Gorilas en Uganda

Ver en la espesura del bosque y a muy pocos metros de distancia al más grande de los simios es una experiencia conmovedora.

Gorilas en Uganda

Autor: Adolfo Sommer

Con un leve gesto de cabeza, el guía nos invita a mirar hacia nuestra izquierda. ¡Y allí está! El primer gorila de montaña que vemos desde que iniciamos, una hora antes, nuestra marcha por una tupida maraña boscosa es un joven macho que nos mira con la misma curiosidad con la que lo observamos nosotros. Todos en silencio. Expectantes. Nos encontramos en el Bosque Impenetrable de Bwindi, el parque nacional de Uganda donde vive casi la mitad de la población mundial de estos formidables primates y donde es posible observar de cerca alguna de las 11 familias que actualmente se pueden visitar, incluida la de Mubare, el primer grupo que se autorizó a observar en 1993. Seguimos disciplinadamente las instrucciones del personal del parque y caminamos sigilosamente sobre un lecho de hojas muertas y raíces retorcidas en medio de una vegetación exuberante.

El siguiente animal que descubrimos es una hembra adulta con una pequeña cría que, con torpeza infantil, juguetea entre las plantas. Mientras disfrutamos de la escena, el guía nos vuelve a llamar la atención y todos contenemos la respiración. En paralelo a nosotros avanza, cabeza erguida y lomo tenso, el gran espalda plateada, Kabukojo, el jefe del clan. Su presencia resulta sobrecogedora. Los grandes machos de gorila de montaña (Gorilla beringei beringei) tienen 10 veces la fuerza de cualquiera de nosotros y pueden llegar a superar los 200 kilogramos de peso. Antes de salir nos habían preparado para este emocionante momento. “Si aparece el espalda plateada, sobre todo no lo miréis nunca a los ojos, para que no se sienta amenazado o retado”, nos insistieron. También hay que mantener siempre el silencio, no hacer movimientos bruscos ni repentinos y guardar una distancia mínima de cinco metros con los animales.

Al igual que los chimpancés, los bonobos y los orangutanes, estos grandes simios comparten con los humanos el 97% del ADN. El número de ejemplares que queda en libertad en el mundo es muy escaso, y su hábitat, reducido. Actualmente el gorila de montaña vive únicamente en las selvas de las montañas Virunga, entre Ruanda y la República Democrática del Congo; en su prolongación natural en Uganda, el Bosque Impenetrable de Bwindi, y, algo más al sur, en una pequeña zona del parque nacional de Mgahinga, también en Uganda. Aunque depende de qué familia de gorilas se visite, lo habitual es que la excursión, caminatas de ida y de vuelta incluidas, dure entre tres y seis horas.

Una hora emocionante
Hipnotizados, seguimos los movimientos de estos prodigiosos herbívoros que pueden llegar a vivir 50 años. Durante una hora, el tiempo máximo permitido, nos quedamos cerca de ellos y los vemos jugar, desparasitarse, deambular por la selva, comer y refrescarse en los arroyuelos de la zona. Observarlos en su hábitat natural es una experiencia impactante. Uno tiene la íntima sensación de que detrás de esos brillantes ojos anaranjados de inquisitiva mirada hay alguien extrañamente familiar. Dian Fossey (19321985), la primatóloga estadounidense que estudió los gorilas de montaña durante más de 20 años, recordaría en su libro Gorilas en la niebla las impresiones de su primer encuentro con el más grande de todos los simios: “El ruido precedió a la vista, y el olor precedió a ambos en forma de un penetrante hedor de establo y almizcle, pero que también recordaba al olor humano. De pronto, una serie de gritos agudos rompieron el aire y les siguió el sonido rítmico producido por los golpes secos que un gran espalda plateada se daba en el pecho. (…) Mirando a través de la vegetación, pudimos distinguir un grupo de primates negros de cabeza peluda que nos miraban curiosos. Sus ojos brillantes se movían nerviosos bajo pobladas cejas mientras trataban de identificar si éramos amigos familiares o posibles enemigos. Inmediatamente me quedé atrapada por la magnificencia física de estos enormes cuerpos negros que contrastaban con el verde del espeso follaje del bosque”. La investigadora destacaría de aquella primera observación la individualidad y la timidez de aquellos homínidos.

Pese al carácter pacífico del gorila de montaña, conviene no olvidarse de que son animales y de que reaccionan como tales. En un momento dado de nuestra visita me adelanté al resto del grupo para acompañar al guía en su seguimiento del espalda plateada y este, contrariado por la persecución, se revolvió súbitamente. Gruñendo y gritando nos mostró amenazante sus afilados colmillos, agitó violentamente sus brazos y llegó a colocarse a un metro de nosotros. Todo sucedió rápidamente. Sentí la firme mano del guía posada sobre mi brazo para impedir mi previsible reacción instintiva de alejarme del peligro, algo poco aconsejable en circunstancias de ese tipo, porque huir sería como incitar al animal a completar su ataque. Por suerte el gorila decidió seguir su camino.

120 personas por día
Desde que en 1988 la película Gorilas en la niebla , protagonizada por Sigourney Weaver, difundiese la lucha de Dian Fossey en favor de la protección de los grandes simios del bosque, la población de los gorilas de montaña ha ido afortunadamente creciendo. De los 250 ejemplares censados en la década de 1970 se ha pasado a cerca de 800. La acción combinada de la presión de los organismos y organizaciones internacionales y del propio interés económico de los Gobiernos de Ruanda, Congo y Uganda por asegurar los ingresos que genera el turismo de naturaleza está favoreciendo la lenta, aunque progresiva, recuperación de las poblaciones de gorilas de montaña. Actualmente en toda Uganda solo se autoriza la visita a los gorilas a 120 personas por día, y cada permiso cuesta, según la temporada, entre 450 y 600 euros. Un precio alto, pero una experiencia inolvidable.

FUENTE: EL VIAJERO 


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