Prejuicios machistas en autoridades académicas y científicas

Fraude infomativo sobre las relaciones de hombres y mujeres en las sociedades antiguas, en los manuales académicos de arqueología y antropología


Autor: Wari

Fraude infomativo sobre las relaciones de hombres y mujeres en las sociedades antiguas, en los manuales académicos de arqueología y antropología.

Ahora que viene el día de Santa Águeda, del 5 de febrero [con la fiesta de «Las Alcaldesas», fiestas en las que son las mujeres las que mandan, y que sustituyen al «Día de las Mujeres» de la cuenca del Mediterráneo, durante las cuales los varones ocupaban una posición subsidiaria y eran las mujeres las que, escondidas detrás de una máscara, podían hacer locuras y liberarse de todos los tabúes (sexuales: adulterio consentido, discriminaciones de género: podían insultar y mandar a varones…). Y similares a las celebradas con anterioridad en todo el universo, entre ellas las: «Saceas» (de esclavas saceas en honor de la diosa Anaita, en recuerdo del tiempo en que formaban parte de tribus escitas de amazonas del mar Caspio, dominadoras de otros pueblos y que fueron esclavizadas por los babilónicos en el siglo VI adne). O las fiestas, «Ymaricuma» (de tribus chincuanas del Amazonas), que recordaban la situación anterior cuando tenían autonomía y no se dejaban apabullar por ningún varón, antes de la revolución patriarcal], yo me pregunto:

¿Cuándo se va a acabar con el fraude informativo sobre las relaciones de hombres y mujeres en las sociedades antiguas, en los manuales académicos de arqueología y antropología?

A pesar de que los prehistoriadores se hayan atrevido a divulgar la idea de que la mujer prehistórica era arrastrada por los cabellos y violada por parejas prepotentes, hoy los nuevos hallazgos etológicos, antropológicos, arqueológicos, sociológicos, etnohistóricos… fundamentan la idea de que nuestras ancestras tenían autonomía económica y sexualidad promiscua, con parejas de ambos sexos y elegidas por ella. Por lo que no tendría necesidad de conseguir «ser mantenida por un cazador», sino disfrutaría del placer sexual siempre que lo desease y para estrechar lazos sociales, con parejas del mismo o del opuesto sexo.

No tiene sentido que se siga dando validez a las falsas deducciones de algunos antropólogos, arqueólogos y divulgadores de la ciencia prehistórica, sobre las relaciones entre los sexos en las sociedades antiguas, ya que infirieron hechos aventurados sin el suficiente apoyo.

Afirmaban que las mujeres, desde el principio de los tiempos de la cultura humana, habían jugado un papel subordinado y dependiente del varón en lo sexual y lo económico. Y lo defendían, a pesar de que no existía ninguna prueba científica que sostuviera tal idea, a no ser el hecho de que, en el momento histórico en que hicieron sus conjeturas, las mujeres que ellos conocían, estaban subordinadas y eran mantenidas por varones trabajadores y sustentadores de su familia.

Dado que creían que la causa de su sumisión era genética, consideraron legítimo proyectar su realidad para el resto de las mujeres de todos los continentes y para la Edad de Piedra: todas, al igual que las de su entorno, dependerían para su sustento y el de su prole de un varón con el que estaría unida en una relación de pareja monógama.

Y también, lamentablemente especularon, y afirmaron con rotundidad fuera de toda duda razonable, que nuestras ancestras en algún momento de la evolución, habían conseguido que un cazador les hiciera la vida más fácil, al cambiar sexo por carne, gracias a que se habían vuelto receptivas sexualmente recién paridas. Por lo que frente al derecho sexual del «esposo cazador» que le «pagaba» con carne de caza, tendrían la misma sexualidad dependiente que las esposas que tenían en su entorno: aquéllas serían igual que las suyas, con una vida sexual como valor de cambio. Y se mantendrían puras, acartonadas y pasivas en el coito, sin deseo voluptuoso, como un objeto que sólo proporcionaba la ocasión para el placer del que las sustentaba.

