Por Jonatan Romero
I
Socialismo o barbarie no es simple propaganda o un simple lema, sino, todo lo contrario, condensa la crisis civilizatoria burguesa en donde emergen dos caminos: o transformamos está realidad caótica o sucumbimos al abismo. La pequeña Europa apostó el destino de los pueblos del mundo entero y, en ese tenor, el corto siglo XX fue el resultado de la correlación de fuerzas entre el carácter revolucionario y el autoritario. La guerra no era destino y Rosa Luxemburgo lo sabía muy bien, por eso, su consigna resuena más allá de los muros de las cárceles alemanas.
Reforma o Revolución inició la pugna entre el método oportunista y el del marxismo ortodoxo. Mientras Eduard Berstein intentó revisar los pilares del comunismo científico, en el otro polo, la revolucionaria polaca aplicaría la dialéctica histórica para comprender los retos de la socialdemocracia en el futuro próximo. La izquierda no puede negar las leyes generales de la economía capitalista, ya que, al hacerlo también condenaría el destino de las clases trabajadoras.
Rosa Luxemburgo abrió la doble convocatoria para construir una izquierda sólida: en primer lugar, el sistema burgués está permanentemente en crisis, y, en segundo lugar, el comunismo sería el momento histórico donde se superarán las contradicciones intrínsecas de un sistema pecuniario. A contrapelo de los oportunistas, el marxismo ortodoxo o clásico deduce la importancia de la toma del poder político por parte de los dominados modernos, y cuestiona abiertamente la simpleza de la estrategia reformista.
Frente a la barbarie moderna, la discusión central se sustentó en la guerra epistémica y, por ello mismo, la intervención de “Rosa la roja” fue exquisita ya que colocó la relevancia de la teoría para la práctica revolucionaria. El comunismo científico jamás vio por separado el vínculo acción y ontología, y, en ese tenor, Luxemburgo y Lenin pensaban de la misma manera; “no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria y viceversa”. La socialdemocracia encontró una tensión central que no se zanjó totalmente con la gran obra de la militante polaca.
II
Praxis y revolución es el apotegma más profundo de la “Rosa la roja”. La huelga de masas abrió un camino epistémico en la socialdemocracia, donde, la vanguardia reformista se enfrentó directamente contra la militancia revolucionaria. Kautsky y los suyos siempre despreciaron teóricamente la activación de la clase trabajadora y creían en el avance parlamentario como táctica hacia la conquista del comunismo. Rosa y los suyos arroparon el movimiento de masas y vieron en ellos la promesa de un mundo mejor. La bandera “solo la clase obrera puede salvar a la clase obrera” pasó de simple retórica a una bandera en disputa por los grandes pensadores de la época.
Rosa abrió fuego ontológico en dos lados: 1) cuestionó abiertamente la táctica de desgaste de Kautsky, y 2) criticó duramente la táctica de asalto de los anarquistas. La huelga de masas en Rusia sepultó a los herederos de Bakunin, pero también lo haría con los súbditos del llamado “príncipe del marxismo”, Karl Kautsky. En todo caso, la Revolución Rusa de 1905 despertó el instinto revolucionario de las clases oprimidas y, al hacerlo, también derrumbó la frontera entre el pacifismo y la violencia, es decir, el asalto y el desgaste se fundieron en uno sólo. Las viejas doctrinas no entendieron nunca el cambio de época en la sociedad zarista.
Engels y Marx seguían epistémicamente vivos y era gracias al estallido social en la Rusia de 1905. Rosa argumentó seriamente que las clases dominadas maduraron a lo largo de la turbulencia en aquellas épocas y que lo hicieron gracias a la misma huelga de masas. La revolución no debe circunscribirse a una cuestión de vanguardia, sino más bien, la energía se concentra en la misma fuerza social representada en la clase trabajadora. El nivel de conciencia de una época sería en todo caso la probabilidad de éxito de la rebelión.
La toma de conciencia jugó un papel primordial en el pensamiento de Luxemburgo ya que, si bien veía necesario despertar el instinto revolucionario, sin embargo, también, se necesitaba potenciar esa fuerza social mediante la educación de ese mecanismo en el ser humano. La rebeldía debería aspirar a la revolución y la forma era mediante el despertar de la conciencia de clase. Si la situación no daba un salto cualitativo entonces el destino de los dominados modernos era la derrota total y apabullante frente al carácter autoritario.
Aquí vale la pena detenerse un poco más y no avanzar tan rápido. El apotegma praxis y revolución emerge como una llamada de atención a las prácticas oportunistas, además de colocar en el centro el peligro del rezago epistémico de la vanguardia frente al desenvolvimiento de la lucha de clases. Es decir, la teoría revolucionaria se quedaba rezagada con respecto a la práctica en los albores del naciente siglo XX y, lo anterior, trajo como consecuencia que el carácter rebelde sucumbiera ante el autoritarismo.
