Que veinte años no es nada

Una de las consignas de mayo del ‘68 en París fue gritarle al general De Gaulle: “Dix ans, ça suffit!” (¡Diez años es suficiente!) y fue lo que posteriormente lo alejó del poder, luego de un referendo que le fue adverso


Autor: Wari

Una de las consignas de mayo del ‘68 en París fue gritarle al general De Gaulle: “Dix ans, ça suffit!” (¡Diez años es suficiente!) y fue lo que posteriormente lo alejó del poder, luego de un referendo que le fue adverso.

Sabemos que el poder desgasta, más aún cuando las expectativas son grandes. Para seguir ejemplificando con el general De Gaulle, y sabiendo, claro, que Chile no es Francia -aunque sus élites pretendan o crean que sí-, se debe destacar que su gobierno de unidad nacional, luego de la liberación de París y de Francia, duró muy poco y el general hubo de iniciar una larga “travesía por el desierto” antes de que lo “llamaran” y lo instalaran, en 1958, como el hombre providencial que nuevamente volvería a salvar a la France éternelle, y por lo cual lo echaron diez años después.

¿CÓMO LLEGARON AL PODER?

La Concertación llegó al gobierno luego de una siniestra y devastadora dictadura que todos conocemos, en medio de unas enormes expectativas creadas en torno a la campaña por el NO a las pretensiones del ladronzuelo de Pinochet de perpetuarse en el poder, resumidas en la consigna: “¡La alegría ya viene!”.

Dadas las negociaciones vergonzosas antes de las presidenciales de 1989 (¡Ah, las delicias de la real politik!), en las cuales al parecer nadie reparó y que ató de manos a los futuros gobiernos democráticos en varias cuestiones de especial importancia para el funcionamiento cabal de la democracia, pero cuyos resultados se fueron viendo tempranamente.

Es un verdadero milagro que la coalición haya durado lo que duró, y con una hipotética “izquierdización” en ascenso que culminó con la elección de la primera mujer presidenta en toda la historia de este largo país de desastres llamado Chile, socialista e hija de un general asesinado por la junta militar del ‘73.

Carlos Fuentes dice en su novela “La voluntad y la fortuna” que “los gobiernos nuevos son peligrosos porque desplazan a las autoridades de los gobiernos anteriores y dejan insatisfechos a sus partidarios que creyeron que con el poder obtendrían todo lo que sólo se puede dar con cuentagotas, en la tensión entre la legitimidad del origen que no asegura, para nada, la legitimidad del ejercicio”.

Fue el gobierno de Aylwin, del cual Piñera quiere sentirse depositario y es, ahora, el gobierno en ciernes de Piñera, un ejemplo absoluto de lo que dice Fuentes. Claro que sí, Aylwin fue lo que ejemplificábamos con De Gaulle: Expectativas, esperanzas, gobierno nuevo. Y es lo que vendría ahora con el gobierno (“nuevo”) de Piñera. Tensión, entonces, entre “la legitimidad del origen” y “la legitimidad del ejercicio”.

¿POR QUÉ SE VAN?

La Concertación perdió estas elecciones porque veinte años en el gobierno es más que demasiado para cualquiera, más aún si las expectativas no se cumplieron y no se hizo nada para cumplirlas. No hablemos de Aylwin, hablemos de Frei, el derrotado candidato que ya sabemos: ¿Qué fue su gobierno sino el entreguismo más absoluto a lo peor del neoliberalismo? ¿Tendremos que olvidar la vergonzosa política medioambiental y en relación al pueblo mapuche su absoluta falta de comprensión del problema e ignorancia vindicativa porque la derecha chilena, mediocre y repulsiva, tenía posibilidades de ganar, lo que finalmente se dio ahora, en enero del 2010?