Jones y Pay dicen, hablando del sesgo habitual en que se construye el conocimiento, afirma en (1999, 328): «… la bibliografía arqueológica está impregnada de suposiciones, afirmaciones y puntos de vista sobre el género que derivan más de experiencias contemporáneas que del análisis científico. El modelo evolutivo del hombre-cazador: incluye un conjunto de suposiciones sobre hombres y mujeres -sus actividades, capacidades, relaciones interpersonales, posición social, valor relativo, y su contribución a la evolución humana- que resumen el problema del androcentrismo. En esencia, el sistema de género que muestra el modelo presenta un parecido asombroso con los estereotipos de género contemporáneos».

No sólo parece que los roles de género no han cambiado desde la Prehistoria, sino que el valor de la experiencia de la mujer en el pasado se considera similar al del presente. Desafortunadamente, durante demasiado tiempo, los divulgadores de la ciencia prehistórica pusieron todo su talento narrativo a recrear la Prehistoria y construyeron un pasado sobre las relaciones varón-mujer con prejuicios, igualmente, machistas, confundidos por creencias que poseían una larga tradición en la arqueología y en la antropología.

Y se atrevieron a divulgar la idea de que la mujer prehistórica era arrastrada por los cabellos y violada por parejas prepotentes. No consideraron absurdo tal razonamiento. Era lo normal después de estar tanto tiempo bajo la influencia de interpretaciones de sesgo patriarcal. Debieron de creer que tales ideas androcéntricas estaban acreditadas con pruebas genéticas, científicas o artísticas, cuando en realidad sólo eran las presunciones infundadas de algunos investigadores, fuertemente condicionados en los valores machistas.

«Lo que hoy conocemos como ciencia es el producto de la historia anterior, de la historia de la humanidad durante algunos miles de años; pero resulta evidente que no es la ciencia como verdad excluyente y definitiva, no es la única posible, no es neutral ni está por encima de esa humanidad conflictiva que le dio forma específica (…) Afirmamos que la ciencia se ha construido desde el poder y que el poder ha puesto la ciencia a su servicio y afirmamos también que se ha construido de espaldas a la mujer y a menudo en contra de ella». (Durán, 2002).

Así que no tiene nada de extraño que en las sociedades occidentales del siglo XXI, muchas personas, propias y extrañas a la comunidad científica, las sigan creyendo como «verdades científicas e inamovibles», ante las cuales no hacen mucha mella los nuevos descubrimientos de la etología y de la antropología de género (Ésta última surgida para compensar los estudios de la antropología a secas, pretendidamente «científica», aunque no totalmente objetiva, ya que sus estudios fueron elaborados por antropólogos, condicionados hasta hace poco, exclusivamente en valores sexistas).

Los recientes hallazgos aportan pruebas científicas que muestran fácilmente la debilidad de los argumentos de quienes defienden la existencia de la monogamia heterosexual eterna y la subordinación femenina genética. Pero, a pesar de que tales descubrimientos ayudan y dan sustento a las feministas y a quienes defienden la igualdad entre los sexos, las nuevas ideas se estrellan contra una muralla de piedra.

Muralla sustentada en presunciones, prejuicios y estereotipos sobre la desigualdad y superioridad de unos sobre otras. Y defendida por algunas autoridades «científicas» que durante muchísimo tiempo han ejercido el poder en el mundo oficial académico de muchas disciplinas. Además, tales ideas fanáticas las han trasmitido a todos los campos del pensamiento occidental y las han logrado imponer en las mentes de gran parte del resto de los nuevos «científicos».

Por lo que no son muchos los que quieran prestar la mínima atención a los descubrimientos que «importunan» a las autoridades «científicas» androcéntricas, que son las que tienen el mando y de los que dependen.

Por ejemplo, muchas feministas académicas no se atreven a despojar a las autoridades de sus prejuicios abiertamente para no perder sus puestos, o se muestran reacias a contradecirlos, ya que son seres adaptativos, y lógicamente actúan según la historia de refuerzos.

Otros académicos no desafían a las autoridades, bien porque se identifican con las ideas implementadas por quienes gozan de prestigio, por lo que lógicamente piensan que personas tan eximias no iban a mentirles. En otros casos, aunque no se identifiquen con esas ideas, son timoratos, y no se atreven a cuestionar la autoridad, porque quieren formar parte del universo poderoso academicista, así que se pliegan a sus falsas ideas.

