A finales del siglo pasado, Gobiernos, científicos y ambientalistas coincidieron en que una manera efectiva de combatir el calentamiento global en el planeta pasaba por disminuir las emisiones de carbono causadas por el transporte.
Esta conclusión estaba fundamentada en que el 22% de las emisiones de gases de efecto invernadero eran producidas por vehículos. Esta cifra se vería incrementada en el corto y mediano plazo debido al crecimiento constante en el uso de automóviles particulares.
Como solución, propusieron los biocombustibles naturales y renovables en lugar de combustibles fósiles, debido a que los cultivos de base biológica no emiten carbono, aunque esta premisa no resultó del todo cierta o, por lo menos, no del todo efectiva para disminuir la emisión de gases al ambiente.
Los gobiernos impusieron regulaciones que obligan a los proveedores de combustibles fósiles a mezclar biocombustibles, principalmente biodiesel de semillas oleaginosas y etanol a partir de maíz, lo cual introdujo a los alimentos en la industria de los combustibles.
Ese cambio en el uso del suelo agrícola representa un peligro para el ambiente, porque los agricultores están arrasando los bosques y sustituyendo rubros para dedicarse al monocultivo.
Incentivos y escasez
Desde hace una década, agricultores de todo el mundo, en particular de Latinoamérica y Asia, se vieron incentivados a tener cultivos para obtener combustible en lugar de alimentos. Estos incentivos fiscales y de crédito comenzaron a impulsar los precios de los alimentos y cambiar el uso de la tierra. Los cambios han provocado escasez de alimentos.
A medida que las consecuencias de la política se hicieron más claras, los activistas ambientales y contra el hambre presionaron a estos Gobiernos para que pusieran fin a sus políticas de apoyo a los biocombustibles.
«Los biocombustibles a base de aceite de palma, semilla de colza y otros cultivos alimentarios están destruyendo los bosques, empujando a la gente fuera de sus tierras y podrían incentivar el próximo aumento en los precios de los alimentos», dijo Marc-Olivier Herman, activista de Oxfam.
Asimismo, agregó que «los biocombustibles hechos a partir de cultivos alimentarios no son la respuesta al cambio climático, sino que son parte del problema», concluyó.
El maíz industrial genérico es un híbrido o transgénico que las grandes corporaciones siembran en monocultivo en grandes extensiones de terreno, con insumos químicos, buscando grandes rendimientos. Su destino no es alimentar de un modo directo, sino servir de materia prima para elaborar combustibles. Este maíz se ha convertido en el peor enemigo de los campesinos y representa una amenaza para la seguridad alimentaria del planeta.