Inmediatamente después del terremoto aparecieron profusamente en la prensa dos actores segundarios obligados del desastre, los militares llamados a gritos como antaño por cierta clase primero y luego por la mayoría de la sociedad, para defender la propiedad privada, y los vándalos, dispuestos a arrasar con lo que queda de ella, especialmente si de supermercado se trata.
A los militares los conocemos bastante bien y sabemos de lo que algunos son capaces en pro de la defensa de los intereses de su idea de nación, pero a los vándalos… ¿Quiénes son?, ¿De dónde vienen?, ¿Por qué hacen lo que hacen?, ¿Por qué roban?, nos preguntamos frente al televisor con sentida inocencia.
Dice la gente que no son chilenos, no podrían serlo para actuar con semejante grado de antipatriotismo. Dicen (y esto se lo escuché a un médico) que no serían humanos, para carecer de tal manera de empatía o sentido del otro.
Yo me pregunto entonces, si no son chilenos ni humanos, ¿Qué son?, ¿Una sub-raza de bárbaros que fue invadiendo profusa y silenciosamente producto de la globalización a nuestra impecable república?, ¿Son homosexuales, indios, negros, talibanes, terroristas, gitanos o judíos?, ¿Son humanos afectados por alguna peste química o un alimento transgénico que los predispone naturalmente al crimen y la abyección? ¿O son lisa y llanamente la materialización del mal en estado puro? Si es así hay que llamar entonces a un sacerdote y no a los militares.
Mi sentido común y un mínimo ejercicio de conciencia histórica me lleva a pensar que los ya muy famosos y temidos “Vándalos” son nada más y nada menos que los hijos ilegítimos de nuestro mezquino desarrollo.
Son gentes, pese a que algunos afirmen lo contrario, a los que nunca jamás llegó nada, NADA DE NADA, ni una sola gota del mentado chorreo. Son niños, adolescentes, mujeres y hombres que nacieron en un basural, comiendo basura, convirtiendo su cerebro en basura y rabia, que crecieron en el más absoluto abandono, económico, educacional, de salubridad y en definitiva de humanidad, por lo que muy difícilmente se les puede pedir civilidad a la hora del desastre y en cualquier otra hora. Señores, no hay que ser profesor o doctor en sociología para saber que el capitalismo genera desigualdad y que la desigualdad genera “vándalos”.
Ahora bien, yo me pregunto y usando un estricto razonamiento matemático, ¿Cuánto roba en pesos en su vida un vándalo?, ¿60 vándalos?, ¿un millón, 30 millones, o 100 millones?, ¿Cuánto costaba un departamento en el edificio recién entregado en San Pedro de la Paz que se partió en dos?, ¿De cuántos departamentos y de cuántos millones estamos hablando?, ¿Es menos vándalo el empresario que estafó de manera criminal a toda la gente víctima de esa construcción que no cumplía ni la más mínima norma de seguridad?
¿Por qué la alcaldesa de Concepción no llama al gobierno a perseguir y tratar con la misma celeridad a estos otros vándalos de cuello y corbata? Sería bueno que alguna vez aunque sea en la desgracia, la justicia se aplique con un mínimo de igualdad tanto al niño de 10 años cartonero que roba un plasma porque sabe y en eso sí tiene razón, que es la única oportunidad en su vida, de apoderarse de algo de valor, como al empresario que roba millones por vender una caja de cartón maquillada de vivienda.
Este terremoto no sólo ha botado la mitad de Chile sino también una idea de desarrollo carente de humanidad con la que veníamos mareados como sociedad en los últimos 20 años. Sería bueno entonces detenerse a pensar y cuestionar las viejas categorías con las que dividimos y polarizamos el mundo entre buenos y malos. La estigmatización es una forma de violencia, así como lo es la pobreza y la exclusión. Y, ya lo sabemos, la violencia genera violencia.
Yo no defiendo el crimen en ninguna de sus formas, no me gusta ver a mi madre de casi 80 años desvelada, creyendo que vendrá una horda de energúmenos a robarle todo lo poco que tiene y que le costó una vida de trabajo, pero tampoco me gusta la negligencia, la flojera mental con que se trata invariablemente a un sector de la población que no hace más que replicar de manera muy visible todo lo que a ellos el sistema les robó, partiendo por la humanidad.
Por Elizabeth Neira