En cualquier caso, no todos los que forman el mundo académico: de la arqueología, de la antropología, de la sociología…, pueden soportar la inconfortabilidad de ser marginada por no compartir las creencias o seguir las consignas del poder, ya que se necesita dedicar mucho tiempo, esfuerzo y tal vez riesgo personal en la lucha necesaria para ello.

Y además, en el mundo oficial de diversas disciplinas «científicas», las autoridades que lo integran siguen sin prestar la mínima atención a los avances de las ciencias. Incluso algunos de ellos se dedican con maneras autoritarias a frustrar con críticas las monografías y artículos escritos por quienes sí que los tienen en cuenta.

Bien los descalifican como no científicos, a pesar de su sólida base científica, porque aportan pruebas que contradicen sus afirmaciones y cuestionan los paradigmas defendidos por ellos. Su cerrazón es la lógica ante las ideas innovadoras que rebaten sus dudosas afirmaciones. Por lo que oponen gran resistencia a su acreditación: para evitar que se modifique el status quo vigente; y para evitar perder los privilegios adquiridos. Saben que si las apoyaran dejarían de vender los libros que forman parte de los manuales curriculares y que han sido escritos desde la visión antigua; también dejarían de ser invitados a los Congresos de sus disciplinas; dejarían de ser citados en los trabajos académicos; dejarían de monopolizar el poder, tanto en museos como en departamentos universitarios; y el «derecho» a conceder a dedo importantes cargos, tanto a sus hijos como a los alumnos aduladores y sumisos…

O los desconsideran tachándolos de subjetivos, amparándose en que incluyen el punto de vista feminista, en nombre de una falsa objetividad que no tiene, según parece, los que defienden la visión machista. Porque: «Las ideologías masculinas se crean a partir de la subjetividad masculina: no son objetivas, ni están libres de valores, ni son las únicas ideologías «humanas». El feminismo exige que reconozcamos en toda su extensión su falta de validez para las mujeres, su distorsión, androcentrismo, y que comencemos a pensar y expresar ese reconocimiento» (Rich, 1980, p. 207). (Jones y Pay, 1999: 323).

Queda claro, por tanto, que la interpretación arqueológica se ha visto condicionada por un conjunto de asunciones implícitas sobre el género y que el papel de las mujeres en el pasado no ha recibido una atención explícita. «La interpretación y presentación androcéntrica del pasado está estructurada -a la vez que estructura-, por la esfera ideológica y simbólica de nuestra sociedad, en tanto que el pasado duplica y legitima las normas y valores actuales». (Gero, 1999: 36).

«Todas estas cosas son mitos que se fomentan porque en realidad el feminismo es una ideología totalmente igualitaria que ataca estructuras que privilegian a unos para discriminar a otras, y eso hace que no sea querido». (Mª Isabel Menéndez, 2004).

Si todos los interesados en la antropología, la arqueología, la sociología… tuvieran una educación más liberal, o no tuvieran miedo de perder algo con ello, reconocerían los nuevos hallazgos etológicos, antropológicos, arqueológicos, sociológicos, etnohistóricos…

No obstante, desafortunadamente, la mentalidad machista, con su poder devastador, se ha asentado demasiado profundamente en el mundo académico de esas disciplinas y quizás algunos descubrimientos o las revisiones de las antiguas interpretaciones sesgadas, hayan llegado demasiado tarde.

De todas formas, se necesita muchísimo más esfuerzo que el que existe en la actualidad, para tirar la fortaleza de presunciones machistas levantada durante tanto tiempo en tantas disciplinas académicas.

Por Francisca Martín-Cano Abreu

BIBLIOGRAFÍA CITADA:

DURÁN, M. Á (2002): Liberación y utopía. La mujer ante la ciencia (publicada originalmente en 1981). www.creatividadfeminista.org/articulos/ante_ciencia.htm
GERO, J. M. (1999): XI. Sociopolítica y la ideología de la mujer-en-casa. (Arqueología y teoría feminista, compilado por Colomer…). Icaria, Barcelona.
JONES, S. y PAY, S. (1999): X. El legado de eva. (Arqueología y teoría feminista, compilado por Colomer…). Icaria, Barcelona.
MENÉNDEZ, Mª I. (2004): Palabras de mujer. Revista Fusión, Septiembre 03. www.revistafusion.com/asturias/2003/septiembre/mujer120.htm


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