Un día como hoy, pero el 68 d.C., Nerón terminaba con su vida. Durante 16 de sus 32 años, había estado a la cabeza del imperio más poderoso del Mediterráneo, Europa y parte del Asia Menor. Había ejercido su poder de manera caprichosa, al principio con una generosidad rayana en lo incauto, al final con una crueldad que excedía los límites de la infamia.
Debe haber sido muy raro estar en aquellas botas en aquellos días finales de la vida de este emperador. Una noche desposar con la mayor candidez y teatralidad a un muchacho cuyo rostro le recordaba a Poppea, la esposa a quien había matado a patadas, y al siguiente día enterarse de que el general que tenía encomendado a suprimir una rebelión en Vesontio de pronto se ha ganado el apoyo de todo mundo para ejercer la potestad que hasta entonces solo a Nerón pertenecía.
Ejercer el poder desde los 16 años desde la cúpula romana debe haber sido una experiencia extravagante, pues significaba ser emperador de Roma, Egipto y decenas de miles de kilómetros de otras latitudes. Era declararse ungido tanto por Isis como por Apolo y Dionisio, todo esto a una edad en que el cerebro no terminaba su pleno desarrollo. Era saber la propia potestad extendida casi por todo el orbe conocido desde Roma, desde cuyo Fórum dictaba, sereno e impertérrito.
Y ver el poder consumirse como ningún otro César romano lo había visto, como las llamas del Gran Incendio de Roma que el mismo Nerón había provocado con el único propósito de crear la escenografía perfecta para la representación de la caída de Troya. ¿Fue esta la primera superproducción teatral de la historia? ¿Debemos entenderlo como la primera manifestación del landscape art? ¿No era cierto que el último retoño de la dinastía Julio-Claudia se consideraba, ante todo, un artista? Según Suetonio, sus últimas palabras fueron «Qualis artifex pereo» («Como artista muero»).
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El poder del último retoño de la dinastía Julio-Claudia se consumía con la misma rapidez que las vidas de los cristianos que había mandado a quemar vivos, en calidad de chivos expiatorios por el Gran Incendio. Pero no importaba cuántos de ellos inmolara entre las llamas o diera de comer a las bestias en ceremonias públicas, nadie en Roma parecía tragarse el cuento. Todos los ojos parecían juzgarlo, todos parecían ansiar su defenestración. Los muros se cerraban y no pararían hasta prensar y triturar al emperador que en el espejo saludaba a un artista.
Su descanso era irregular y discontinuo: apenas descendía bajo el umbral del sueño, le visitaban todas las personas que había mandado asesinar: su madre, su hermano Británico, sus esposas Octavia y Popea Sabina , sus rivales Rubelio Plauto, Palas, Fausto Sila. Eran tantas sus víctimas que a veces olvidaba cuáles seguían con vida y cuáles ya moraban en el Hades.
En sus sueños, la procesión de sus víctimas venía seguida de destellos de sus días orgiásticos. De él escribió Suetonio:
Y cuando despertaba, se daba cuenta de que esos días habían quedado atrás, que en ese momento los muros continuaban cerrándose. Se preguntaba: «¿Por qué me ven con tal desconfianza y odio mis súbditos a mí, que fui generoso con ellos al inicio de mi reinado y procuré aligerarles de los impuestos, a mí quien distribuyó sus arcas a razón de cuatrocientos sestercios por persona, a mí que reiné de acuerdo a los principios de Augusto? ¿En qué punto la fortuna hizo virar sus corazones en mi contra?».
Aves carroñeras sobrevolaban sin cesar la villa donde de escondía. Tres veces por día hacía sacrificar víctimas en honor de la pequeña muñeca que le había regalado un hombre a quien no conocía, y que se había convertido en el fetiche de su adoración. Tras los sacrificios, hacía abrir a las víctimas y extraer las entrañas, para leer en ellas los augurios. Ninguno de ellos era bueno.
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Los últimos días de refugio en la villa de su amigo Faón deben haber sido aterradores, especialmente cuando llegaron las noticias de que acababa de ser declarado enemigo público por el Senado. Rogó a quienes lo acompañaban que le dieran muerte, pero que primero uno de ellos se matara frente a él, para darle valor y poner el ejemplo. Quienes lo vieron perder la vida cuentan que exclamó: «¡Muero como un artista!»
Y cuando la noticia corrió de la muerte de este singular artista, buena parte de Roma entró en júbilo. Pero no todos. Atestigua Suetonio:
datadura
Nombre: Nerón Claudio César Augusto Germánico
Reinado: 13 de octubre 54- 9 de junio 68.
Cónyuges:
- Claudia Octavia
- Popea Sabina
- Estatilia Mesalina
- Esporo
- Pitágoras
Consejeros:
- Lucio Eneo Séneca
- Sexto Afranio Burro