¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? (XXVII)

Presentación: Comunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria Serie ¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? Capítulos I a VII y VIII a XXVI

¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? (XXVII)

Autor: Wari

PresentaciónComunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria

Serie ¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? Capítulos I a VII y VIII a XXVI.

XXVII. Las naciones, los pueblos originarios, las etnias y las comunidades nacionales, en la creación de la nueva civilización.

Llegando ya al final de estas reflexiones sobre la nueva política, me referiré a la cuestión de las naciones y de las nacionalidades. Una cuestión relacionada con el tema del Estado que examinamos en la presentación anterior, pero que es claramente distinta, por lo que es necesario examinarla en sí misma y relevando su propia importancia en relación al tránsito hacia una nueva civilización. Porque si bien muchos de los Estados modernos tienen una base nacional y suelen caracterizarse como Estados nacionales, no es lo mismo hablar de naciones que de Estados.

Cuando hablamos de naciones nos referimos a grandes unidades histórico-sociales, a comunidades humanas que a lo largo del tiempo, a través de sucesivas generaciones, han ido configurando una identidad cultural. En tal sentido, el término ‘nación’ puede resultar restrictivo, por lo que precisamos que entenderemos aquí como ‘naciones’ a diferentes realidades históricas que se conocen con distintos nombres; nuestra idea de ‘nación’ incluye, por ejemplo, a los pueblos originarios de América Latina que han conservado su identidad cultural a lo largo de siglos; también a las ‘nacionalidades’ que tienen sus propias lenguas y que subsisten al interior de varios de los países europeos; y a diversas ‘etnias’ que caracterizan a las complejas realidades sociales africanas; y así a otras denominaciones con que suelen identificarse pueblos que tienen su propia cultura y su propia continuidad histórica.

Lo determinante de lo que aquí entendemos como una ‘nación’ es la identidad cultural y el sentido de continuidad histórica, que hacen que entre sus integrantes se genere un fuerte sentido de pertenencia, un sentimiento de identidad compartida, que se trasmite de generación en generación. Se trata de unidades colectivas que se han generado a través de procesos de larga duración y de extendida amplitud, en los cuales ciertas poblaciones humanas numerosas han ido conformando una cierta cultura, un idioma, unas tradiciones, unos modos de vivir, y una memoria colectiva, que les proporcionan un sentido de continuidad histórica. A menudo las naciones se fundan sobre unas mismas raíces étnicas, y sobre concepciones del mundo o creencias religiosas ampliamente difundidas, y sobre bases territoriales y geográficas delimitadas; pero estos elementos no están necesariamente presentes en todas las naciones.

Los Estados, en cambio, suelen formarse a través de actos constituyentes ejercidos desde situaciones de poder, y articulan e integran a los asentamientos humanos existentes al interior de un territorio claramente demarcado por límites considerados ‘soberanos’ y que se defienden con las armas. Los Estados sujetan dichos asentamientos humanos a un determinado poder político y militar centralizado, y a un conjunto de instituciones y de leyes cuyo cumplimiento puede ser impuesto a todos los habitantes del territorio.

Sintéticamente: cuando hablamos de naciones hablamos de sociedades civiles, cuando hablamos de Estados hablamos de sociedades políticas. Las naciones son anteriores a los Estados. Y ha ocurrido demasiado a menudo en la civilización moderna, que los Estados no se configuran sobre una base nacional sino que se imponen sobre más de una nación, integrando a varias de ellas de manera autoritaria. También ha ocurrido que los Estados se demarcan territorialmente dividiendo naciones previamente constituidas.

Prácticamente en todos los casos en que el Estado no se constituye en base a realidades nacionales dadas, a las cuales no corresponde la extensión de su poder institucional y de gobierno, ha sido inevitable que el surgimiento de conflictos y guerras, sea del tipo ‘guerras civiles’ que se manifiestan al interior de un Estado, sea como guerras entre Estados que pretenden rediseñar sus confines extendiéndose sobre más amplias bases nacionales. La mayor parte de las guerras y conflictos que se han dado y continúan verificándose en la civilización moderna, tienen en su origen la inexistente correspondencia entre las dos instancias mencionadas, la civil de las naciones y la política de los Estados.