Rosa veía un doble obstáculo al camino a la libertad, por un lado, los sabios no estaban a la altura de la batalla, y, por el otro, las masas no maduraban su instinto revolucionario. La oportunidad de saltar hacia el comunismo de 1905 a 1910 quedó sepultada y todo por la poca seriedad en la aplicación del materialismo histórico. El triunfo o la derrota dependían totalmente de las condiciones materiales de la época y al mismo tiempo de la madurez política de los protagonistas de la lucha por la emancipación de la humanidad. La dialéctica histórica sería la gran protagonista en el pensamiento de Luxemburgo, ya que ahí estaría su gran legado.
Franz Mehring argumentaba felizmente que Rosa Luxemburgo era la alumna más fiel de Engels y, en ese sentido, no se equivocó en tal afirmación. La revolucionaria llevó las premisas epistémicas y políticas a su lado más radical, tanto así, que ella revolucionó el socialismo científico al llevar la guerra del terreno militar al político contra la burguesía, los terratenientes y los oportunistas. La dialéctica histórica abrió paso al instinto revolucionario e intentó de todas las formas dotarlo de contenido y así saltar a la conciencia de clase.
III
Rosa Luxemburgo dio clases de economía política en las escuelas del Partido Socialdemócrata, aunque Karl Kautsky fue el prospecto para impartir esa cátedra y, sin olvidar sus diferencias sobre la praxis revolucionaria, al final terminó recomendando a la polaca por sus vastos conocimientos en la materia. Luise Kautsky escribió que su amiga fue una excelente maestra y sólo bastaría leer sus obras económicas para constatar esos dichos.
La Introducción a la Economía Política es un texto incompleto, pero que captura el pensamiento tan potente de la revolucionaria. A contracorriente de la ideología burguesa, Rosa cuestionó el aparente carácter natural de la propiedad privada en el ser humano, es decir, más allá del esclavismo primitivo y moderno existieron formas de sociedades muy diferentes a la del capitalismo. La sociedad burguesa funda su dominio sobre una forma específica de propiedad de los medios de producción, pero esa, no solo está en contraposición con la propiedad social, sino que, además, es relativamente más joven.
Rosa sin conocer los Grundrisses y apoyada en la obra de Engels logró caracterizar las formas civilizatorias antediluvianas y al mismo tiempo rompió con el esquematismo historicista del marxismo mecánico. Muchos creen o defienden la idea evolucionista de los modos de producción y asumen cuatro fases históricas: comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo y capitalismo. Pero, Rosa, gracias a [Maxim] Kovalevsky y otros antropólogos, menciona que las formas sociales son mucho más ricas y vastas.
Primero, Europa no puede deducir una forma natural capitalista debido a que su propia historia desenmascara fácilmente esa falacia. Las formas de producción en las zonas teutonas y galas eran muy diferentes al mundo helénico o romano que dicho sea de paso eran, estos últimos, fases muy marginadas. Por ejemplo, en la Europa central existía propiedad social, algo que, dicho sea de paso, no era visto con buenos ojos por los eruditos de la propiedad privada esclavista.
Segundo, en Asia y América existían otras formas mucho más peculiares, unas que combinaban, por un lado, el dominio de la propiedad social, y, por el otro, se erigía un déspota. Estas sociedades combinaban una forma comunitaria directa y otra jerarquizada, donde está última se encargó en gran medida de dotar de servicios a las comunidades. La belleza y complejidad de estas culturas dejó cautivada y perpleja a la comunista polaca. Ella misma mencionó la importancia de su base social y las fuerzas motrices que se anidaban ahí para la revolución comunista.
Tercero, la forma eslava o rusa le causaba un gran interés, porque era la forma antitética por excelencia a la del Mediterráneo. Aunque, no dejaba de criticar la ideología zarista, pero ubicó la relevancia de la propiedad social de las comunas rusas. A contrapelo de Lenin, quién abiertamente las despreciaba, Rosa veía un potencial único y bastante relevante en estas comunidades. Rosa era clara al respecto y jamás dudaría sobre este punto, el tránsito de la propiedad privada capitalista debe transitar a una propiedad social general y su base epistémica estaba en sus estudios sobre las regiones no esclavistas.
Cuarto, existe una forma muy antigua que, según Rosa y sus maestros antropólogos, rivaliza enormemente con la forma burguesa. En el norte de América, en África y Oceanía existía una forma muy particular donde la propiedad privada era inexistente y las relaciones sociales eran totalmente comunitarias. Estas formas son muy complejas, porque están muy alejadas de la barbarie burguesa. Pero, de alguna manera, aquella evidencia da cuenta de una fase histórica olvidada y poco entendida sobre las raíces de la humanidad. El comunismo toma prestado de esas experiencias ciertas deducciones para emprender la gran utopía que sería la de transformar la sociedad capitalista.
