Las dudas se despejan: América del Sur —una parte de ella, al menos— va mucho más adelante que los inútiles «objetivos del milenio», los da por cumplidos con el aplauso entusiasta de algunos millares de descerebrados para regocijo y contentamiento de su elite política (de las zonas por donde truenan los motores y de las alejadas —que lo ven por la tele).
Algunas almas no imaginativas, quizá por su pobre rendimiento intelectual, protestan por la versión 2011 del famoso Rally Dakar, que por alguna razón no contempla ni en su logotipo ni en su titulación el hecho de que se desarrolla océano por medio de Dakar; tampoco se informa por qué ya no tiene lugar, como en un comienzo, en la «vieja» (pero no tonta) Europa ni en los andurriales africanos.
Miles de barriles de petróleo refinado consumidos, también usadas toneladas de lubricantes varios, hectólitros de agua dulce evaporada, millares de animalitos muertos y vegetación aplastada y desenrraizada, contaminación terrestre y aérea, en fin, al servicio de la diversión «deportiva» de unos cuantos con el dinero suficiente para terminar o intentar terminar un recorrido absurdo para demostrar algo que no tiene sentido.
Todo ello en el marco de un planeta que parece haber iniciado el descenso hacia la agonía de la especie humana —y de otras que la acción humana tiene en el «pasillo de los condenados». La pregunta parece baladí a los «aficionados», y se formula para que su curiuosidad, si alguna les queda, busque respuesta: ¿cuántas bocas podrían recibir alimento con el expendio financiero de una sola jornada del rally?
Los chilenos, «huéspedes» por unos días de esos héroes de las rutas, no se hacen preguntas; tampoco la mayoría tiene mucho que decir sobre esas espadas damoclianas que son Pascua Lama, los relaves mineros en plena Cordillera, la muerte de Aysén si se aprueban las represas, las carboelétricas en la costa, la ultra privatización de las aguas, el «ictocidio» de sus mares, la sinvergüenzura de sus ¿representantes? y autoridades.
Nada que decir, o sí: falta poco acaso para que legislen y declaren al rally de marras algo parecido a un monumento nacional; quizá modifiquen el recorrido o instalen casinos a orillas de cada campamento rallysta —Chile se llenó de casinos, esto es: de putas, drogas blandas y duras, deudas de los perdedores, mafias…
No tiene importancia; en la Argentina ni las autoridades locales ni federales hacen caso de las protestas de vecinos y ambientalistas. En el Noroeste de ese país la Asamblea Socioambiental denunció que no existe ningún estudio sobre las consecuencias del impacto ambiental del rally —y que nunca se consultó a las poblaciones lugareñas acerca de lo que pudieran pensar al respecto.
La agencia de informaciones Argenpress, por ejemplo, difundió que el Grupo de Conservación de Flamencos Altoandinos «en nota cursada al Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Salta (informó) que la competición, en especial el tramo en competencia en torno a la traza de la ruta 40, ‘causará un elevado impacto negativo en términos de fragmentación funcional para la fauna, contaminación y afectación directa a la flora, destrucción de geoformas, muertes de ejemplares de la fauna silvestre y ganado doméstico, destrucción de patrimonio arqueológico e histórico, pérdidas materiales y riesgo a vidas humanas’”.
¿Para quién se organiza el rally? ¿Quiénes obtienen ganancias por su organización y realización? De seguro no esos imbéciles que discuten sobre las «bondades» de máquinas y motorizaciones que jamás verán de cerca; tampoco esas jóvenes de poleras apretadas que sienten la punzada orgasmática al ver pasar, desde alguna atalaya o por la tele, a sus «gallardos favoritos».
Mientras se hundía el Titanic la leyenda quiere que la orquesta de primera clase tocó hasta que los alcanzó el hielo del Atlántico Norte; héroes esos músicos. Pragmáticos, en cambio, mecánicos, «navegantes», ayudantes de cualquier cosa, conductores, «espónsores», anunciantes, periodistas varios, «expertos» en turismo, gobernantes y otros —histéricos probablemente— contribuyen gozosamente al ocaso de las cultura y a la extinción. Nuestra extinción.
Pero, paráfrasis: tras la última acelerada / nadie dijo nada
Por Rivera Westerberg
Fuente: www.surysur.net
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