Una rama de esos debates toca la relación de lo artístico con lo funcional. En la perspectiva conservadora, el arte está reservado a la contemplación y el regocijo de los sentidos, su finalidad no es práctica y, por lo mismo, no puede ser «utilizado» de la misma manera que utilizamos una cuchara o un autobús. Sin embargo, en nuestra época no son pocos los artistas que van en contra de esta idea y elaboran piezas que también cumplen una función más allá de la estética: recrean y enamoran, pero también son útiles para su entorno.
Una de las preguntas que pueden hacerse ante estos ejemplos es si la utilidad los hace menos artísticos. Si nos sentamos en un banco diseñado por Louise Bourgeois, ¿es más banco que escultura? ¿O cómo se concilian esas cualidades? El dilema puede sonar un tanto ingenuo, pero, sin duda, pone de relieve la manera en que usualmente nos acercamos al arte, con respeto y solemnidad, cuando quizá, como Nietzsche quería, todos nuestros actos podrían estar orientados por un sentido estético para hacer de nuestra vida una obra de arte.