De dos entrepiernas brota la imaginación de Hans Bellmer para unir varios cuerpos, de un seno torcido exprime la sexualidad femenina y del otro extrae la gota que derramará la libertad erótica de la mujer. Por alguna de las cuatro piernas de estas siluetas deformadas él plantea múltiples posibilidades anatómicas que vuelven su fascinación por los objetos inanimados en el encanto surrealista de la figura femenina.
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La inocencia que corrompió el autor de “La Poupée“, “La Muñeca” en español, se basó en una declaración que a través del título y algunos elementos de la misma, mostraba cómo es posible desvirtuar los juegos inocentes de los niños con muñecas que después se convertían en conscientes fantasías sexuales de adultos.
Este simulacro de mujer hecho de papel, pegamento y articulaciones, es la dama que para el autor compone toda clase de metamorfosis surrealistas, empezando por aquella en la que “La Muñeca”, se trata de un juguete de la infancia que después se convierte en un objeto erótico y violento.
La contrariedad de su concepción infantil, unida a la degenerada expresión que hace con las fotografías de sus muñecas, provocó rechazo hacia el escultor durante toda una época que calificó su arte como una depravación.
Pero así como su trabajo fue desaprobado, también fue honrado por otros artistas que le pidieron participar en sus proyectos como el ilustrador de algunas de sus obras literarias. Tal fue el caso de Georges Bataille, quien ilustró su obra maestra, “La historia del ojo”, con dibujos de Bellmer.
De hecho, ambos artistas compartían un apego a las teorías freudianas con las que Hans Bellmer creó a la mujer articulada que ocupó para describir la relación entre el erotismo y la muerte, entre lo masculino y lo femenino, entre lo infantil y lo adulto, y finalmente entre el cuerpo y sus partes, las cuales corrompían la inocencia de cualquiera.
Basándose en las teorías de Sigmund Freud, el surrealista construyó un lenguaje mórbido que desordenaba el cuerpo de manera monstruosa para delatar la perspectiva dramática y sexual que el artista le dio a su proyecto.
Aunque la obra del ilustrador y escultor Bellmer fue muy cuestionada, también fue aclamado y adoptado por los surrealistas, quienes definían sus fotografías y montajes como el movimiento artístico que, a partir de un impulso psíquico de lo imaginario y lo irracional, llevó al cuerpo humano a trascender más de allá de los sueños, el subconsciente y la muerte.
Las esculturas del alemán también evocan la emancipación femenina contraponiéndose a la imagen de la silueta o figura de la mujer perfecta a partir de las inquietantes combinaciones de extremidades, torsos y otras partes del cuerpo que une en una sola muñeca. Por los que las ideas de Bellmer se extendían a considerar al cuerpo como un lenguaje, al igual que la obra de Bataille, que ilustró con sus dibujos y en donde se lee: “El cuerpo se asemeja a una oración que parece invitarnos a separarla en las letras que la componen, para que sus verdaderos significados puedan revelarse de una manera nueva por medio de una corriente infinita de anagramas”.
Para compartir su concepción sobre el cuerpo, Hans Bellmer desordenó y recombinó todas las partes que conformaban a sus muñecas de manera que volvía evidente las manifestaciones del deseo que normalmente permanecen ocultas, ya que para él un cuerpo no debía ser simplemente representado, sino transformado, como lo hizo a través de su obra.
Además de colaborar con literatos y artistas a través de su gran proyecto, realizó una serie fotográfica con sus muñecas montadas en paisajes naturales que tornaban más que surrealista el espacio sobre el que un objeto inanimado de tal estética posaba sobre un fondo verde, una sábana o una pared que siempre ahondaban en el significado del resquebrajamiento de la inocencia infantil y el deseo pueril.
La influencia del Bellmer, tanto en en el arte como en la literatura, ha sido enorme; prueba de ello son todos los trabajos que otros artistas de áreas muy distintas han desarrollado con base a la inspiración del ilustrador alemán. Por ejemplo, Tatsumi Hijikata, un artista fundador del Butoh, una clase de performance o baile con el que llevó a cabo una representación animada de las muñecas de Hans Bellmer, artista al que admiraba mucho.
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Finalmente, la obra de Bellmer fue llevada a algo más cercano a la realidad cuando el polémico surrealista fotografió cuerpos humanos de una manera inquietante, pues ató las partes que denotan el sexo femenino con un lazo delgado que estrujaba los senos y piernas de las mujeres que representaban la extenuante búsqueda de todas las que intentaban liberarse de esa relación continua que todos hacen entre el cuerpo femenino con el placer, lo sexual, el erotismo y el abuso del mismo.
La «Muñeca” es la revolución sexual que representa el objeto como crítica a la dependencia erótica constreñida y que declara la libertad sexual como una denuncia al culto del cuerpo perfecto de moda en la Alemania nazi. Y así Bellmer logra erradicar la crisis del objeto, de la estética inanimada de la que habla Bretón y sobre la que filma Buñuel, dos de los artistas que admiraban su obra.
Así es como Hans Bellmer se convierte en el autor de la construcción del objeto del deseo, del cuerpo provocador como instrumento de experimentación, de la figura como una solución de identidad y del surrealismo que corrompió la inocencia.