Para uno de los hombres más ricos de Virginia, poseedor de Monticello, una finca con más de 600 esclavos negros y algunos criados blancos a su merced, los alcances del término “igualdad” llegaban hasta donde sus intereses convenían. Los nativos que por siglos dominaron América y su riqueza natural, los hijos blancos de inmigrantes irlandeses, escoceses, ingleses y europeos en general, que llegaron buscando una nueva oportunidad y decepcionados entregaron su vida al servilismo, y los esclavos negros traídos desde África en un viaje de horror y muerte, no entran en la definición de igualdad que da Thomas Jefferson, plasmada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.
Todos ellos, sin embargo, forjaron la historia del país más poderoso del mundo. En el discurso oficial, los Estados Unidos se reconocen como una nación multicultural orgullosa de todas sus raíces. Personas de orígenes humildes y diversos con una sola idea en común: la promesa de que en ese territorio, no importa quién seas, el color de tu piel, tu religión o el pasado, forjarías un futuro. Sólo hace falta el esfuerzo diario y una gran idea para salir adelante, pues el cielo es el límite.
El sueño americano ha atraído por siglos a millones de inmigrantes en busca de una vida mejor. Cientos de barcos llegaban cargados de ilusiones a Long Island durante las primeras décadas del siglo XX, mientras Manhattan se levantaba más allá de las proporciones humanas hasta tocar el cielo. El progreso y la modernidad aparecen como una característica intrínseca en el devenir histórico de los Estados Unidos; sin embargo, la historia real muestra heridas y prejuicios que aún en la actualidad siguen sin cerrar.
La política después del fin de la Guerra Civil exigió en el papel la abolición del racismo y la desigualdad; sin embargo, la segregación apareció como una mezquina alternativa para trazar el camino de la superioridad racial a principios del siglo XX. Las grandes ciudades cosmopolitas como Nueva York, Chicago, Boston y Los Angeles comenzaron a dividir todo cuanto era sitio visitado por la población negra.
Pronto los cafés, las carreteras, escuelas, estaciones de metro, taxis, baños y toda clase de establecimientos crearon un espacio minoritario para, de forma similar a lo que hoy ocurre con los lugares pet-friendly, establecer un espacio de supuesta aceptación. Una mesa cerca de la salida en el restaurante, puertas traseras para atender a los negros en los establecimientos de comida rápida, la parte del fondo de un autobús o sitios que únicamente abrían sus establecimientos para blancos, todos fueron parte de la segregación racial norteamericana.
“Si los hombres libres desesperados hicieran causa común con los esclavos más temerarios, los resultados podrían ser peores que lo ocurrido con Bacon. La respuesta al problema era el racismo, para separar, con una pantalla de menosprecio racial, a los blancos libres más peligrosos de los esclavos negros peligrosos”
– Howard Zinn
La consciencia de división de razas permeó tan profundamente en los Estados Unidos que se creó todo un código de conducta, procedimientos y buenas maneras para que los afroamericanos supieran cómo conducirse en sitios destinados a los blancos. Viajes, traslados en la ciudad y barrios racistas eran identificados por la población negra como sitios donde eran considerados personas non-gratas.
El movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos levantó con fuerza la voz por los derechos de las minorías. De la mano de Luther King como principal y agente de paz, la agenda política norteamericana firmó en 1964 la Ley de los Derechos Civiles, que ponía fin a más de tres siglos de desigualdad y racismo contra los negros –en papel-.
En la actualidad, no hace falta ir demasiado lejos en el tiempo para encontrar señales de que la titánica labor de Luther King y otros dirigentes no ha rendido frutos. En pleno 2016, cuando el primer presidente afroamericano está por cumplir su segundo ciclo en la Casa Blanca, la diferencia racial sigue siendo aguda, cruel y punzante. Ya no se practica el esclavismo como antes de la Guerra Civil, ni la segregación racial en el grado que predominó durante la primera mitad del siglo XX, pero sus huellas siguen ahí…
Hoy el racismo norteamericano aparece en forma de actos aislados, de policías fuera de sí que cometen asesinatos brutales contra la población afroamericana. Igual que hace tres siglos, el racismo sigue cumpliendo la misma función discursiva que va más allá de la máscara de la discriminación, intolerancia o el odio. Tiene su origen en una condición de clase, la misma que hizo que los Estados Unidos no nacieran únicamente libres como afirmó Jefferson, sino esclavos y libres, criados y amos, arrendatarios y terratenientes, pobres y ricos.