¿De dónde proviene lo que comes? Casi nadie puede responder a esta pregunta con precisión, en buena medida porque los procesos de industrialización y urbanización propiciados por el capitalismo determinaron la división tajante entre campo y ciudad, como si uno y otro fueran esferas ajenas entre sí que no necesitan más contacto del necesario. En general las ciudades son grandes centros de consumo, pozos sin fin que acaban con todo lo que reciben y aun así es imposible satisfacerlos. Como habitantes de la ciudad solo sabemos que un alimento llega a nosotros, pero lo último en lo que pensamos mientras lo comemos es en las condiciones en que este se produce.
Al respecto de esta circunstancia escribió hace poco Ari LeVaux en el sitio AlterNet, específicamente cómo una parte considerable de la comida que se sirve en restaurantes regionales de Estados Unidos conlleva condiciones de esclavitud para las personas que obtienen los ingredientes para prepararla. LeVaux refiere el caso de los pescadores vietnamitas, quienes son obligados a laborar 20 horas al día, bajo tortura y a cambio de una paga que en ocasiones es únicamente un plato de arroz cocido.