Un 10 de enero de 1957 partió la gran Gabriela Mistral: La maestra de América

Gabriela Mistral tenía 67 años cuando partió de este mundo, dejando un importante legado

Un 10 de enero de 1957 partió la gran Gabriela Mistral: La maestra de América

Autor: Seguel Alfredo

Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, conocida por su seudónimo Gabriela Mistral, fue una destacada poetisa, diplomática, pedagoga y defensora de derechos e igualdad.

Fue galardonada en 1951 con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Ha sido asimismo la primera ganadora del Premio Nobel de Literatura de América Latina.

Nueva York, 10 de enero de 1957. Cuatro de la madrugada y 18 minutos. Gabriela Mistral, quien había llegado al mundo 67 años antes en el pueblito de Vicuña, Chile, como Lucila Godoy Alcayaga, moría.

De acuerdo a varias fuentes, la última vez que leyó sus poemas, terminó con esta bella frase: “En un país sin nombre voy a morir”. Meses después, Gabriela habló en la Unión Panamericana, organismo que dio origen a la OEA, leyó un discurso a favor de la paz, la integración de los pueblos y los derechos humanos. Alegró con un mensaje a todos los países.

En la pieza de un hospital A finales de 1956, la última etapa de la premio Nobel se convirtió en una agonía definitiva. Ingresó en un hospital de Nueva York muy enferma donde le diagnosticaron el mortal cáncer al páncreas. En noviembre de ese año, se recuperó y escribió en su testamento que quería morir en su amado pueblo de Montegrande,  Valle del Elqui, donde vivió desde los tres a nueve años. Además, dejó establecido que de todos los libros vendidos en Latinoamérica, una parte importante de los derechos de autor debían ser entregados a niños pobres.

El 2 de enero de 1957 volvió a internarse, esta vez definitivamente, en el Hospital de Hempstead, en Nueva York. Cinco días después, el cáncer de páncreas ya se había extendido hasta el esófago.

GABRIELA MISTRAL- Serie Maestros de América Latina (UPN / Argentina)

2 poemas de Gabriela Mistral: La mujer fuerte y besos

La mujer fuerte

Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un abril ardiente.

Alzaba en la taberna, honda, la copa impura
el que te apegó un hijo al pecho de azucena,
y bajo ese recuerdo, que te era quemadura,
caía la simiente de tu mano, serena.

Segar te vi en enero los trigos de tu hijo,
y sin comprender tuve en ti los ojos fijos,
agrandados al par, de maravilla y llanto.

Y el lodo de tus pies todavía besara,
porque entre cien mundanas no he encontrado tu cara
¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto!

***

Besos

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero…? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos… vibró un beso,
y qué viste después…? Sangre en mis labios.

Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.

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