No hay escritor que no tenga contemporáneos, amigos de juergas o colegas entusiasmados en la misma alucinación expresiva; incluso hay quienes escriben libros juntos y pasan a la posteridad de las letras; algunas ostentan la dicha de no representar un peligro latente, pero cuando las amistades se ven rebasadas por los delirios de grandeza, los deseos exaltados, el amor herido o la avaricia de figurar entre una lista cada vez más amplia de autores, los sucesos más desaforados terminan perpetuándose. De esta manera, sólo atentados, peleas, polémicas, quedan después de la supuesta amistad que un día existió entre artistas.
Hagamos un pequeño recorrido entre las amistades que concluyeron de la peor manera en el mundo literario y que, en su mayoría, se convirtieron en verdaderas tragedias.
Perménides García Saldaña y Octavio Paz
La primera, aunque no eran precisamente amigos, sucedió en la Ciudad de México, durante la década de los años setentas, cuando la revista Plural, dirigida por Octavio Paz, ignoró en un certamen de poesía joven al escritor Parménides García Saldaña. Mucho se sabe del enérgico temperamento y la atrofiada salud mental que Saldaña tenía por aquel entonces, ganándose la reputación de saboteador y pendenciero, incluso entre sus amigos. Parménides llegó un día a las oficinas de la revista Plural, dispuesto a golpear a Octavio Paz por haberlo excluido de su generación; aseguran que el novel mexicano tuvo que esconderse en los sanitarios hasta que Saldaña fue sometido por los elementos de seguridad, quienes lo sacaron del recinto. Aunque esto no terminó más allá del escándalo y no comprometiera la amistad de ningún tipo, parece curiosa la motivación que llevó al autor de Pasto verde a atentar contra una de las figuras públicas más importantes de México. El error consistió en creer que Octavio Paz conspiraba en contra suya, para no convertirse en un escritor de renombre.
Valerie Solanas y Andy Warhol
Un malentendido similar sucedió entre el artista Andy Warhol y la escritora feminista Valerie Solanas. Después de entablar una amistad discorde y ser parte del acompañamiento del artista plástico más famoso de New York, Valerie comenzó a sospechar que su manifiesto SCUM había sido plagiado por alguna organización dirigida por el mismo Warhol. Al igual que Saldaña, para ese entonces, Solanas ya había adquirido una reputación de irreverente, paranoica y agresiva. El 3 de junio de 1968, antes de iniciar sus actividades rutinarias en la Factory, Warhol fue abordado por Valerie en el ascensor. Al entrar en su oficina y terminar una larga llamada telefónica, Solanas aprovechó para disparar contra Andy y algunas personas cercanas. Tres balazos fueron los que Solanas descargó sobre el famoso pintor pop, de los que acertó dos, los que bastaron para que éste no volviera a ser el mismo de antes. Existe una reconstrucción del suceso en una película dirigida por Mary Harron, titulada: Yo le disparé a Andy Warhol.
Alfonso Vidal y Planas y Luis Antón del Olmet
Otro caso de amistades calamitosas es la que sostuvo el escritor español Alfonso Vidal y Planas con el periodista Luis Antón del Olmet, ambos conocidos por ser bohemios, borrachos y embusteros. El Loco, como muchos colegas conocían a Alfonso Vidal, era un escritor mítico anarquista y a la vez cristiano, dedicado a la férrea disciplina de cultivar las letras. Olmet era un imponente grandulón con fuerzas exuberantes. Ambos triunfaron por medio de la publicación de sus libros, entre los que se contaban obras poéticas y novelas. Incluso trabajaron en el Saloncillo del Eslava como dramaturgos, donde tiempo después Vidal perpetuaría el crimen. Muchos testimonios aseguran que ambos escritores se encontraban en los camerinos discutiendo, cuando de pronto escucharon disparos. Un balazo certero en la garanta de Olmet bastó para derrumbar toda su musculatura, y murió dos horas después en el hospital. La justificación del atentado, según algunos críticos, fue que a Vidal y Planas le nació envidia ante “¡Responsables!”, la obra de su amigo que había adquirido aprecio por parte del público español, al contrario de Los gorriones del prado, obra de su autoría que fue catalogada como un fracaso. El propio Vidal asegura, por medio de La novela del momento, que fueron motivos pasionales, entre ellos un caso de adulterio, lo que originó la fragmentación de esta gran amistad.
