Recientemente, la revista Rolling Stone (RS) pidió a sus lectores que escogieran a los mejores bateristas de todos los tiempos. Los resultados fueron reducidos a una lista de 10 artistas, liderados por John Bonham de Led Zeppelin, seguido por Keith Moon de The Who y Neil Peart de Rush.
De acuerdo a la publicación, Bonham destaca por sus “legendarias interpretaciones”. De Moon se dice que la banda «no suena igual desde su muerte en 1978” y de Peart señalan que “no hay concierto del grupo que esté completo sin un solo suyo».
Sorprendentemente, David Grohl, ex baterista de Nirvana, hoy en The Foo Fighters, se queda con el cuarto lugar. Ringo Starr, de The Beatles, aparece en el quinto.
La lista se completa con Buddy Rich, considerado «uno de los mejores bateristas de jazz de la historia» Stewart Copeland de The Police; Questlove de Roots; Ginger Baker, de Cream; y Michael Shrieve, quien se hiciera famoso al tocar junto a Carlos Santana en aquella irrepetible sesión en Woodstock.
El listado no sorprende tanto. Hay varios que suelen ser mencionados entre los mejores.
Los gustos de la fanaticada es plausible navegando por los foros donde esta información aparece publicada. Por ejemplo, entre los nombres que se agregan: Mike Portnoy (Dream Theater), Billy Cobham (The Mahavishnu Orchestra)
Phil Collins (Genesis), Hellhammer (Mayhem, Arcturus), Danny Carey (Tool), Carl Palmer (Emerson, Lake & Palmer, entre otras), Alex González (Maná), Gene Krupa (Benny Goodman)… Es raro que no se mencione a Lars Ulrich de Metallica o Dave Lombardo de Slayer, por nombrar dos clásicos del trash.
Hay un par de puntos interesantes de señalar al respecto: Lo hegemónico de ciertos estilos; el gusto por la matemática y la estructura infalible y el predominio de bateristas blancos, incluso en el jazz.
Es común que la inmensa mayoría de quienes disfrutan la música de manera atenta y de los propios músicos basen su admiración en uno u otro instrumentista por el virtuosismo que despliega, principalmente, a través de solos y ritmos enrevesados, concentrando su gusto en estilos como el rock progresivo, cierta fusión de jazz y el metal.
Los bateristas, en general, así como los guitarristas asienten en este tipo de masturbación. Los ejemplos en la historia musical son muchos, algunos de ellos reflejados en la lista de la revista estadounidense.
Más allá de coincidir o no con dicho listado, y considerando que hay muchos nombres indudablemente adecuados a la lista de los “grandes” bateristas de la historia musical, es necesario hacer hincapié en lo estrecho de esta visión, que se deleita con el efectismo, más relacionado con un número de circo que con lo que el oído puede llegar a captar. Y, de hecho, se relaciona con todos los artilugios que la industria musical (y cultural) y el capitalismo, en general, ocupa para aumentar el atractivo de sus mercancías.
YO AGREGO
Más allá de sorprendernos con esta actitud espectacular es necesario indagar en las otras posibilidades que subyacen a toda esta feca virtuosa y efectista. Es decir, poner la atención en la gran cantidad de músicos, no músicos, artistas y anti-artistas que a través de su materia prima (en este caso específico, una batería o cualquier cosa que suene) logran expandir tanto la naturaleza de un instrumento como nuestras ideas respecto a los sonidos.
Una cosa es clara: Todos los bateristas de jazz, rock progresivo y metal deben ser buenos bateristas, por la propia dificultad de esos estilos. Indudable. Sin embargo, parece haber un extraña regla que indica “a más redobles, a mayor velocidad, mejor baterista”, lo que deja fuera a numerosos músicos, por ejemplo, de metal de características drónicas, que sin ejecutar ritmos rápidos, desarrollan un estilo denso, pesado y complejo, como el caso de Dale Crover de Melvins (en la foto) o los miembros de los numerosos proyectos de sludge metal de oriente y occidente.