Quinto, el feudalismo tiene en sus mismas estructuras ciertos elementos que nos pueden ayudar bastante para comprender la tendencia general de la reproducción social humana. Rosa explica muy bien y de manera precisa esta cuestión y argumentó el carácter planificado de su economía, es decir, la producción, circulación y consumo no estaban normados por el mercado, sino que había lineamientos gubernamentales. En términos generales, las sociedades en gran parte de la historia y del planeta norman su riqueza bajo cuestiones sociales y no por un metal dorado.
Sexto, la forma mercantil inició en el Mediterráneo y se expandió paulatinamente en todo el planeta, pero este proceso llevó mucho tiempo en la pequeña Europa. La tensión entre una reproducción natural y otra basada en la propiedad privada fue bastante agresiva y violenta. A lo largo de la historia se puede constatar lo complicado que fue para la sociedad de mercado articularse y subsumir a sus contrarios. Una vez conquistado el mercado mundial en el siglo XVI, la sociedad burguesa heredó las pretensiones del Mediterráneo y conquistó, humilló, socavó todo aquello que se le antepuso.
La economía capitalista no se tentó el corazón y exigió su recompensa por el aniquilamiento de las sociedades precolombinas en el nuevo continente. El despojo fue su marca y llevó su civilización a costa de sus recursos tanto naturales como humanos. Por un lado, la burguesía necesitó grandes reservas de materias primas y, por el otro, se apoderó de las manos de hombres, mujeres y niños de la llamada periferia. El mundo fue acosado por una forma social inédita y bastante rapaz, en donde la vida quedó subsumida totalmente a la lógica de la muerte en su forma mercantil.
Rosa explicó profundamente el doble componente de la guerra en la economía burguesa, pues, en primer lugar, la ley del valor exige nuevos mercados para exportar tanto mercancías como capital, y, en segundo lugar, la crisis capitalista insiste en aniquilar el capital ocioso derivado de la sobreacumulación del beneficio. En pocas palabras, la conquista moderna busca por todos los medios la aniquilación de lo otro y de su misma civilización, no respeta a nada y a nadie.
Socialismo o barbarie no sólo es una bandera política, sino más bien emerge como una sentencia única ante la destrucción total. La sociedad burguesa no da tregua alguna y no ve una pausa a sus deseos por conquistarlo todo, aunque tenga que desaparecer todo a su paso: amigos o enemigos. En ese sentido, Rosa explicó de manera magistral el corazón central del problema y por eso mismo su perspectiva teórica es fundamental para lograr abrir camino hacia un porvenir próspero y humano.
IV
La Revolución Rusa de 1917 marcó un parteaguas en la vida misma del capitalismo y Rosa Luxemburgo no fue la excepción del impacto de tal movimiento de masas. A diferencia de la socialdemocracia, ella resaltó la importancia de la táctica política de “todo el poder a los soviets”, y, muy a pesar de la dirigencia de los espartaquistas, ella no redujo la toma del palacio de invierno a un golpe de Estado. Desde la cárcel, la revolucionaria preparó un folleto sobre tal suceso histórico, aunque, no lo terminó, sus premisas no están por demás revisarlas de manera seria.
Rosa Luxemburgo criticó la dura posición de los reformistas en Alemania sobre la Revolución, ya que, estos creían fuera de tono llevar las contradicciones hasta sus últimas consecuencias y que eso mismo haría que se dirigieran al precipicio. En ese sentido, Rosa manifestó su rechazo, ya que, en primer lugar, los oportunistas ocasionaron y llevaron hasta las casas de sus camaradas la guerra imperialista, y, en segundo, el apotegma “todo el poder a los soviets” era una necesidad táctica e histórica para abrir el camino al comunismo.
La Rusia zarista estaba colapsando dramáticamente después de la primera gran guerra y las condiciones para llevar la guerra de clases a las casas de las élites estaban puestas en ese momento. La toma del palacio de invierno por los bolcheviques se debió a la clara ruptura del poder político con la base social. En ese sentido, tanto Lenin como Trotsky interceptaron y cortaron los lazos que tenían las masas con sus opresores, y, así, recuperaron la confianza de los tres sectores más importantes de aquella época: los obreros, los campesinos y los militares.
Rosa manifestaba su descontento con la socialdemocracia alemana, en tanto, ellos nunca asumieron su papel revolucionario en Alemania y, por ello mismo, por un lado, los bolcheviques tuvieron que pelear contra el imperialismo triunfador de la gran guerra y, por el otro, estaban en lucha contra las clases gobernantes dentro de Rusia. La Revolución Rusa quedó aislada pero esa coyuntura se debió a la tibieza de los comunistas del centro de Europa que no quisieron acompañar la huelga de masas que se desató desde 1905.