Sir Arthur Conan Doyle y Fletcher Robinson
Otro caso tiene que ver con el creador de Sherlock Holmes, quien también fuera presa de la ambición literaria y de los celos impuestos por encima del miedo al fracaso. Toca el turno de Sir Arthur Conan Doyle, quien, paradójicamente y con respecto a la naturaleza detectivesca de sus personajes, se convirtió en el asesino de un novelista amigo suyo: Fletcher Robinson. El escritor convertido en asesino, es perseguido por sus propias fantasías, inherentes a la realidad. De esta forma, el autor británico Garrick-Steele, se encargó de investigarlo a fondo y hallar que en efecto, el gran Conan Doyle no soportó el hecho de que Fletcher Robinson opacara su figura consagrada. Un juego entre la vida y la muerte parece más bien este caso; sin embargo, hace falta saber que para ese entonces, Sherlock Holmes, el personaje más famoso de Doyle, ya había sido asesinado, pues había causado muchos dolores de cabeza, según su propio autor. El papel de Fletcher Robinson es tan importante como inaudito: a través de una petición del propio Conan Doyle, Fletcher le dio nueva vida al personaje de Sherlock Holmes, y la prueba máxima se encuentra registrado en El perro de Baskerville, pues éste y el cuento de Fletcher, “Aventura en Dartmoor”, son idénticos. Al descubrir que su reputación como el gran escritor de habla inglesa se veía comprometida, el autor tomó la decisión (junto con su esposa) de envenenar al joven Fletcher Robinson y así ser el dueño legítimo de una obra que no escribió.
Miguel Bueno Bengoechea y Ramón del Valle Inclán
Somos testigos de cómo estas discusiones han dejado huellas imborrables en sus respectivas víctimas, tal como le sucedió a Andy Warhol, quien ya no pudo recuperarse después de los impactos de bala, algo similar ocurrió entre dos buenos amigos españoles y también escritores. Miguel Bueno Bengoechea, periodista, y Ramón del Valle Inclán, dramaturgo, novelista y poeta, se encontraron en el Café Nuevo de la Montaña del Hotel de París, donde se llevaban a cabo las tertulias de la generación del 98, una ferviente discusión sobre la legitimidad de cierto duelo local, motivó un salvaje enfrentamiento. Bengoechea, al llegar casi a los golpes con Valle Inclán, logró propinarle un bastonazo en la muñeca izquierda, golpe que provocó la pérdida del brazo en 1899, pues la herida se gangrenó y tuvieron que amputarle la extremidad.
Paul Verlaine y Arthur Rimbaud
Quizá el muñecazo más famoso que se ha registrado en la literatura sea el que resultó de un enfrentamiento entre Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, en julio de 1873. Mucho se ha escrito y retomado sobre esta relación homosexual que confinó a cada uno de sus protagonistas a un rincón del infierno. Incluso, en la película Vidas al límite, de Agnieszka Holland, se cuenta detalladamente el tormentoso amor que estos dos poetas malditos sobrellevaron. Se dice que Verlaine, alcohólico, desertor y falto de carácter, al no logra reconciliarse con su esposa Mathilde Mauté, decidió regresar con su amante Arthur Rimbaud; pero éste también intentó abandonarlo. Tuvieron una fuerte discusión, si a eso se le puede llamar así, en la que cada uno, montado en su cólera, se despreció sin vacilo; sin embargo, el atormentado espíritu de Verlaine no soportó más, extrajo una pistola y acertó un balazo en la muñeca del joven de apenas 19 años. A raíz de eso, Verlaine fue enjuiciado y encarcelado. Ninguno de los dos volvió a saber del otro.
Es preciso aclarar que todos los atentados que mencionamos, terminaron con el encarcelamiento o confinamiento psiquiátrico de sus respectivos perpetradores. En el mundo de las letras no se ha sabido que acontezcan crímenes sin resolver y luego sus autores caminen tranquilos por las calles, al paso de Raskólnikov, intentando no llamar la atención. Pues, muy a la manera detectivesca de Sherlock Holmes: los culpables, tarde que temprano, volverán a la escena del crimen.