Las derrotas hacen pensar. Pero no siempre sirven para aprender lecciones. Sobre todo cuando cuesta asumir responsabilidades. Y siempre cuesta.
En la última elección presidencial chilena se habló mucho del cambio. Incluso, la agrupación de partidos triunfadora se llamaba Coalición por el Cambio.
En la otra banda, la oficialista, la Concertación de Partidos por la Democracia seguía aferrada a su visión de dos décadas atrás, pero también trataba de mostrar remozamiento y encontrarse abierta a las nuevas ideas.
La coalición por el Cambio es gobierno. Hasta ahora, lo único novedoso que se ha visto es a un presidente que le gusta mandar y que no sabe delegar. Y eso no es nuevo. Todos recuerdan, en las pichangas del barrio, que siempre había uno que no le gustaba soltar la pelota.
Otra cosa que puede llamar la atención por innovadora, es la soltura con que el mandatario se tropieza con conflictos de interés. Y su respuesta no es precisamente innovadora. Sebastián Piñera dijo en Brasil que “sólo los muertos y los santos” no tenían conflictos de interés.
Ahora, seguramente, denunciará que lo sacan de contexto. Así y todo, hay que recordarle que aún quedan personas que, sin ser santos ni cadáveres, le dan importancia a la honradez. Y desde allí tratan de que sus intereses privados no se mezclen con los públicos.
Es posible que esta mélange sea propia del momento nuevo que vivimos, en que los valores conocidos están por el suelo y las adecuaciones aún no aparecen. Pero, con seguridad, la honradez no será reemplazada por la rapiña.
Frente a otras novedades, me declaro simplemente sorprendido. La desprolijidad en los nombramientos de autoridades es algo que siempre parece nuevo. Aunque nada tienen que ver con “el cambio”. Es simple ramplonería y tratar, a toda costa, de pasar por sobre los partidos. Cuestión, esta última, que tampoco es nueva.
En la otra banda, la Concertación lame sus heridas, lo que para nada es innovador. Hay mamíferos hacen eso y no precisamente intentando enmendar su línea política. La discusión para dar golpes de timón y adecuarse al cambio, comenzó ayer. Ya hay demostraciones de lo que puede ocurrir.
Uno de los aportes novedosos lo hicieron sectores de las campañas de Eduardo Frei, Marcos Enríquez Ominami y Jorge Arrate. Buscaron puntos de coincidencia en sus programas para estructurar lo que podría ser una plataforma común opositora. O, por lo menos, un punteo que sustentaría lo que algunos ya se atrevieron a llamar “nuevo consenso progresista”.
Los puntos en que hay coincidencia son la necesidad de cambiar la Constitución; una reforma tributaria; una reforma laboral que afiance los derechos de los trabajadores; educación pública gratuita y de calidad en manos del Estado; el rescate de los recursos naturales comenzando por el agua que tendría que volver a ser un bien nacional de uso público; temas valóricos: legalización del aborto terapéutico, fin de la discriminación de género, acceso irrestricto a la píldora del día después y libertad de culto.
Pero este intento de acercar posiciones no cayó bien a todos. El presidente de la Democracia Cristiana, Juan Carlos Latorre, rechazó la idea. No le encuentra nada novedoso a que “los responsables de la derrota” pretendan ahora salvar a la Concertación. El senador Patricio Walker fue un poco más allá. Habló de que este nuevo consenso progresista terminaba con la Concertación. Y, para no ser menos, el senador Andrés Zaldívar se molestó porque el grupo se adueñara de la palabra progresista.
Lo de Latorre, no es nuevo. Nada que ver con “el cambio”. Son viejas cuentas que se pasan tras la derrota. Lo de Walker es un poco más preocupante. Su argumento de que la Concertación se acaba, es el mismo que utilizara la DC para imponer a Frei. O era democratacristiano el candidato a presidente concertacionista, o la Concertación, ahí mismo, cavaba su tumba.
En cuanto a Zaldívar, sí creo que ha cambiado. No es el mismo muchacho que como ministro de Hacienda, en la administración de Frei Montalva, estimulara una corrida bancaria poco antes de que asumiera Salvador Allende.
Así como están las cosas con “el cambio”, es poco lo que se puede sacar en limpio. Y el asunto se complica más si se mira a los personajes que hacen cabeza en el mentado consenso. El senador Guido Girardi no es lo que podríamos llamar el epítome del cambio. Su manejo político ha sido a la antigua usanza y sus contradicciones valóricas no lo avalan para el puesto de adalid modernizador que pretende ocupar.
Gonzalo Martner, ex presidente del Partido Socialista, ex embajador en España, ha sido un hombre del aparato más que un innovador. Y su apoyo a Enríquez Ominami en la última elección, más que clarificar su aporte lo enmaraña.
Habrá que esperar el resultado del cónclave de la Concertación. Pero hay que mirar más allá de los comunicados finales. Las heridas políticas no son profundas y se pueden restañar lamiéndolas, como hacen perros y gatos.
Pero eso es posible siempre que no esté en juego un gran caudal de poder. Y aquí, para desgracia de los involucrados, el resurgimiento o la muerte de la Concertación dejará a muchos con las manos vacías.
Por Wilson Tapia Villalobos