A diferencia de la socialdemocracia, la Liga Espartaquista veía el hito histórico de 1917 como una oportunidad para llevar a la clase trabajadora alemana al poder. Rosa coincidió con los rebeldes en este punto, pero se alejó teóricamente de la idea de que la toma del palacio de invierno podría reducirse a un golpe de Estado o en su defecto se reduce a una táctica de asalto. Rosa explicó detalladamente sobre este punto y manifestó que las condiciones para tal suceso fueron trabajadas durante muchos años y su maduración llegó en 1917 pero vienen acompañadas de muchas derrotas.
En vísperas de la revolución de Berlín, la vanguardia comunista alemana debatió sobre el futuro de su trabajo revolucionario, mientras, Karl Liebknecht creía que era hora de empuñar las armas y darles el golpe final a la burguesía; en el otro lado, Rosa Luxemburgo argumentó la idea de que la situación revolucionaria no estaba dada y que era necesario el trabajo de base para llevar a cabo la sepultura de la economía burguesa. Aunque la maquinaria estaba puesta ya en marcha y no había punto de negociación con la socialdemocracia y el oportunismo, solo quedaba luchar para abrir camino a la clase trabajadora rumbo a la toma del poder político. El desenlace todos lo saben y con ello se demostró la tesis de Rosa, que afirmó que las condiciones revolucionarias eran producto de educar y potenciar el instinto revolucionario.
Finalmente, Rosa lanzó una mirada crítica contra Lenin y Trotsky, aunque, no fue tan visceral como la de la socialdemocracia. La Revolución de 1917 fue un acontecimiento único y su paso dio un destello de luz a las futuras generaciones, pero, tuvo un límite práctico indiscutible. Rosa Luxemburgo veía en el capitalismo un doble conflicto: por un lado, avanza la propiedad privada, y, por el otro, se depreda y se socava la forma social. Este movimiento contradictorio da como resultado, tanto el monopolio de las tierras por parte de los terratenientes, como la proletarización de las clases trabajadoras; es decir, aquí está el corazón del dominio de la economía capitalista.
La única vía para dotar de fuerzas a la revolución era en tanto se nacionalizaran todas las tierras del mundo zarista. Una política de reparto agrario privado, no solo no funcionaría, sino que a la vez dejaría intacto el ambiente económico capitalista, es decir, la propiedad privada no sería abolida. Un escenario así era muy favorable para las elites zaristas y adverso para los dominados modernos, puesto que, las leyes del mercado seguirán activas y la competencia terminaría avasallando las victorias de las masas revolucionarias. Rosa cuestionó su limitada reforma agraria de Lenin en los sentidos antes expuestos.
Rosa Luxemburgo retoma sus propuestas de dos vías epistémicas muy importantes, las cuales son las siguientes: 1) ella conoce los borradores y las cartas a Vera Zasulich por parte de Marx, donde se habla sobre las comunas, y 2) recupera magistralmente la tesis central del capítulo 24 que dicta que los expropiadores deberán ser expropiados. Dentro de la compleja coyuntura y la posible llegada de una segunda gran guerra, Rosa no tiene duda que en ese momento era necesario romper con los lazos de dominio capitalista: la propiedad privada de la tierra.
En ese sentido, la nacionalización del suelo es un paso necesario para transitar de la economía capitalista a la forma socialista. La expropiación de los expropiados emerge como una propuesta hacia el porvenir, ya que, se estaría atacando el corazón del mismo capitalismo. Aquí es tajante la revolucionaria, pues, ella vio en la pugna entre el mundo capitalista contra el social una guerra insostenible y, por eso mismo, era el momento de llevar las contradicciones hasta tal punto: el derrame de sangre ya había sido desatado en una guerra imperialista y, ahora, era el turno de llevarlos a las cuerdas.
Entonces, socialismo o barbarie emerge como una denuncia de la destructividad política del capitalismo, pero también hay implícitamente una propuesta revolucionaria. Por un lado, se afirma que el reino de la libertad, fraternidad e igualdad no vendrán de la acumulación de capital y que la única forma de conquistar el futuro de la humanidad será bajo las alas del propio comunismo. Al final, Rosa hace una convocatoria radical y anuncia que el único camino viable para conquistar el poder político está en conquistar el económico también.
¡Como un halo de luz, socialismo o barbarie anuncia el fin del capitalismo y como una profeta deduce los tres elementos de la libertad humana: sólo la clase trabajadora podrá salvar a la clase trabajadora, todo el poder a los soviets y los expropiadores serán expropiados!
Por Jonatan Romero
Columna publicada originalmente el 25 de marzo de 2022 en Intervención y Coyuntura.
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