El 9 de octubre se realizó el seminario en la Pontificia Universidad Católica “La no discriminación, sus alcances en la educación” organizado por la ONG Isfem y el Centro de Estudios para el Derecho y la Ética Aplicada de la Pontificia Universidad Católica. La presencia de Richard Cohen, autor del libro “Comprender y sanar la homosexualidad”, y la discusión sobre terapias para el tratamiento de la homosexualidad fueron duramente criticadas y condenadas por diversas organizaciones sociales vinculadas a la psicología y los derechos de las minorías sexuales. Entender y condenar esta actividad en función solo del compromiso ideológico de la PUC con algunos de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica, es pasar por alto una serie de implicancias en torno a la relación entre la psicología y el contexto social en el que se desarrolla.
En este sentido, el hecho de que el Colegio de Psicólogos en conjunto con el Movilh, hayan caracterizado esta actividad como “denigrante para los miembros de la comunidad universitaria cuyas orientaciones sexuales son distintas de la heterosexual; y una pésima señal para el país, pues atenta contra la sana convivencia entre connacionales, en un contexto en el que la discriminación es sentida como algo inadmisible [1]”, constituye un avance significativo para una disciplina cuya praxis clínica se caracteriza por la psicopatologización de diversos grupos sociales. Este avance solo es comprensible si se considera el proceso de movilización y agitación realizado por distintas organizaciones de estudiantes de psicología entre las cuales destacan la Organización Chilena de Estudiantes de Psicología (Ocep) y el Centro de Estudios de Contrapsicología (CEC). Sin embargo, no nos podemos conformar. La discriminación implícita en el tratamiento de la homosexualidad, constituye sólo una de las aristas del carácter ideológico de la psicología clínica.
Se ha teorizado mucho (quizás demasiado) sobre la relación entre psicología e ideología y la intención de este articulo no es profundizar en una discusión de carácter académico. A grandes rasgos, se puede decir que la relación entre psicología e ideología está cruzada por procesos de psicologización de los conflictos sociales. La psicologización como proceso implica llevar al espacio privado los problemas sociales, requiere en cierta medida ignorar que el síntoma psíquico está indisolublemente ligado al contexto social y ético en el que se formula y, por tanto, la enfermedad se expresa y define también en términos jurídicos, psicosociales y éticos; en otras palabras, se trata de ignorar la relación existente entre la psicopatología y la sociedad en la cual se formula. De esta forma, malestar individual, frecuentemente es fruto de una contradicción social, pero que dicha contradicción se oculta en el momento que este sufrimiento es recluido en un espacio técnico y aparentemente neutral. Así, el problema colectivo del malestar (precariedad laboral, inmigración, desarticulación de las instituciones sociales, etc.) se convierte en un problema de salud individual, es decir, en un problema privado ya que es más fácil cambiar los propios deseos que el orden del mundo. Al dotar de un discurso neutro, atemporal y técnico a este proceso la psicología, se instituye no solo como un medio de control social, sino que va un paso más allá al constituirse en violencia simbólica, es decir, la psicología no solo excluye, sino que legitima en los sujetos dominados esta exclusión. En el caso de Richard Cohen y su tratamiento contra la homosexualidad, la psicologización de la homosexualidad se produce al considerar la relación egodistónica de una persona con su orientación sexual [2] como producto de conflicto psíquico interno, omitiendo referencia alguna al conflicto social que genera la imposición de una cultura heteronomativa. Este mismo desplazamiento del conflicto social hacia el conflicto intrapsíquico se replica en el tratamiento de la “vulnerabilidad social”, de la drogadicción y en la discriminación que sufren inmigrantes, ancianos, niños, cesantes y un largo etcétera compuesto por sujetos que no se insertan adecuadamente en el sistema de producción y consumo capitalista.
La psicologización como posibilidad de intervención psicoterapéutica da cuenta de una dimensión política de la psicología que pocas veces es reconocida y asumida conscientemente. Sin embargo, su crítica teórica/académica no es suficiente a la hora de enfrentar la tarea de construir una psicología al servicio del pueblo y sus necesidades. La condena y la marginalidad con que hoy la mayor parte de los psicólogos se refieren a las terapias para el tratamiento de la homosexualidad, no hubiesen sido posibles sin la participación activa de organizaciones sociales y la organización de los mismos estudiantes de psicología. En este sentido, la tarea para quienes somos psicólogos y creemos en un proyecto de transformación social, pasa por aprender a dotarnos de herramientas organizativas que vayan superando el carácter meramente gremial o académico de nuestras organizaciones, es decir, pasa por dotarnos de herramientas organizativas que nos permitan transformar la praxis misma de la psicología. Constituirnos como actores sociales, reconocernos como trabajadores (la mayoría ejerciendo en condiciones precarias) [3], ser parte de las luchas de los movimientos populares; pasan necesariamente por el trabajo colectivo y la organización que asuma las contradicciones propias de nuestra disciplina.
NOTAS
[1] Declaración conjunta Colegio de Psicólogos de Chile – Movilh frente a foro de terapias contra homosexualidad.
[2]Relación que no es exclusiva de las personas con orientación homosexual.
[3] En la reciente columna “Los desafíos del Psicólogo que se mueve desde lo social”, Rene Squella, reflexiona con mayor profundidad en lo que implica este desafío.
Por Oliver Espinoza
Psicólogo de la Universidad de Chile
Miembro del Equipo Editorial de Perspectiva Diagonal
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