Al rock progresivo no me voy a referir, puesto que es un estilo que se basa, esencialmente, en una composición y ejecución diseñada para el despliegue de las capacidades técnicas del músico y no de su espontaneidad, dando a luz a “genios” y “maestros” pretenciosos.
Desde el jazz, por el contrario, se han hecho muchos de los mayores aportes al desarrollo baterístico. Desde sus inicios, tanto por la herencia percutiva venida de África como por la libertad que entregó a los músicos desde justo antes del inicio del segundo asalto proletario a la sociedad de clases (que se inicia en 1968 y dura más o menos una década) y cuya banda sonora no está completa sin las expresiones más libertarias ligadas a la síncopa (y que, por cierto, abandonarán la síncopa o, visto de otra manera, la expandirán en el tiempo y espacio hasta diluirla).
Aunque siempre requirió altos niveles de experticia de parte de los percusionistas, fue el free jazz que surge desde los primeros años de las década de los sesenta el que liberó las estructuras y el swing característico del jazz. En este sentido, la lista de bateristas excepcionales es abundante: Desde los devaneos libres de Max Roach y de Elvin Jones junto a Coltrane, a Sunny Murray, Charlie Haden, Ed Blackwell, Rashied Ali, Milford Graves, Don Moye, Ronald Shannon Jackson, Beaver Harris, Han Bennink, pasando por Chris Cutler (y varios más del R.I.O.) e Ikue Mori, hasta llegar a Joey Baron, Suzie Ibarra, Miguel Tomasín y Chris Corsano y Tatsuya Nakatami, en las técnicas de la batería extendida.
En Chile, un ineludible es Gabriel Parra de Los Jaivas, especialmente en la época que se conoce como “La Vorágine”, que se aleja bastante de los delirios progresivistas de los años posteriores, ocurridos con esta y otras bandas como Los Blops o Congreso.
Actualmente, un interesante trabajo es el que realiza Raúl Díaz, Felipe Araya y Matías Mardones, por nombrar sólo tres músicos relacionados con las sesiones de improvisación que ocurren en Piso 3.
Desde el ámbito más ligado al rock se ha dicho bastante y en ese sentido es interesante destacar los aportes más heterodoxos. Ya Moe Tucker había continuado en la senda minimalista con The Velvet Underground, así como Danny Taylor hizo lo suyo en Silver Apples. Por otro lado, John French materializó las órdenes de Don Van Vliet en clásicos mutantes como “Trout Mask Replica” (1969) de Captain Beefheart and the Magic Band.
En la sicodelia europea, cómo no mencionar la evolución de Robert Wyatt, primero en Soft Machine y luego en solitario. En Alemania, el krautrock dio grandes músicos, pero en la batería es sin duda excitante el estilo de Jaki Liebezeit de Can.
Es sintomático de la tendencia dominante ni siquiera imagina la presencia de algún baterista punkrock o hardcore punk en la lista. Existe la creencia generalizada que el punk quedó sólo en “pasteles” que nunca se interesaron en el sonido de su instrumento o en desarrollar su ejecución. Pero esto no es así.
En lo que llamaremos “faster and louder” podríamos incluir a Earl Hudson de Bad Brains (aunque también versátil a la hora de las rítmicas para Jah) y a la mayoría de los bateros de grindcore, crust, powerviolence, y vertientes extremas. En el caso de los punkrockers más abiertos puede destacarse el anti-estilo de Steve DePace de Flipper, a George Hurley de Minutemen y a los que pasaron por Saccarine Trust.
Las referencias agregadas al listado de RS se saben incompletas y en constante movimiento. Dedicaríamos un libro entero describiendo a cada uno de los bateristas que nos han llamado la atención a lo largo de las horas frente a los parlantes. Y ojo, que música jamaicana y latina no hemos mencionado.
En ese sentido este pequeño punteo de nombres no tiene sentido alguno si ningún curioso se lanza al océano de sonido y ritmos que hay tras las pancartas del espectáculo.
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano