Por Natalia Figueroa
Fueron casi ocho años los que transcurrieron desde que Albertina Carri comenzó a escribir el primer borrador de su novela “Lo que Aprendí de las Bestias” (Banda Propia, 2023) hasta que fue publicada. Uno de sus desafíos, asegura la cineasta, fue cómo plantearse la escritura de escenas que no funcionaban de la misma manera para un guión de cine y documental, como acostumbraba. Sin embargo, le permitió aprovechar su lenguaje poético con total libertad. “En medio del camino me preguntaba por qué me metí en esto, es realmente muy complejo”, confiesa entre risas.
La sensación de una historia fragmentada, marcada por los reencuentros, ausencias, desencantos, vínculos clandestinos y la memoria personal frente a un hecho tremendamente traumático como es el asesinato de los padres de dos hermanas, hacen de esta novela un relato vertiginoso. Carri, además, desmenuza desde múltiples focos cómo ambas han vivido la orfandad, las insistencias de la memoria y su necesidad de olvido.
Con una gran recepción desde su primera edición, este año la novela será publicada en Colombia y ya tiene en vista posibles traducciones.
Has tenido trayectoria en cine y documental, a diferencia de estos procesos creativos, cómo fue preparar una novela, ¿con qué desafíos te encontraste?
-Bueno, yo hago un tipo de cine que tiene bastante relación tanto con la literatura como con la escritura. Es un cine que se podría considerar “subversivo” o por lo menos intenta contar algo de lo invisible o de lo no dicho, y tiene mucho trabajo de escritura. Llegué al cine porque me interesaba escribir guiones, pero me di cuenta que el guión es un género que tiene reglas muy concretas y estrictas de escritura, entonces con los años me fui cansando de ese género, aunque me sigue gustando porque es la previa de hacer una película. En el caso de la novela el desafío fue inmenso porque enfrenté el trabajo de manera completamente diferente al método que utilizo para escribir películas, que son todas muy distintas, pero sí podría decir que tengo algún tipo de método para llegar a un guión o para llegar a una película. En el caso de la novela fue en principio lanzarme a una pileta vacía con todos los riesgos que eso implica, aunque finalmente no estaba vacía y estaba llena, pero eso no lo tenía muy claro.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
–Comencé a escribir la novela en el año 2015 y en ese mismo año mi vida personal dio un vuelco, cambió completamente mi estructura familiar. Continué un poco con la novela, pero ante ese estado de vulnerabilidad en el que estaba dije “lo que tengo que hacer son películas, no puedo estar en este momento intentando descubrir cómo avanzar sobre un texto” porque es un trabajo muy intenso y muy solitario, con todo lo bueno y malo de la soledad. Entonces, la abandoné. Hice dos películas en ese tiempo, siempre teniendo la novela rondándome la cabeza, pero no dedicándome a pleno a ella. La retomé el 2019 y la pandemia fue bastante importante para seguir avanzando. Entremedio escribí otro libro, pero cada vez que podía la abandonaba porque era muy demandante emocionalmente. Me entregué libremente al proceso de escritura, incluso, la escritura misma me fue modificando la trama, o sea, mi tesis sobre el personaje principal cambió completamente a lo largo de la escritura.
¿Cómo buscas trabajar la belleza en la literatura?
-Una de las cosas que me costaba mucho de los guiones era no poder expresarse poéticamente, porque de algún modo está completamente prohibido, y si bien soy especialista en romper las reglas, siempre incluí ciertos elementos poéticos en los guiones para luego ver como esa poética se podía trasladar a la imagen, el sonido, con los actores o en la puesta en escena. Al principio la escritura fue de mucho entusiasmo porque podía incluir ese camino, tenía esa libertad. Por otro lado, escribo poesía desde siempre y mi propuesta para conmigo misma con respecto a ese texto fue de libertad total. En algún momento fantaseaba en medio de la novela con incorporar escenas cinematográficas, en términos de guión de escritura, quería jugar con ese híbrido, pero luego lo descarté porque lo cinematográfico habita toda la novela. Pero no me puse muchas reglas con respecto a la escritura más que escribir todos los días mucho, de hecho, si la novela ahora tiene 200 páginas es porque a lo largo del proceso quedaron otras 200 descartadas. Fue un largo trabajo de edición conmigo y luego con las editoras
“No recuerdo mucho más de ese tiempo. El olvido es otra de las formas de equilibrio”, cierra la narradora en uno de los capítulos. En esta ficción de la memoria, ¿cómo se conjuga el olvido?
–Creo que el olvido es un motor de la memoria. La tesis de la novela es que la memoria es un órgano vital, por lo tanto, respira, se mueve, se modifica con las contingencias del presente, no es algo fijo y estable. Y ahí también opera el olvido, para que esa mutación suceda. Es una idea que vengo trabajando en mis películas. Hay momentos en que hay que olvidar para después poder recordar y que lo traumático no sea la lengua principal que devela ese recuerdo. Hay cosas que nos habitan y que no sabemos, sería lo que el psicoanálisis llama inconsciente, que creemos olvidadas y que en realidad están y aparecen en el presente sin que nos enteremos. En ese sentido casi el olvido es un oxímoron. Pero por otro lado una cosa es la memoria personal y otra la colectiva. La noción de olvido es necesaria en la memoria personal, aunque en cambio para la colectiva sea el enemigo de toda construcción social.
Sobre el encuentro de las hermanas en la novela, ¿qué te interesaba mostrar de esta relación?
-Las relaciones con hermanos son muy complejas en general, por todo lo que tienen de imposición. Lo que me interesaba era narrar un vínculo afectivo posible, luego de un hecho extremadamente traumático como es que les maten a su madre y su padre, pero no hacerlo edulcorado, desde ese lugar común de la unión como acto de resistencia frente al dolor. Hay una cierta lógica de fraternidad sobrevalorada, bueno, “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera“, del Martín Fierro. Texto fundacional de nuestro país. Quería contar también la otra parte, la de la rabia y el dolor y la ausencia y la necesidad de abandono. Todo ese recorrido para poder dar paso al amor desde un lugar más visceral, desde el deseo. El deseo no como algo erótico, sino el deseo de querer quedarse en un lugar, ser parte la vida de la otra persona por opción y no por obligación ética, moral o política. Son dos personajes muy diferentes, que hacen caminos muy distintos y encaran sus contingencias de maneras casi opuestas y, sin embargo, en algún momento logran tener un vínculo porque logran verse como quienes realmente son, ya alejadas del daño originario. La ternura llega, luego de haberse roto y reconstruirse con los pedazos.
Justamente es sobre el deseo, el erotismo, la relación con los cuerpos son temas que veníamos desarrollando en el cine, ¿hubo algo que no habías trabajado antes, algún detalle o escena, que te decidiste a incorporar en este trabajo literario?
-Bueno, había escenas sexuales que fueron un desafío escribirlas. Tengo mucha investigación en pornografía, pero una cosa es escribir escenas para que actúen muñequitos, pero luego actúen personas, y otro escribir escenas para que todo esté contado. De algún modo, lo erótico es lo más intrasmisible del mundo, porque es algo único, el deseo, creo que en la novela lo dice, hay algo instransferible de lo que sucede en una relación sexual, es algo del fuero de lo íntimo, pero no relacionado a lo público y privado, sino que en lo humano, es algo tan único y extravagante que fue un gran desafío escribir esas escenas.
También mi tesis original pensaba más escenas sexuales o eróticas y me daba cuenta que la escritura no funcionaba, que es aburrido leer eso y escribirlo no diría que es aburrido porque implica un desafío enorme comunicar algo sobre ese momento del deseo, esa meditación activa que es lo sexual, porque es una especie de viaje, de pérdida de lo conocido. En algún momento descarté muchas de estas escenas y quedaron algunas pocas, pero me parecían muy importantes porque hay algo de la configuración del personaje que se va armando de distintas experiencias y parte de ellas son esos encuentros con el deseo.
Dentro de la historia está la representación de una relación lesbiana, ¿qué imaginarios quisiste tensionar mostrando las complejidad de esta relación?
-Bueno, es una relación lesbiana muy compleja, sí. Me interesaba hablar de ese tipo de vínculos, es decir dos mujeres que se aman, pero también de la clandestinidad en esos vínculos. Es algo que tiene que ver con una cuestión generacional. Hace ya muchos años que lo LGBTIQ se habla y se piensa de un modo totalmente abierto y libre, pero cuando yo era chica no era así y por lo tanto esos vínculos amorosos traían un mandato de clandestinidad y ocultamiento. Lo que no se debe mostrar o se puede hacer solo de puertas adentro (en el armario). Y esas condiciones son parte de la memoria posdictatorial que trabaja toda la novela. Y como esa condena a las puertas cerradas genera vínculos imposibles a pesar del inconmensurable amor que se tienen. Una necesidad casi física de seguir abrazándose al dolor; buscarlo hasta en lo más sagrado de nuestra existencia que son los afectos.
¿Qué nuevo tema te gustaría explorar a través de la literatura?
-Luego de terminar la novela escribí un libro de ensayos con una filósofa argentina e inmediatamente después que se publique y edite ese libro tenía un proyecto cinematográfico. Les tenía prohibido a mis productores que me hablaran porque me estaba dedicando a la literatura (jaja). Me dediqué a terminar esa película y apenas la terminé, hace unas semanas, tengo eso medio atrasado. Sigo escribiendo es una actividad primordial para mí, leer y escribir es algo que justamente cuando hago películas no me queda tanto tiempo y comienzo a amargarme, a oscurecerse, pero estoy tratando de que todo funcione.
¿Qué sensación te dejó la novela terminada? ¿Qué te reveló?
-Que es muy difícil escribir una novela, en medio del camino me preguntaba por qué me metí en esto, es realmente muy complejo. Insisto, si bien escribí siempre, fue muy revelador el hecho de que la escritura me cambiara completamente el esquema, me lleve por lugares que eran completamente desconocidos para mí, que no imaginaba. Es un despertar de la imaginación, una imaginación tal vez dormida u olvidada. La escritura requiere de mucha entrega. Quedé muy cansada, pero contenta.