Desde que somos pequeños nos enseñan que sólo existen dos géneros: el femenino y el masculino, y que si algo se sale de lo establecido será juzgado como malo. La construcción social condiciona el comportamiento de las personas: “los hombres no lloran”, “las mujeres se ocupan de las tareas de la casa”, “los autos son de los niños y las muñecas de las niñas”, son sólo algunos ejemplos; entonces, la expresión libre de identificarnos como deseamos queda suprimida.
La “disforia de género” en la infancia es un tema del que poco se habla, pues la mayoría de los casos se tratan a profundidad detrás de las puertas de los consultorios terapéuticos. Una detección temprana y un tratamiento acompañado por la comprensión y el amor familiar son la clave para un buen desarrollo y una vida feliz. En Argentina, un varón de nacimiento que —apenas pudo hablar— se identificó con lo femenino, a los cuatro años cambió su nombre y se convirtió en la niña transgénero más joven en obtener su DNI acorde a su identidad de género.
El término médico es disforia de género, el común: transgénero, y se define como el sentimiento de incomodidad que tiene una persona respecto al sexo asignado al nacer. Según psicólogos, la identidad de género es un proceso que se refleja a edades muy tempranas, es en la infancia cuando se asignan roles de acuerdo al órgano sexual con el que se nace, aunque esto no determina lo masculino y lo femenino.
Al saber que un niño nace con pene o vagina, automáticamente se le asigna un papel, un color, un tipo de ropa, juegos, películas y demás. La identidad de género no sólo se define con el sexo asignado al nacer —el cerebro es el regente en el desarrollo psicosexual—, pues es una percepción íntima que cada ser humano procesa y sólo él puede identificar quién y qué es.
Es fundamental observar lo que hacen los niños, qué prefieren y cómo lo manifiestan. “Podemos centrarnos en los gustos y elecciones que hacen desde que son muy chiquitos”, plantea Ximena Olivares, psicóloga infantil, “los regalos que piden, juegos, ropa, actividades que realizan. Estas expresiones tienen que ser muy marcadas y presentarse en distintas ocasiones”. Se deben mantener en el tiempo, hay niños que desde pequeños ya expresan lo que son o desean ser, “dicen sentirse infelices con el físico y el sexo asignado”, agrega Olivares, existen casos en que muestran su enojo con el órgano sexual o no comprenden por qué nacieron con “ese cuerpo”.
Ser transgénero no se fija sólo por los juegos, los dibujos, los colores o la vestimenta “sino que se debe prestar atención a cómo quieren ser tratados, si como niño o como niña”. Lo más significativo en estos casos es que lo mencionan sin que nadie se los pregunte y es cuando la reacción de los padre es muy importante, pues “tienen que ser más receptivos para atender lo que a sus hijos les sucede y lo que manifiestan”.
“Hay padres que no saben qué hacer, a qué cosas prestarle atención o qué decirle a sus hijos, y es entendible”, comparte la profesional, pues con frecuencia la manera de reaccionar es lo que asusta aún más al niño y lo hace pensar que aquello que siente está mal y, por lo tanto, debe reprimir sus sentimientos”. Hay niños que han exteriorizado el sentimiento de querer ‘cortarse’ el pene, ya que son niñas y no niños, y si los padres les dicen que lo que hacen o piensan está mal, entonces, esos niños reprimen todo y se causan más daño emocional”. Daño y dolor que al no tratarlo y atenderlo cuidadosamente desde la niñez y adolescencia, lo arrastran hasta la edad adulta y crecen como personas confundidas e infelices. “Si hay padres que no escuchan a sus hijos, estos chicos y chicas están destinados a sufrir, a no ser lo que en su interior son realmente”.
Los niños que pasan por estas situaciones viven diferentes “grados de sufrimiento”: fuerte disconformidad con los roles genéricos, manifestaciones de ansiedad, cambios en los estados de ánimo, desobediencia, depresión, angustia, hostilidad constante; no quieren jugar ni vestirse acorde a su sexo y pueden aparecer expresiones explícitas de infelicidad con su cuerpo, sentimientos de rechazo y violencia hacia los propios órganos genitales.
“El cuerpo somatiza cuando no se puede expresar libremente”, dice Ximena, es posible que el cuerpo se manifieste a través de vómitos, dolores estomacales, miedos o angustias. Lo que más afecta a los niños es el miedo a no contar lo que les pasa. Sentimiento que va desde lo corporal, al no querer verse desnudos, y hasta lo emocional, al experimentar culpa por creer que están mal.
Lo ideal es que cada niño y niña viva de acuerdo a su identidad de género, las libertades pueden comenzar de manera paulatina en casa y a medida que avancen, traspasar las barreras del hogar para salir a la vida sin miedos y con la convicción de saber quiénes son. Para lograrlo es imprescindible contar con la información necesaria y con la guía y ayuda psicológica en la transición de género. Las familias deben ser sólidas, padres comprensivos y dispuestos a acompañar a sus hijos.
Aún queda mucho por lograr para que la sociedad actual no juzgue ni dañe a estos niños trans, pero lo más importante es comenzar a escucharlos, reconocer sus sentimientos más allá de los deseos y sueños que los padres tengan.