Hace unos años, la Universidad de Atenas publicó un estudio que contaba los efectos en nuestro organismo y hormonas cuando comemos demasiado rápido. Al hacerlo, se inhibe la segregación de ciertos elementos – como el peptido YY – que nos dan el alto: nos avisan cuando estamos llenos, por lo que al comer a una mayor velocidad, podemos perder el control.
Así, si comemos de manera rápida, podríamos estar comiendo más de lo que nuestro cuerpo quiere y necesita. Eventualmente, eso se traduce en alza de peso, y de apetito, con el aumento de la secreción de hormona ghrelina, que estimula al apetito.
Ahora, ¿cuánto de verdad hay en esto? Sucede que desde que comenzamos a dar nuestro primer bocado, hasta terminar el plato (o la comida, postre, etcétera) el estómago comienza un proceso de distensión gástrica. Gracias a esto, nosotros sabemos cuando hay que dejar de comer.
Pero los investigadores decidieron observar qué es lo que realmente sucedía antes, durante, y después de la comida con nuestro cuerpo. Así, confirmaron que la sensación de saciedad se da entre 20 a 25 minutos, por eso la idea es que cada merienda dure 30, incluyendo pausas entre medio.
Conclusión: comer más rápido no engorda porque sí, sino que es debido a que de esa manera podemos ingerir más cantidad de comida en menos tiempo, sin sentirnos saciados.
Claramente, todo depende también de múltiples factores, como qué es lo que comes, los horarios, o si tienes alergia o resistencia a algún tipo de componente o nutriente. Si se trata de comida rápida o preparada, siempre será más el peso que agregamos a nosotros.