Como cualquier día domingo, partí en dirección a una feria libre cerca de mi casa para realizar las compras correspondientes en frutas y verduras para la semana. Esto ya para mí es casi un rito, una tradición traspasada desde mis padres.
Pero el domingo pasado, que parecía un día normal, fue distinto. Encontré entre la muchedumbre a un grupo de personas que caminaban entre la gente entregando propaganda respecto a un candidato para las próximas elecciones. Este candidato caminaba junto al grupo, saludando, dando abrazos, sacándose fotos. Él mantenía una sonrisa permanente, casi eterna.
Reconozco que para mí es un sueño el poder alguna vez participar en una elección, ganarla, y asumir así un cargo de representación popular. Sin embargo, mientras compraba papas, tomates, elegía duraznos y le pagaba a la casera, comencé a pensar y a darme cuenta del sinnúmero de cosas que conlleva esto de “ser candidato”.
En primer lugar tengo que ser capaz de asegurar un cupo en mi partido político, haciéndome parte del festival de codazos para lograr posicionarme como una buena opción para el partido. ¿Primarias? Las primarias se dan sólo en lugares donde no hay claridad sobre cuál “lote” del partido tiene el poder. Pero si hay un “lote” que domina ese territorio, olvidémonos de primarias. Confórmese con un “yo creo que es mejor que te bajes y así no debilitamos a nuestra carta segura”.
Ahora si soy independiente sólo depende de mi esfuerzo en conseguir adherentes a mi candidatura, y bueno, también del dinero para poder darle carácter legal a estas adhesiones.
Pero el dinero no es problema sólo de las candidaturas independientes. Los partidos políticos entregan algo de apoyo monetario a sus candidatos. Pero hablemos clarito, el que no tiene dinero para afrontar una campaña, mejor que vaya pensado en endeudarse o bien dejarle su cupo a alguien que sí lo tenga. Mientras reflexionaba, el candidato que recorre la feria me da la mano mientras sonríe. Yo lo saludo, no sin dejar de pensar en lo endeudado que puede estar este caballero.
Seamos francos, el dinero en las campañas políticas se usa casi exclusivamente para difundir la candidatura, para posicionar el nombre, la foto y un slogan “pegajoso” en el territorio que se está compitiendo. El Marketing Político sabe mucho de esto y logra muy buenos resultados, aunque para quien escribe esta columna el Marketing Político ha sido responsable de la desaparición de candidaturas en base a ideas, fomentando la Imagen, la forma por sobre el fondo. Ahora bien, destinar dineros para la conformación de think tanks que generen ideas y propuestas para la campaña, simplemente no es prioritario.
Finalmente los candidatos se han transformado en “productos” que se venden a la ciudadanía. Una ciudadanía que dista mucho de ser exigente a la hora reelegir ese tipo de “productos”.
Mientras miraba las alcachofas, pensé: ¿Y si soy capaz de posicionarme entre los codazos y además consigo el dinero necesario para hacer una campaña generosa que me convierta en un producto atractivo? ¿La tarea está hecha? Ciertamente las probabilidades de ganar aumentan.
Pero las campañas políticas no son fáciles. No es sorpresa que comience a circular información sobre tu vida personal, familiar o laboral. No es un tema fácil de abordar que descubran que tienes un hijo fuera del matrimonio, que en tu juventud te tomaste una foto con algunas copas de más, o que hay unas deudas que aún no has logrado aclarar. Frente a esa situación, sorprendentemente te dirán dos frases: “así es la política” o bien “la política es sin llorar”. Dos frases que lo único que hacen es legitimar y hacer perennes prácticas totalmente deleznables.
Casi sin mirar y preocupado de mis reflexiones, tomé una manzana en el puesto de doña Claudia. Seguía pensando en cómo una decisión de ser candidato te transforma más que en un político, en un gladiador. En un gladiador preocupado de ganar su pelea más bien porque la inversión monetaria realizada es alta, preocupado porque la presión del Partido Político es constante para que ganes y demuestres que tú debías ser gladiador, preocupado porque los contendores se esmeran en buscar en lo más profundo de tu historia personal o familiar alguna cosa que afecte tu candidatura.
Candidaturas pensadas en la imagen por sobre las ideas, centradas en destruir a los contendores en vez de posicionarte como mejor alternativa, concebidas desde una perspectiva de costo o beneficio monetario, con mínimas definiciones políticas.
¡Yo no quiero ser candidato! Dije en voz alta.
¡Caserito! me dijo doña Claudia, ¡esa fruta está podrida! Y claro, ella se refería a la manzana que yo tenía en mis manos.
Por Álvaro Jorquera Mora
@jorqueramora