Sigamos. ¿Ricardo Lagos? ¿El mejor gobierno de derecha de los últimos cincuenta años, al decir de Carlos Altamirano? ¿El primer gobierno de un socialista después de Allende y que fue querido, admirado y reivindicado por los empresarios chilenos (de los cuales forma parte, claro está, el nuevo presidente)? ¿La Bachelet, cuyo “gobierno de ciudadanos” se fue al diablo en los primeros meses de su gobierno y que fue negado, definitivamente, por su último ministro del Interior, Pérez Yoma?

La famosa y asquerosa ley antiterrorista, que fue dictada por Pinochet y sus gangsters para salvarse de toda oposición, fuera aquella armada o no, ha sido aplicada hasta la saciedad por todos los gobiernos de la Concertación.

Con los mapuche, hasta el último día, y felices con la histeria de Rosende y otros próceres, se ha actuado como lo peor del más siniestro y torpe de todos los pinochetismos de este mundo y del otro. No ha habido ni hay un debate serio y abierto sobre lo que es ser chileno y lo que es ser mapuche.

Si un gobierno debe gobernarnos, lo mínimo que se espera de él es que no caiga en el juego fácil del farandulismo y del nacionalismo fácil y estúpido. Las cosas no son como se supone que son en los reality show o en las opiniones furibundas (siempre y cuando haya una cámara dispuesta) pero light de los opinólogos de cualquier pelaje. Tampoco se resumen en las triadas de manual de los Piñera y otros “cultísimos” personajes de la política nacional.

Otra cosa es el capítulo de la cultura. Nunca un vagón de cola estuvo tan desvalido y tan despreciado. La primacía del género económico siguió haciendo de las suyas. Se nos repitió hasta la saciedad de que dejáramos en paz a los que saben hacer las cosas, pero siempre fueron los mismos los que más posibilidades tuvieron en el reparto de las becas y de las ayudas, y ninguna iniciativa fuera de esos concursos vio la luz. Y como diría Marcelo Mellado, “el rasquerío nacional hizo el resto”.

Finalmente, aquí en la comuna de Puchuncaví tenemos un ejemplo aleccionador en lo que se refiere al ejercicio de la democracia y de la ciudadanía. Una de las comunas más pobres de Chile resulta que tiene empresas que “enriquecen al país”, pero ninguna de ellas tributa aquí, sino que en Santiago, y ninguna da trabajo a más de un 1% de la población de la comuna. Pero lo peor es lo que sigue: Todas ellas contaminan y han transformado esta zona en un cuasi desierto ambiental.

Cuando se ganó la pelea en contra de una de ellas, refrendada por la mismísima Corte Suprema, el ministro del Interior de la Bachelet, Edmundo Pérez Yoma, declara que encontrarán la manera de revertir dicho resultado. Es decir, se pasa por encima del “gobierno de ciudadanos” y de paso, sientan sus olorosas posaderas encima de la ley de la república. Ahora, para que eso fuera posible, cambiaron la ley y, así, nos dejan absolutamente impotentes y desarmados frente al futuro gobierno empresarial de Piñera.

Dicho sea de paso que, a juzgar por las señales cada vez más claras, en un futuro no muy lejano, Piñera terminará gobernando con la DC (más “natural” que la alianza DC-PS, si se quiere) en detrimento de la UDI… y de la centroizquierda, claro está, aunque esto último no le guste a los Garretón ni a los Insulza u otros connotados de la “renovación socialista”. Pero la Concertación, como toda coalición política que sólo busca perpetuarse en el poder, se acabó. Tratar de resucitarla no tiene sentido, ya, después de todos sus fracasos, imposturas, desfachateces y sinvergüenzuras. Pensar, siquiera, en la posibilidad de una supuesta renovación de la misma equivale a pensar que, por mucho que este país sufra de mala memoria, las cosas están condenadas a repetirse eternamente sin ningún cambio de ropaje o de máscaras de carnaval.

Por Cristián Vila Riquelme

El autor es escritor y doctorado en filosofía por la Sorbona de Paris.


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