¡Sigue callado, Daniel!

El silencio de Jadue, el único político que todavía podía citar a Marx en entrevistas públicas, era una condición para la consolidación thermidoriana. Ahora el país y los diarios pueden seguir hablando del crecimiento y las cifras macroeconómicas, de la necesidad de mano dura, y de un incierto futuro con juegos olímpicos y volteretas olímpicas.

¡Sigue callado, Daniel!

Autor: Claudio Aguayo

Poner a Daniel Jadue en prisión preventiva era un paso necesario para una sociedad política que desea recuperar la sana convivencia del estatus quo neoliberal. Para una sociedad que necesita estabilizarse por derecha, la reposición del anticomunismo era una necesidad trágica. En todo el siglo XX, el anticomunismo logra articular y promover la unidad de lo que Gramsci llama el bloque hegemónico; en Chile, particularmente, se enquistó en el Ejército, en las clases medias, incluso en la izquierda. Incluso hoy, en el Partido Comunista hay lo que podríamos llamar un anticomunismo paradójico, toda vez que la condición que aporta ese significante, el de ser “comunista”, se encuentra simplemente degradado a la condición de un signo de pertenencia identitario sin contenido político, económico o teórico alguno.

El neoliberalismo progresista que representa el gobierno de Boric es, en todo caso, una posibilidad dentro de las permutaciones del capitalismo contemporáneo, como muestra el caso estadounidense, figuras como la de Kamala Harris, o Emmanuel Macron, o la convivencia pacífica entre desposesión capitalista y discursos minoritaristas en algunos países escandinavos. Hace muy pocos meses ciertas bases del frenteamplismo saludaban la visita a Chile de Kamala Harris como si fuese un espectro amarillo de Angela Davis. El conservadurismo inherente a la primera etapa de la contrarrevolución capitalista ya no es, en otros términos, una necesidad del poder político. La tesis académica de las “nuevas derechas” pierde terreno: el capitalismo puede vérselas sin ellas contra China y Rusia. Gran parte de la defensa mediática del estado de Israel a propósito del genocidio en Gaza se ha basado, en efecto, en una ominosa descripción orientalista de Palestina y de las sociedades islámicas como inherentemente riesgosas para las minorías sexuales y las mujeres. Tel Aviv, nos dicen los sionistas liberales, es la ciudad con mayor cantidad de bunkers y bares gay del planeta.

El problema con Jadue, en el fondo, es que, pese a los errores de su campaña, a las diferencias suscitadas por su estilo de inmigrante árabe y caudillo latinoamericano, o incluso su gestión como alcalde, seguía tocando una tecla esencial de la sociedad contemporánea: la economía política o, mejor dicho, el fundamento económico-político de la vida en el capitalismo chileno.

Una izquierda profundamente deseconomizada, que le entrega el poder de decisión sobre el capital a ideólogos neoliberales con ínfulas de ciencia oficial, como Mario Marcel, no podía sino darle la espalda a este personaje que, como mínimo, puso en crisis a la industria farmacéutica. Una izquierda que ha convertido la “condonación” del CAE en una “solución” focalizada y “fuera del pacto fiscal”; que impulsó proyectos de flexibilización laboral en nombre de una disminución de las cargas laborales, y que aumentó el salario mínimo nominal para ver sólo un aumento marginal de los salarios reales; que puso todo el empeño en darle penas abusivas a un activista mapuche; que mantiene estados de excepción; defiende abiertamente una institución corrupta y moralmente acabada como Carabineros de Chile; salva a las Isapres de su propio desplome en nombre de la estabilidad, y un larguísimo etcétera: ¿qué se podía esperar de un gobierno así, excepto una recuperación catastrófica de la hegemonía burguesa y neoliberal sobre los significantes? El mismo gobierno que condujo a la derrota del proyecto de nueva constitución de 2021, es el que se apresuró, en un truco táctico impresentable, a ponerle otra querella encima a Jadue el día anterior a su audiencia.

Probablemente, Daniel Jadue no iba a ser presidente de Chile. El ilusorio argumento de que fue apresado para evitar que los poderosos fueran derrotados en una próxima elección no pasa de ser una ingenuidad con buenas intenciones. En realidad, el cálculo electoral es mucho más egoísta y nimio: Jadue tenía la capacidad de mover un segmento del electorado con capacidades de mover la brújula. El gobierno centrista confía en que ese segmento puede votar por él una vez más y otorgarles a los partidos de la transición neoliberal otra oportunidad para lograr su estabilidad pactista. Porque es la misma institucionalidad pactista que soportó a Pinochet como Comandante en Jefe y luego senador, la que hoy mantiene al general Yáñez y aumenta las dotaciones y sueldos de carabineros. Sus bases, esa mesocracia universitaria que vive entre Santiago centro, Ñuñoa y Providencia coleccionando libros, vinos caros, y constituyendo una concepción del mundo empobrecida de series de Netflix, comenzó a poner a Jadue tras las rejas hace ya dos años, cuando frenéticamente gritaba desde la comodidad neurotizada de los algoritmos de Twitter “cállate, Jadue”. El problema de Jadue es que no sólo no se calló: profundizó su propia radicalización discursiva en un momento de peligro de la guerra planetaria por la hegemonía capitalista. Su condición de palestino en un contexto de genocidio global contra Gaza y Cisjordania no está fuera de la ecuación que, inéditamente, lo deja en prisión preventiva por comprar glucómetros y remedios: desfalcar municipios para comprar peluches y promover la estupidez, en cambio, requiere timbres domiciliarios.

