En el discurso del 10 de enero del 2017 del presidente Obama, después de enumerar sus muchos logros, reconoce que el país es más desigual que hace ocho años atrás. Este es un punto vital y central de su presidencia ya que la política es la ciencia y el arte “de quien recibe qué, cómo y cuándo”. Obama reconoce que una pequeña minoría ha logrado acaparar la mayor parte del ingreso y la riqueza creada en los Estados Unidos en los últimos ocho años.
También reconoce que la mayoría de la clase trabajadora y de clase media ha continuado sufriendo el deterioro de su ingreso y de su estándar de vida. Grave problema iniciado a partir de los años 70 del siglo XX. El presidente Obama advierte que el país ha entrado ahora en un peligroso periodo donde la cohesión social y el espíritu de comunidad se han deteriorado críticamente. El presidente reconoce que su gestión es en parte responsable por la catastrófica derrota del partido demócrata en el último año. Este partido no sólo perdió la presidencia de la república, sino que también perdió el dominio en la cámara de senadores, cámara de diputados, gobernaciones de importantes Estados miembros de la Unión y los gobiernos locales de miles de ciudades. Obama termina su discurso haciendo un llamado a la ciudadanía estadounidense para que ésta tome conciencia del gigantesco problema que el país tiene por delante. Señala con amargura que sólo cuando cada ciudadano decida participar activamente en la vida política de la nación, será posible resolver los enormes problemas que la nación tiene por delante.
En mi humilde opinión, creo que una vez más el presidente Obama se equivoca. La actual crisis política de los Estados Unidos, y el nivel de corrupción política es tan mayúsculo, que iniciativas surgidas de la base de la sociedad ya no son posibles ni viables. La elite rica y corrupta concentra todo el poder económico social y político en sus manos, y el pueblo está sumido en un profundo desamparo y depresión. Tratar de resolver los problemas desde debajo de la pirámide social es en verdad una misión imposible. El problema ético de los Estados Unidos en mi opinión es similar al que Maquiavelo pudo detectar en su amada Italia del siglo XVI. Es así como la solución de este gigantesco problema existencial, no puede salir de las masas de individuos explotados y maltratados por ya más de cuarenta años. Según Maquiavelo la solución a este tipo de catástrofe sólo puede venir de un príncipe redentor dotado de un gigantesco poder. En otras palabras un poder tan grande debe ser “capaz de hacer pobres a los ricos y ricos a los pobres”.
Afortunadamente para los Estados Unidos algo parecido a un príncipe redentor ganó las elecciones el mes pasado y en los próximos días asumirá el poder presidencial de la nación. El presidente electo Donald Trump tiene todos los atributos que la ciencia política demanda de un líder que tiene tal gigantesca tarea por delante. Trump se enfrenta a un problema existencial muy parecido al que tuvo que enfrentar el presidente Franklin Delano Roosevelt, cuando a comienzos de los años 30 del siglo XX, había que sacar a los Estados Unidos de la catastrófica depresión económica iniciada en el año de 1929. El presidente Roosevelt aceptó este enorme desafío y con sus políticas iniciales de dar trabajo a millones de cesantes (abriendo y tapando hoyos), pudo conseguir el apoyo de la enorme mayoría de la población. Este enorme apoyo popular (populista se diría hoy) le permitió al presidente Roosevelt, formar y consolidar una coalición política ganadora que le permitió efectivamente gobernar al país por 12 años (1933-1945). Según Richard E. Neustadt, Roosevelt sí sabía cómo manejar el poder.[i] Jamás permitió que las decisiones importantes fueran tomadas por sus ministros o sus ayudantes. Muy por el contrario, se rodeó de brillantes ayudantes con ideas y opiniones diferentes. De esta manera Roosevelt incitaba un debate sobre los problemas y sus posibles soluciones, pero la decisión final siempre la tomaba el presidente. En toda política pública adoptada, el test ácido más importante era clarificar con la máxima precisión si la política en referencia aumentaba o disminuía el poder presidencial. Lo importante aquí eran los costos y beneficios políticos. El Presidente se aseguraba de que sus ayudantes (staff presidencial, ministros, secretarios, subsecretarios, etc.), le presentaran opciones donde se analizaba con precisión los costos y beneficios políticos que tal decisión tenía para el poder presidencial. Neustadt señala que Roosevelt jamás cometió los errores que sí cometieron presidentes famosos como Truman y Eisenhower. En el caso de Truman el presidente cometió el gravísimo error de dejar que decisiones claves sobre la conducción de la guerra en Corea se delegara al General MacArthur. El desastre que provocó MacArthur cuando decidió invadir y ocupar Corea del Norte produjo una inesperada reacción chino-soviética, y millones de soldados chinos obligaron a las tropas estadounidenses y a sus aliados a retirarse derrotadas al sur de la península. Esta derrota obligó al presidente Truman a despedir al General MacArthur como comandante en jefe de las fuerzas occidentales en Corea y con esta catastrófica decisión Truman perdió poder político que lo transformó en un inefectivo “pato cojo” por el resto de su mandato.
