudadano común” y su posición intocable de político. La coalición de Orrego podrá ganar o podrá perder: él seguirá teniendo la seguridad que le da su posición política y su cuenta corriente. Esa señora seguirá siendo explotada por un sueldo mísero en su trabajo, vivirá con una jubilación mísera, sus hijos estarán condenados a una educación deficiente: será una más de los muchos trabajadores a los que no les son reconocidos sus mínimos derechos.

Pero las cosas pueden cambiar. Quizás llegue un momento en que las cosas cambien y señoras como esa, trabajadores hastiados de las mentiras decidan unirse, organizarse, ser un solo puño. Y ahí la comodidad de la Concertación, de Orrego y de nuestros políticos se verá en problemas. Ahí veremos por fin sus intereses al descubierto. En ese momento, le recomendaría a Orrego que se tomara un armonyl.


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