Presentación: Comunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria.
VI. Se toma distancia de las concepciones anti-sistémicas confrontacionales, y se explican las fases y los modos de la conquista de la autonomía.
Para comprender correctamente el significado de la autonomía cultural necesaria para encaminarse en la creación de una civilización nueva, es preciso efectuar una neta diferenciación respecto de las propuestas contraculturales y de las ideologías y políticas antagónistas contra el “sistema” capitalista y estatista.
Los límites de esos enfoques críticos son, a mi parecer, dos fundamentales. El primero es que permanecen al interior de una concepción de izquierda (socialista, marxista, neo-marxista) que es parte del sistema político vigente, de la civilización del Estado y de los partidos, y que piensa que la superación del capitalismo ocurriría como resultado de una lucha contra el sistema, y que por consiguiente requiere la existencia de sujetos políticos antisistémicos, antagonistas, combatientes, revolucionarios. El otro límite de esas concepciones antagonistas es suponer que el ‘sistema’ es de tal modo poderoso y capaz de cooptar y de funcionalizarlo todo, que nada puede crearse que lo trascienda mientras no sea antes destruido. Esto significa no comprender las potencialidades de la autonomía intelectual y moral que pueden alcanzar individuos y grupos creativos, autónomos y solidarios, auto-organizados, y que en base a dicha creatividad, autonomía y solidaridad, sin necesidad de primero destruir al capitalismo y al estatismo, pueden iniciar la creación de una nueva superior civilización.
Es muy importante comprender a fondo la distinción esencial entre el antagonismo y la autonomía, que es algo crucial y novedoso, en cuanto la mayoría de las propuestas de cambio social, político y económico son actualmente entendidas en el sentido de una lucha ‘contra’ el sistema, o sea en términos de antagonismo y no de autonomía; y hay que comprender por qué actuando de ese modo se llega a ser estéril o no se contribuye –incluso a menudo se dificulta– la creación de una nueva civilización.
Lo examinaremos “a partir” de una idea propuesta por Gramsci, según la cual, para alcanzar la autonomía, un movimiento cultural, social o político debe superar ciertos momentos o fases primitivas de su desarrollo.
Un primer momento o fase sería la de escisión, ruptura o separación, es decir el diferenciarse, separarse y ‘romper’ con la realidad y el ‘sistema’ imperante, con lo cual junto con tomarse distancia se crea una identidad propia; pero una identidad definida como negación y reacción frente a la realidad existente. Por ejemplo, respecto del capitalismo, sería ser no-capitalista, o limitarse a proponer un proyecto no-capitalista. Es una fase tal vez necesaria pero estéril en cuanto a resultados y logros, porque separándose, alejándose de la realidad dada, no se interactúa con ella, no se la transforma, y se permanece como en una isla marginal.
Un segundo momento o fase sería el de antagonismo, es decir, de la oposición, la contradicción y la lucha contra la realidad existente que se quiere negar, destruir o superar. La identidad de sí es en esta fase definida por oposición: es una identidad “contra”, “anti”. Por ejemplo, ser anti-capitalista y proponerse luchar contra el capitalismo. En este tipo de movimiento se interactúa con la realidad general, pero en forma de lucha y de conflicto, y el resultado no puede ir más allá del desenvolvimiento del conflicto mismo. El adversario se refuerza en proporción a la intensidad de la lucha de quienes lo combaten, y no se genera una realidad nueva, más allá de la exacerbación del antagonismo.
Estos dos momentos o fases, o mejor, los movimientos que tengan estos niveles de conciencia y de propuesta, no son autónomos, porque se definen en función de lo que critican, y en consecuencia permanecen subordinados a ello. La oposición, la crítica, el antagonismo, la lucha contra, constituyen actitudes que permanecen en el nivel de la negación de lo viejo, no de la afirmación de lo nuevo superior, que no alcanzan siquiera a concebir ni a proyectar, porque en esa fase la conciencia permanece al interior de la realidad existente en función de la cual los sujetos se definen contrarios, enemigos y combatientes.
Alcanzar la autonomía implica ir más allá de la negación y del antagonismo, siendo necesaria una auto-definición positiva, sobre la base de una propia, superior, integral concepción del mundo (y proyecto cultural, político, económico).
La autonomía debe ser claramente diferenciada de la escisión o ruptura, y ello no siempre se comprende, porque se tiende a pensar la autonomía como independencia, como diferenciación y como diversidad. Dice Gramsci, en cambio, que la autonomía supone acceder a un punto de vista más elevado, superior, que nosotros hemos llamado ‘comprensivo’. Hay que llegar a ponerse en una posición más alta, “inaccesible para el campo adversario”. No se trata de salir y quedarse fuera (separación), ni de ponerse y estar contra (antagonismo), sino de ponerse por encima, en el sentido de haber alcanzado una visión más amplia y de estar en condiciones de valorar incluso a los “adversarios”, de aprender de ellos, y de hacerlos parte del propio proceso, sin tener temor de ser absorbidos por ellos.
En las fases (o movimientos) primitivos de la ruptura y del antagonismo, se teme al adversario, al “sistema”, y sobre todo se tiene miedo de ser reabsorbidos por él, al que se imagina poseyendo una fuerza superior. Por ello, en esa fase la actividad intelectual principal es la crítica, la negación de las concepciones adversarias, una crítica que tiende a ser total, completa, porque se cree que si se acepta o se reconoce una parte de verdad, de validez o de valor que puedan tener, se teme que aquellas concepciones criticadas puedan ‘infiltrarse’, contaminar, o que los propios seguidores caigan en la trampa y sean cooptados, o al menos que se debilite el antagonismo y el conflicto.
En cambio, en la fase de la autonomía no se teme al adversario, porque en realidad no se tiene un adversario, sino concepciones poco elaboradas que deben ser superadas, pudiéndose y debiéndose integrar en la propia, superior concepción, conocimiento y proyecto, todo aquello que pueda descubrirse de verdadero, de valioso, en las realidades y concepciones precedentes (que, obviamente, no pueden ser totalmente erróneas, nulas y sin valor alguno).
Pero más importante aún, es el hecho que los movimientos antagonistas se niegan a crear la nueva realidad, o no se proponen comenzarla en el presente, porque creen que primero y antes de crearse lo nuevo debe suprimirse lo viejo, debe derrumbarse el sistema establecido. Y como éste no se derrumba, pasan los años, las décadas y los siglos en una lucha interminable, y siempre con la esperanza del derrumbe que no acaba de llegar. Así, siempre se posterga el inicio de la creación de lo nuevo.
Pero, peor aún es el hecho que permanecer en el antagonismo, en la lucha y en el conflicto, tiene como resultado previsible el reforzamiento del “sistema” que se quisiera suprimir, porque frente a quienes lo critican y tratan de destruirlo mediante el empleo de la fuerza, sus defensores se atrincheran, se protegen, lo refuerzan, lo perfeccionan, etc.
Llegar a ser autónomos, esto es, superar los momentos de la separación o ruptura y del antagonismo, y entonces elevarse a un punto de vista superior, comprensivo, es condición para iniciar la creación de la nueva civilización. Creación que no debe esperar el derrumbe de la civilización establecida para abrirse camino y comenzar a desplegar sus propias potencialidades.