Con Jadue en la cárcel, se consagra la pinza maestra del capitalismo global. Ya no queda más que elegir entre dos alternativas: el centrismo capitalista o la ultraderecha fanática, el capitalismo liberal o el fascismo. Las condiciones impuestas por la coyuntura de 2019 y su sobrevida estaban dadas para inventar otra cosa, pero la ansiedad electoral de toda la izquierda, la mezquindad universal y los deseos por acopiar réditos de un “estallido” que todavía no terminamos de entender –en parte por nuestro rechazo a ejercer un pensamiento serio sobre la crisis capitalista– nos llevaron a esta “coyuntura de disolución” de la izquierda institucional, en que la contrarrevolución capitalista reaparece con toda su potencia. Ojalá que esta lección sirva para inventar otra eficacia. La coyuntura electoral es una nube de humo para seguir hundiéndonos, porque nos pone en situaciones para las que no estamos preparados, nos deforma, nos aleja de una potencia que debe ser reconstruida. Es, de hecho, demasiado rápida para nuestras maquinaciones institucionales y teóricas, para nuestra “composición orgánica”, si se quiere utilizar un término marxista. Este gobierno tenía por función ayudar a la reconstrucción de esa potencia de la multitud, pero terminó convertido en una versión Fruna de la Concertación, compungida y recogida aplaudiendo el legado de Piñera.

Este gobierno tenía por función ayudar a la reconstrucción de esa potencia de la multitud, pero terminó convertido en una versión Fruna de la Concertación, compungida y recogida aplaudiendo el legado de Piñera.

Quiénes están detrás de esta maquinación, es algo que sólo podemos especular espuriamente, aunque hay actores identificables: el entramado del abogado Hermosilla y su red de corrupción que llegó hasta el segundo piso de La Moneda, la ultraderecha, y muy probablemente segmentos del sionismo chileno. Ahora sí, la clase política chilena, profundamente alienada de la vida material de los sectores populares, puede cumplir espectacularmente con el deseo de callar a Jadue, cumpliendo los vaticinios algorítmicos y la exigencia twittera que empezó en la primaria que le dio el triunfo a Gabriel Boric, el presidente thermidoriano del capitalismo liberal chileno. La ridiculez de los personajes que lo rodean, incluyendo los ministros “comunistas” del Gobierno, sólo muestra el profundo desfondamiento ideológico de la izquierda, que ya no sabe distinguir ni siquiera entre su propio universo conceptual para encontrarle respuestas a un mundo que no entienden, y que esperan mejorar con las mismas recetas que lo tienen al borde de la catástrofe nuclear y ecológica.

El silencio de Jadue, el único político que todavía podía citar a Marx en entrevistas públicas, era una condición para la consolidación thermidoriana. Ahora el país y los diarios pueden seguir hablando del crecimiento y las cifras macroeconómicas, de la necesidad de mano dura, y de un incierto futuro con juegos olímpicos y volteretas olímpicas.

Recuerdo que, cuando era estudiante universitario, una vez me encontré con Daniel en el Metro. Había olvidado mi pase escolar, y me prestó su tarjeta Bip. Se la fui a devolver en la tarde a la oficina del centro cultural que dirigía en Patronato, donde estaba plagado de posters de la OLP, fotos de Yasser Arafat, y banderas palestinas. Conversamos un rato, en ese tono único de palestino comunista, e insistió con la vehemencia usual que este camino era demasiado largo como para enfrascarse en pequeñeces y peleas chicas, que no había atajos, y que la acumulación de poder local era la única forma de quebrar el ciclo de transacciones reformistas del capitalismo chileno. Nunca imaginé que llegaría a ser alcalde tres años después. Nunca imaginé que estaría tras las rejas.

Todo depende ahora de cómo el poco comunismo militante que queda en Chile, fuera y dentro del PC, articule su silencio y la pelea por su libertad.

Por Claudio Aguayo Bórquez

BA in Education and Philosophy, UMCEPh. D., University of Michigan, Assistant Professor, Fort Hays State University

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