Alejandra Pizarnik: reconstrucción de sus pasos a 52 años de su partida

¿Quién fue realmente Alejandra Pizarnik? ¿La polígrafa de palabras «puras» y forjadora de su propia leyenda? ¿O la escritora existencial, pornográfica, tremendista, que se las ingenió para engañar y ocultar determinados episodios de su vida-obra?

Alejandra Pizarnik: reconstrucción de sus pasos a 52 años de su partida

Autor: El Ciudadano México

Hace 52 años, el 25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik se despidió del mundo. La escritora argentina dejó un legado de versos surrealistas y metáforas lúdicas, plasmados en poemas que exploran los límites de la desolación, navegando entre las sombras atormentadas por el amor y el desamor. “No quiero ir nada más que hasta el fondo”, Alejandra Pizarnik escribió.

Pero ¿Quién fue realmente Alejandra Pizarnik? ¿La polígrafa de palabras «puras» y forjadora de su propia leyenda? ¿O la escritora existencial, pornográfica, tremendista, que se las ingenió para engañar y ocultar determinados episodios de su vida-obra? Se pregunta Patricia Venti, coautora del libro Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito.

Buma, Flora, Blímele, Alejandra, Sasha: cinco nombres para un mismo desamparo

Buma para la madre y el padre, el íntimo círculo de amigas del colegio, el mundo de la infancia y la primera adolescencia.

Flora en la Escuela Normal Mixta de Avellaneda, donde se atrevía a preguntar y a discutirles a los profesores, liera e inteligente, alumna de 8, a veces de 9 porque importaba más leer e inventarse, en el pequeño cuarto propio, un París admirado en los libros que matarse estudiando para sacarse 10.

Blímele para los maestros de la Zalman Reizien Schule, donde hombres y mujeres formados en Europa y librepensadores le enseñaban a un pequeño grupo de hijos de inmigrantes de Europa Oriental a leer y a escribir en iddish, a conocer la historia del pueblo judío, a venerar las festividades de su religión.

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Alejandra al llegar la adolescencia, como contraseña para asumir la propia vocación, como máscara de fuego con la cual enfrentar la fiesta y el horror de la poesía.

Sasha al final, como el nombre más secreto, con resonancias de leyenda rusa y de joyeros del zar, de antepasados en el bosque helado de la Ucrania paterna; como último disfraz del desamor.

Buma, Flora, Blímele, Alejandra, Sacha: cinco nombres para un idéntico destino puntual.

Flora Alejandra Pizarnik nació el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Poeta, ensayista y traductora, se destacó como una de las figuras más importantes de la literatura argentina.

Criada en una familia de inmigrantes rusos, su apellido original, Pozharnik, se transformó al establecerse en Argentina. Tras ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde estudió periodismo sin completar la carrera, Pizarnik inició su formación artística bajo la influencia del pintor surrealista Juan Batlle Planas.

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Entre 1960 y 1964, Pizarnik residió en París, donde colaboró con la revista Cuadernos realizando traducciones y críticas literarias. Durante este período, continuó su formación en la prestigiosa Universidad de La Sorbona, especializándose en historia de las religiones y literatura francesa.

Formó parte del comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles y de diversas revistas en Europa y América Latina. Fue en Francia donde forjó una amistad con el escritor Julio Cortázar y el poeta mexicano Octavio Paz, quien escribió el prólogo de su libro de poemas Árbol de Diana. Además, Pizarnik publicó poemas y críticas en varios periódicos, y tradujo obras de autores como Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy.

Publicó sus primeros libros en los años cincuenta del siglo XX, pero fue a partir de Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965) y Extracción de la piedra de la locura (1968) que Alejandra Pizarnik logró encontrar su voz más personal. Su poesía, siempre intensa y en ocasiones lúdica o visionaria, se caracterizó por su libertad y autonomía creativa.

Tras su regreso a Argentina, recibió el reconocimiento de las prestigiosas becas Guggenheim (1969) y Fullbright (1971), aunque no llegó a completarlas.

Los últimos años de su vida estuvieron marcados por graves crisis depresivas que la llevaron a intentar suicidarse en varias ocasiones. Pasó sus últimos meses internada en un centro psiquiátrico en Buenos Aires. Finalmente, el 25 de septiembre de 1972, durante un fin de semana de permiso en su casa, puso fin a su vida. Alejandra Pizarnik ingirió cincuenta pastillas de un barbitúrico conocido comercialmente como Seconal, a la edad de 36 años.

“El destino eran cincuenta pastillas de Seconal sódico tras cumplir un rito cargado de significación… Junto a sus últimos papeles de trabajo dispersos, un texto perturbador: «No quiero ir nada más que hasta el fondo».

Todo se había consumado en la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Flora Pizarnik, nacida el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, cumplió su destino textual sepultando a Buma, Flora, Blímele, Alejandra, Sasha, con cincuenta pastillas de Seconal sódico”.

La obra lírica de Alejandra Pizarnik incluye títulos destacados como La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Su poesía y su trabajo literario han dejado un legado invaluable en la literatura latinoamericana.

Tras el retorno de la democracia en Argentina, la figura de Pizarnik resurgió con fuerza, lo que llevó a la primera recopilación de sus textos, Textos de sombra y últimos poemas (1982). A esta le siguieron su primera biografía, Alejandra (1991) de Cristina Piña, así como Obras completas (1994), Correspondencia (1998), Diarios (2013) y Alejandra Pizarnik: Biografía de un mito (2021) de Patricia Venti y Cristina.

Nota especial: Fernando Cabrera para El Ciudadano México

Foto: Archivo El Ciudadano

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