Picasso y su tortuosa forma de amar no es nada nuevo. Sin embargo, esta nota pretende situarse desde la perspectiva de una de las mujeres de las que él se enamoró y que decidió vivir ese amor, adaptarse a su universo, su locura, su machismo, desquicio y ego.
Francoise Gilot tenía 21 años cuando un Picasso de 61, la hechizó y la transformó en musa, diosa y víctima. Él ya era un pintor reconocido, mientras ella era una estudiante de derecho que pintaba, escribía y sentía una apasionada fijación por el arte.
Sin embargo, a sus casi 90 años ha declarado:
“Soy la única mujer que dejó a Picasso, la única que no se sacrificó al monstruo sagrado(…) Después de todo, miré lo que les ocurrió a las otras. Tanto Marie-Thérèse como Jacqueline se suicidaron (la primera se ahorcó; la segunda se pegó un tiro), Olga se volvió histérica y casi loca. Dora Maar enloqueció…La tragedia de esas otras mujeres es que les complacía que el famoso Picasso las pintara todo el tiempo porque eso las hacía sentirse importantes. Se sentían halagadas, pero estaban atrapadas y vivían a través de él. Pero como yo también soy pintora, ¡creo que eso es una estupidez! Como sabemos perfectamente todos los artistas, aunque Picasso estaba pintando el retrato de una mujer, siempre se trataba de su propio autorretrato. Todas las pinturas de Picasso son un diario de su vida”.
Picasso nombro a Gilot “la femme fleur“, lo que no imaginó jamás el pintor, es que esta mujer lo dejaría, se llevaría a sus dos hijos Claude y Paloma y escribiría un libro llamado «La vida con Picasso», en el que describe con detalle su vida junto al artista y su percepción de él: un creador de una energía inagotable encadenado perpetuamente a su propia inventiva, que no podía dejar de transformar cada idea en una obra de arte, al tiempo que era un hombre inestable emocionalmente, con enredos y amoríos, con cierto grado de malicia y oscuridad en su modo de enfrentarse al mundo. Por supuesto, Picasso enfureció cuando salió publicado el libro, pero a Francoise ya no le importaba.