En el caso de Eisenhower, el presidente irresponsablemente delegó poder presidencial en su ministro de finanzas, y este ministro públicamente criticó las propuestas, programas y presupuestos fiscales preparados por el presidente. Al igual que en el caso anterior este profundo error politológico casi transformó al presidente Eisenhower en un “pato cojo” por el resto de su mandato. Neustadt termina sus recomendaciones señalando que para gobernar efectivamente los Estados Unidos, el presidente debe ser un profesional de la política, es decir, un experto en el arte y la ciencia de quien recibe qué, cómo y cuándo. Neutadt agrega que un presidente exitoso debe siempre tener tras preocupaciones vitales en su mente. Primero, debe funcionar como un excelente servidor público que facilite el trabajo de toda la elite política radicada en Washington. Esto quiere decir que el presidente usando hábilmente los recursos económicos a su disposición (presupuesto nacional) debe formar una coalición ganadora. Usando inteligentemente el presupuesto fiscal puede lograr suficientes aliados en la elite política del país y que reside en Washington. De esta forma el presidente construye una coalición potente de senadores, diputados, altos burócratas, jueces, y ciudadanos influyentes y poderosos. El presidente así da su apoyo a estos líderes políticos seleccionados y estos a su vez devuelven la mano apoyando sólidamente todas las iniciativas presidenciales. De esta forma el presidente gana alta reputación profesional dentro de la elite política y así aumenta, y consolida el poder e influencia presidencial.
En segundo lugar y aún más importante, el presidente debe conseguir que el pueblo le dé su sólido apoyo y aprobación. Para esto debe tomar decisiones que verdaderamente beneficien a las grandes mayorías. El ingreso y estándar de vida de la población debe así constantemente mejorar. Con estas mejoras el presidente consigue el apoyo popular necesario para iniciar nuevos planes y proyectos que consoliden su prestigio y verdadero poder dentro de toda la nación.
En tercer lugar, el presidente debe tener su propio y exclusivo servicio secreto y de inteligencia que lo defienda y al mismo tiempo que le permita enterarse a tiempo de todas las maquinaciones de sus enemigos que invariablemente tarde o temprano aparecerán en el horizonte político. Es así como el presidente premia constantemente a sus partidarios y también debe asegurarse que sus enemigos reciben un castigo ejemplar y suficiente para neutralizarlos y reducirlos a la insignificancia política. El presidente debe crear incertidumbre, dudas y miedo entre aquellos que se oponen a sus planes y programas y al mismo tiempo debe crear certidumbre y confianza entre aquellos que cooperan con sus políticas y programas. En otras palabras, debe crear dudas y temores entre sus enemigos y confianza y bienestar entre sus amigos.
En conclusión, Estados Unidos es un país en donde el poder está dividido y repartido entre distintas instituciones políticas y esta división se hace expresamente por la constitución a fin de resguardar las libertades individuales. Es así como las ideas liberales de Locke y Montesquieu son poderosamente incrustadas en la constitución estadounidense. El presidente se reduce de esta forma, a un pequeño rey constitucional que de forma jurídica tiene muy poco poder real para gobernar con éxito al país. Esto explica por qué la inmensa mayoría de los presidentes fracasan en sus intentos por resolver los problemas de las grandes mayorías. La corrupta elite se ha asegurado que sus privilegios siempre estarán a salvo y de esta forma los ricos y poderosos nunca dejan de llevarse el pedazo más grande de la torta. El garantizar la riqueza, bienestar y felicidad de la elite está poderosamente enraizado en las instituciones estadounidenses. Los padres fundadores del país eran burgueses ricos y así con suma inteligencia idearon una forma de gobierno que protege su riqueza y también su libertad y felicidad.
Es así como el bienestar de las grandes mayorías sólo se ha conseguido en las raras ocasiones en que el poder presidencial ha caído en manos de un poderoso presidente progresista que ha sido capaz de crear una coalición popular suficientemente fuerte para vencer los poderes de la elite reaccionaria. Desafortunadamente desde los años 80 del siglo XX, ningún presidente estadounidense ha tenido los objetivos sociales favorables al pueblo y la clase media y la capacidad politológica del presidente Franklin D. Roosevelt.
Ahora a comienzos del año 2017, está por verse si el presidente Donald Trump es capaz de reformar el capitalismo corrupto que hoy domina a los Estados Unidos. Si Trump estudia con sumo cuidado a Maquiavelo [ii] y también internaliza los libros escritos por Richard Neustadt; entonces es probable que logre éxito y pase a la historia como un político que fue capaz de usar el poder presidencial en beneficio del bien común y con ello transformar la actual pesadilla politológica en el verdadero sueño norteamericano. No obstante si el presidente Trump no cumple con sus promesas de mejorar la distribución del ingreso y la riqueza en los Estados Unidos y de esta manera no logra devolver el estándar de vida que los trabajadores y la clase media alcanzaron en la década de los años 70 del siglo XX; entonces las posibilidades de una guerra de clases aumentará exponencialmente. El sueño norteamericano así se transformará en una horrible pesadilla y la unión terminará en una catastrófica desintegración. En otras palabras un proceso similar al que hoy día ya está ocurriendo con la desintegración de la unión europea. De esta forma el capitalismo salvaje iniciado a fines de los años 70 del siglo XX habrá llegado a su catastrófico final. Los sueños de Marx delineados a mediados del siglo XIX por fin se harán una realidad.
[i] Richard E. Neustadt, Presidential Power. The politics of Leadership Wiley & Sons Inc. New York, 1960; Richard E. Neustadt, El Poder Presidencial y los Presidentes Modernos. Políticas de Liderazgo de Roosevelt a Reagan; Colección de Estudios Políticos y Sociales, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1993.
[ii] F. Duque Maquiavelo: Un Cientísta Político Moderno Dictus Publishing Saarbrücken, Alemania 2013
*Cientista Político