Con el pasar de los años, los barrios que estaban en decadencia se han renovado con proyectos habitacionales costosos, gracias a un fenómeno social y económico considerado por expertos propio de lo urbano y denominado en un anglicismo, para muchos, inentendible: la gentrificación.
Para Gerardo (47) el cambio poco de bueno tiene : “caminas unos metros y te encuentras con un café, luego un hostal, una tienda de ropa, una residencial. Pero para comprar un poco de pan y
algo pa’ echarle, hay que subir(o bajar) un montón y más encima pagar las ganas” se queja este oriundo de san Vicente pero avecindado en el puerto hace más de 30 años.
De los residentes consultados, muchos coinciden en que existe un notorio recambio de vecinos. “Difícil es que llegue una familia a vivir aquí, las casas grandes son carísimas y ahí se ponen los hostales. Por eso, sólo llegan universitarios o viajeros de quizás dónde” explica la señora Ruth, porteña avecindada en Cerro Alegre “hace más décadas que los dedos de tu mano”.
Como nada es blanco o negro, frente al fenómeno hay opiniones divididas. Por un lado, quienes ven la revalorización de los barrios como un hecho positivo (sobretodo para los propietarios de las casas y dueños de pequeños negocios de barrio) y por otra, negativa ya que las actuales condiciones dejan en total desamparo y abandono a los vecinos que no tienen recursos seguir viviendo allí por el alza de la plusvalía.
Maikel (17), a pesar de su corta edad, alega contra los enemigos del progreso. “La gente lo ve como negativo porque llega gente con mayor poder adquisitivo pero eso hace que los jóvenes tengamos mayores horizontes y la posibilidad de otro roce. Antes para conocer una extranjera había que ir a Viña, con suerte. Ahora están todas acá”, sonríe con picardía.
El reconocimiento casi quince años atrás como Patrimonio de la Humanidad, en relación al aumento del turismo, es evidente. Aprovechando este constante flujo de visitantes, los planes de reactivación del Casco Histórico debiesen tener dentro de sus principales objetivos beneficiar a los actuales habitantes de los barrios porteños, para detener su partida y mantener los rasgos de identidad que tanto se promocionan como imagen país.
Sin embargo, el eje cerro Concepción–Alegre demuestra que la ceguera institucional no es excepción en estas latitudes, transformando un clásico barrio residencial en un barrio netamente turístico. “Los programas para capacitar gente, para que se fuera desarrollando más el turismo, por generar nuevas fuentes de trabajo, son de mentira. Te capacitan como guía pero si no sabes idiomas no te contrata ninguna agencia que más encima vienen con los tours listos desde otro lado. Acá llegan, pegan su paseo, sus fotos y chao” se queja José, habitante de Cerro Larraín y vendedor callejero de productos dulces.
Siempre se mencionó que en el contexto de los altos índices de cesantía que tiene la región de Valparaíso, estos nuevos aires patrimoniales traerían trabajo y oportunidades. Es evidente que se modifica la composición y los tipos de relación entre vecinos y vecinas pero el frenético ritmo de vida de las grandes urbes( abastecedoras de turistas) fomenta un constante recambio poblacional y obliga a urgentes medidas de mitigación frente al creciente número de vehículos en las calles y el aumento excesivo de la densidad en territorios acondicionados a otros estilos de vida. De trabajo y oportunidades, poco y nada.
Que pase el siguiente
En la primera mitad del siglo XIX, el corazón comercial y gubernamental estaba en los sectores cercanos al puerto. La primera sede del parlamento, la primera iglesia, los grandes almacenes y bodegas se ubicaban en el llamado barrio La Matriz. Hoy aún no hay hostales boutiques ni panaderías gourmet. El barrio puerto recibe un lento pero sostenido crecimiento de la industria cultural y turística, lo que se complementa con fuertes inversiones de compañías navieras que han comprado los grandes edificios de los alrededores. El mercado puerto está en proceso de refacción y espera entregarse en mayo del próximo año. Para tal fecha, algunos empresarios gastronómicos esperan haberse arreglado bien los bigotes y poblado los locales vacíos de calle Serrano, Cochrane o Blanco.
“El plan, sobretodo acá, está lleno de grandes casonas, abandonadas hace muchísimos años. Las autoridades debieran pedir ayuda a los privados, arreglarlas y traer a gente de los cerros, la que lo perdió todo , por ejemplo. Así, se revitaliza el sector, y no se pone tan cuico, con gente que es de aquí y no de fuera, que valora lo propio y que quiere volver a empezar, que buscan una segunda oportunidad” declama Ingrid (46), vecina y trabajadora de un clásico restorán de calle Serrano.
El también clásico bar La Playa, que data de 1903, sacó el cartel de “se vende”. La dueña, de seguro, ya fue avisada que tiempos mejores se avecinan. Los alrededores del trágico incendio y explosión del 2007 se encuentran en proceso de reestructuración, una feria propiciada por la asociación de artesanos transforma la cuadra en boulevard de productos elaborados por manos porteñas algunos fines de semana.
El también llamado Barrio Puerto tiene una identidad propia, reflejada en sus habitantes y representa un epicentro cultural y turístico inserto en el casco histórico.¿Cómo conjugar ambas experiencias para que el glamour no se coma lo tradicional? Difícil interrogante. El corazón y origen de la ciudad, la comunidad, su estructura y sus habitantes, antes estaban íntimamente ligados con el puerto y sus actividades. El tejido empresarial hoy es otro y lo social ya no sustenta los cambios y proyecciones. Es de esperar que la conciencia colectiva rinda frutos e impida el avance voraz del lucro sin miramientos.