Soberanía ciudadana: el fundamento de la élite chilena para enrolarse por el rechazo

“La élite chilena no está en condiciones de aceptar, ni ahora, ni nunca, que la ciudadanía se otorgue su propia Constitución después de un “estallido social” que puso en jaque el sistema democrático neoliberal”

Soberanía ciudadana: el fundamento de la élite chilena para enrolarse por el rechazo

Autor: Seguel Alfredo

“En realidad, el verdadero punto de inflexión que permite entender la reacción transversal de la élite en contra del borrador de la nueva Constitución está precisamente en otorgarle legitimidad al origen que tuvo este proceso y a la forma en que dicho proceso puede concluir.

Francisco Cabrera P.

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Soberanía ciudadana: el fundamento de la élite chilena para enrolarse por el rechazo

Por: Francisco Cabrera P., Sociólogo, miembro del Directorio de Fenatrama.

¿Cuál es el cambio radical que plantea la propuesta de la nueva Constitución?

¿Cuáles son los cambios estructurales/paradigmáticos propuestos que van a producir un cambio fundamental en la manera en cómo concebimos el Estado y la política?

Si uno lee el texto de nueva Constitución, se puede dar cuenta de que la propuesta plantea cambios importantes, pero no de aquellos que vayan a transformar el modo de producción capitalista; tampoco hay una propuesta que planteé la propiedad estatal de los medios de producción, la expropiación de algunos bienes materiales, cuestiones que, por ejemplo, eran parte del Programa de la Unidad Popular y que llevaron a los sectores acomodados de este país a apoyarse en las fuerzas armadas para llevar adelante el golpe de Estado de 1973. Nada de esos fantasmas que amenazaban a los sectores que detentan el poder de la sociedad chilena hasta hoy, están presentes en el texto de nueva Constitución.

Entonces ¿Les molesta la paridad de género? ¿El reconocimiento de las diversidades sexuales? ¿La plurinacionalidad? ¿Las medidas más agresivas para enfrentar el cambio climático?

Si bien para algunos sectores más conservadores esos temas son sensibles, ninguno de aquellos es tan relevante como para aferrarse a la opción del rechazo, de manera tan vehemente, como lo han manifestado hasta ahora.

Los sistemas de dominación -y la capacidad de resiliencia del capitalismo lo ha demostrado con creces-, tienen una caja de herramientas lo suficientemente dúctiles como para incorporar y adaptar las materias y cambios culturales, que cada época histórica presenta, en su matriz de funcionamiento. Es decir, más allá de la postura ideológica/religiosa de los sectores ultraconservadoras que se niegan a aceptar cambios societales en materias culturales, más temprano que tarde, los sectores más liberales son capaces de darse cuenta de la necesidad de adoptar/adaptar dichas posturas para que el sistema de dominación siga siendo hegemónico. Asumen que no tiene sentido seguir resistiendo la incorporación de dichos elementos culturales o ideológicos toda vez que, a final de cuentas, éstos no ponen en cuestión la matriz productiva, comercial y laboral, ni cualquier elemento que pudiera considerarse estructural que cambie el modelo de desarrollo vigente. De tal manera que tampoco son esos antecedentes los que los llevan a rechazar los cambios que nuestro país requiere.

En realidad, el verdadero punto de inflexión que permite entender la reacción transversal de la élite en contra del borrador de la nueva Constitución está precisamente en otorgarle legitimidad al origen que tuvo este proceso y a la forma en que dicho proceso puede concluir.

La élite chilena no está en condiciones de aceptar, ni ahora, ni nunca, que la ciudadanía se otorgue su propia Constitución después de un “estallido social” que puso en jaque el sistema democrático neoliberal. Ese es un lujo que no está dispuesta a tolerar. Y, tampoco, está en condiciones de permitir de que esa ciudadanía se dé cuenta, sea autoconsciente, de que es posible que se pueda dar, de manera autónoma y soberana, sus propias reglas de convivencia.

Además, estamos hablando de darse aquellas normas de convivencia social que le interesan a la propia ciudadanía, las que les hacen sentido y le son necesarias para resolver los problemas respecto de su diario vivir y no de aquellas que le interesan a la élite.

Por ello, lo que los grupos privilegiados intentarán evitar, a como dé lugar, es que la sociedad civil se comprehenda y entienda a sí misma como soberana; que se constituya y se convoque libremente como agente y sujeto social de cambio. Seamos claros, más que la propia letra de la nueva Constitución, a la élite le molesta el simbolismo del proceso y el significado del resultado, no el resultado en sí mismo.

Por dicha razón, como el “camaleón”, que es capaz de presentarse de amarillo, incluso de rojo, nos dice: “Voté Rechazo, porque ya comprendimos lo que hay que hacer después del 04 de septiembre. Vamos a cambiar la Constitución del 80. Pero nosotros lo haremos. Los especialistas de la política que están en el Senado. Los que saben. No era necesario dejar esa tarea a gente inexperta. Nosotros si sabremos entregar consenso y una carta fundamental transversalmente convocante, que una al país”.

Lo que hay detrás de ese acto camaleónico, es la necesidad de evitar la entrega de cualquier cuota de poder al pueblo soberano, menos aún de la posibilidad de que éste pueda autoconvocarse. El objetivo es hacer indispensable a la clase política que, obviamente, cuida los privilegios de la élite y que hace política de manera funcional a esos sectores minoritarios.

Por eso, por ejemplo, no soportan la eliminación del Senado por la Cámara de las Regiones. El Senado, más allá de la casuística de ejemplos que se esgrimen, es el contrapeso perfecto para que la élite frene cualquier proceso de cambios que importan a la sociedad civil. En cambio, la propuesta de la Cámara de las Regiones es un camino incierto para la élite, toda vez que es la entrega progresiva de poder local; es un proceso de empoderamiento ciudadano “desde abajo”. Es la pérdida del poder centralizado del Senado. Es desterritorializar el poder. Y abrir esa posibilidad es permitir que las comunidades y organizaciones locales en sus territorios comiencen a construir soberanía, comiencen a reconstruir el tejido social que la globalización ha ido rompiendo de manera continua, día a día, desde la implementación del actual modelo económico. La élite lo sabe y, si no lo sabe, lo intuye.

Por eso se presenta a sí misma, con tonos explícitos de narcisismo, como aquella que tiene la capacidad de pensar “por el bien del país”, “por el bienestar de todos”. Se ven a sí mismos y se presentan como la mirada razonable, aquella que está lejos de las pasiones pero cerca del conocimiento, del saber experto, de la legalidad.

Aprobar el borrador de la nueva Constitución no significa para la élite chilena sólo la aprobación de un texto, es la prueba fehaciente del comienzo del fin de su posterior intrascendencia. Ya no más el experto en educación, el experto en equilibrios macroeconómicos, el experto en salud pública, descentralización, medio ambiente, género, etnias.

Es la pérdida de su protagonismo hablándole a todo el país y desde todas las tribunas sobre lo que es bueno y nos conviene. Sobre lo que deben/debemos hacer. No sólo se resisten a perder poder mediático, se niegan a traspasarlo; a reconocer en el otro su capacidad de construir poder, pero no cualquiera, sino un poder que se reconoce a sí mismo como fuente de todo poder.


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