El problema se agudiza especialmente en los casos en que la conformación de la unidad estatal se ha impuesto autoritariamente sobre varias naciones, intentando someterlas y pretendiendo generar alguna nueva identidad colectiva supranacional. Es así que los Estados suelen crear y concebir una identidad que denominan ‘patriótica’, siendo en torno a la idea de Patria que los Estados han buscado generar una identidad cultural sobre bases que no son nacionales, y que no tienen hondas raíces históricas. Dicho de otro modo, ha sido corriente que con la idea de ‘patria’ se haya buscado suplantar a anteriores identidades nacionales, y creando un sentimiento patriótico se intenta desarticular o debilitar colectivos nacionales anteriores, cuyas bases geográficas no coinciden con las demarcaciones territoriales del Estado.

Cabe, entonces señalar, que en el tránsito a la nueva civilización que pretendemos, este origen y fundamento de tantos conflictos y guerras debiera desaparecer, toda vez que en la nueva civilización, los Estados perderían poder frente a las naciones, como consecuencia de la recuperación de las autonomías de éstas, por un lado, y por el reconocimiento de la presencia y participación de las naciones en las instancias internacionales y planetarias, por el otro. En ambos sentidos las naciones –pueblos originarios, étnias, comunidades nacionales, nacionalidades, etc.- serán también protagonistas de la creación de la civilización nueva.

Ahora bien, cabe advertir que en la civilización moderna ha ocurrido a menudo que las naciones, subsumidas y a menudo sometidas a las entidades estatales que las controlan, han terminado adoptando formas de acción política que no forman parte de sus tradiciones culturales sino que en realidad son propias de la civilización estatal, derivando en movimientos políticos nacionalistas e independentistas que ejercen su acción incluso por vías violentas. Más allá de la discusión sobre la legitimidad o ilegitimidad de tales formas de acción política (asunto que podrá discernirse considerando el grado de opresión y de destrucción que los Estados que las dominan hayan ejercido y ejerzan sobre ellas), es importante comprender que una real y definitiva superación del conflicto y de sus causas podrá lograrse solamente en un proceso de creación de una civilización nueva, post-estatal, que reconozca y valorice a las comunidades locales y nacionales, y que las integre de modo armónico en una nueva identidad de carácter universal.

En tal proceso y como parte del mismo, es importante lo que realicen las naciones por recuperar sus identidades, sus idiomas, sus culturas, su música, su arte, costumbres y tradiciones, desprendiéndose de aquellas incrustaciones de elementos propios de las formas de hacer política que puedan haber adquirido como efecto de su integración subordinada en la civilización estatal moderna.

Asimismo, habrá que comprender que la nueva civilización mira hacia el porvenir y se abre hacia nuevas formas de conocimiento, de cultura, de pensamiento y de arte, y hacia nuevas formas de hacer economía y de hacer política, superiores a las que la humanidad ha experimentado y conocido hasta ahora, y en consecuencia superiores también a las que hayan vivido en el pasado las naciones. En tal sentido, las realidades nacionales, al integrarse a los procesos creadores de la nueva civilización, habrán de crecer en creatividad, en autonomía y en solidaridad, igual que todos los sujetos individuales y colectivos que han de conformar la nueva civilización.

La ‘forma unificante’ de una civilización nueva y superior no es el Estado; pero tampoco es la nación. Lo importante es reconocer que las naciones, las comunidades, las etnias, por sí mismas e independientemente de los Estados, tendrán su lugar reconocido y su aporte especial que hacer a la creación de un nuevo orden social y de nuevas dinámicas de transformación, desarrollo y perfeccionamiento de la experiencia humana. En tal sentido es decisivo y esencial comprender que la nueva ‘forma unificante’ no será destructiva de las formaciones sociales menores, ni se construirá mediante la negación de la diversidad y pluralidad de las culturas nacionales y étnicas, sino que las potenciará, las enriquecerá incluso al incorporarles los dinamismos propios que derivan de sus valores fundantes: la creatividad, la autonomía y la solidaridad, en los términos y con los significados con que los hemos comprendido.

Desplegando su propia creatividad, autonomía y solidaridad, las naciones, o sea los pueblos originarios, las nacionalidades, las comunidades históricas, las etnias, serán importantes sujetos creadores de la nueva civilización. Recuperando sus valores, sus culturas, sus tecnologías, sus saberes y sus identidades propias, ellas contribuirán a enriquecer la nueva civilización, con aquellos contenidos que han sabido conservar y rescatar, muchos de ellos provenientes desde civilizaciones anteriores a la época moderna, y que son aportadores de sabidurías, experiencias y riquezas humanas y comunitarias que en el futuro podrán compartir con toda la humanidad.

Con esto concluimos las reflexiones sobre la nueva política, y nos preparamos para entrar al análisis de la nueva economía.

Luis Razeto Migliaro

El Ciudadano


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