Amor y arte: estas son las parejas que permanecieron juntas compartiendo sus intereses comunes

No hay romance más contado ni mitificado que el de Diego Rivera y Frida Kahlo, dos figuras monumentales del arte mexicano del siglo XX

Amor y arte: estas son las parejas que permanecieron juntas  compartiendo sus intereses comunes

Autor: Andrés Monsalve

No hay romance más contado ni mitificado que el de Diego Rivera y Frida Kahlo, dos figuras monumentales del arte mexicano del siglo XX. Kahlo conoció a Rivera de adolescente, en 1922, cuando el pintor ejecutaba el primero de sus grandes murales, en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Preparatoria Nacional.

Sus caminos se volvieron a cruzar pocos años después, cuando Kahlo iniciaba su carrera artística. Pidió consejo a Rivera, ya un artista establecido en México, quien quedó prendado de su creatividad y su persona. Se casaron en 1929. Era el tercer matrimonio para él. Ella tenía 22 años. Fue un romance tumultuoso, violento, cargado de intensidad creativa, de admiración mutua y de infidelidades. Se divorciaron en 1939 para volver a casarse un año después. El segundo matrimonio entre el gigante muralista y la corajuda pintora expresionista fue igual de agitado. Se les conoció como «la unión de un elefante con una paloma».

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La artista conceptual japonesa Yayoi Kusama conoció a Joseph Cornell a mediados de los 60, cuando ella era una de las grandes agitadoras de la escena artística neoyorquina. A pesar de la diferencia de edad –Cornell le sacaba 26 años– ambos crearon un nexo irrompible hasta la muerte del artista estadounidense en 1972. Según Kusama, que antes tuvo un noviazgo con el artista minimalista Donald Judd, su relación con Cornell era apasionada y platónica. Era habitual que Kusama se quedara durante días en la casa de Cornell en Queens, donde ejecutaban bocetos el uno del otro. Cornell le regaló varias de sus obras para remediar la mala situación financiera de Kusama, dedicada a crear «performances» costosas y sin cuidado por su carrera artística.

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Elaine Fried quizás habría sido una de las artistas más conocidas del siglo XX si no hubiera vivido a la sombra de uno de los grandes genios del expresionismo abstracto, Willem de Kooning. Ella era una intrépida artista de 20 años cuando se conocieron en 1938; él, un pintor inmigrante ofuscado en su creación. Fue amor a primera vista y el inicio de una relación sentimental y artística intensa.

De Kooning fue además de amante, su maestro, y ella, centro de la modernidad artística del Nueva York de los 40, su principal promotora. Fue una agitadora cultural, además de pintora, profesora y articulista. Los De Kooning vivieron un matrimonio turbulento, con infidelidades y peleas frecuentes. Pero nunca se divorciaron y acabaron colaborando hasta el final de sus días. Hoy Elaine de Kooning vive un nuevo reconocimiento, con una apreciación de sus obras en el mercado del arte y exposiciones importantes, como la retrospectiva que la National Portrait Gallery de Washington organizó el año pasado.

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Lee Krasner fue una figura clave en la transición del arte figurativo a la abstracción en el EE.UU. de posguerra. Artista de gran capacidad y con profundos conocimientos teóricos, su obra quedó durante décadas cegada por la luz de su marido, Jackson Pollock, el nombre más célebre del expresionismo abstracto, al que Krasner influyó con fuerza.

Desde su residencia en los Hamptons, donde ambos fijaron sus estudios, Krasner se entregó a cuidar y organizar la creación de Pollock, un artista turbulento, alcohólico e infiel. Su muerte prematura en un accidente de tráfico dejó a Krasner encargada de su legado. Con el impulso del feminismo en los años 70, la obra de Krasner fue redescubierta y, hasta su muerte en 1984, disfrutó de un amplio reconocimiento artístico.

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La relación sentimental entre Robert Rauschenberg y Jasper Johns, dos artistas instrumentales en la reacción al expresionismo abstracto que anticipó la llegada del pop, duró seis años. Fue para ambos la relación sentimental «más seria y más intensa» de sus vidas, como explicó quien fue su amigo en aquella época, el también artista Alex Katz. Rauschenberg estuvo primero casado con Susan Weill, de la que se divorció en 1953. El matrimonio solo duró tres años.

Al final de esa relación, Rauschenberg ya mantenía un romance con otro artista, Cy Twombly. Pero su idilio con Johns fue mucho más duradero y productivo en el terreno artístico. Ambos crecieron como artistas a la vez, a ambos les colocaron la etiqueta de «neo-Dadá». Montaron exposiciones juntos y hasta fueron descubiertos a la vez por el mismo marchante de arte, según Katz. Ellos nunca hablaron de forma abierta de su romance, algo tabú incluso en el sector más progresista de la escena artística neoyorquina de finales de los años 50.

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La figura de Camille Claudel siempre ha quedado ensombrecida por Auguste Rodin. Para muchos sigue siendo hoy sólo «la amante de Rodin». Pero fue mucho más: genial e imaginativa escultora, se enfrentó a su familia y a toda una época para dedicarse a su gran vocación, la escultura, y vivir junto al gran amor de su vida, Rodin. En 1883 entró como aprendiz en su taller. Muy pronto la relación entre discípula y maestro se intensifica: en 1888 Rodin alquila un taller para trabajar exclusivamente con Camille. Los celos amorosos y artísticos fueron minando la relación. Dicen que Rodin temía que Camille le hiciera sombra y que por eso nunca la ayudó a salir adelante. Se le achaca, incluso, la locura de la joven. Ella se vio obligada a abortar. En 1898 rompieron su relación. Ella permaneció encerrada en un psiquiátrico los últimos treinta años de su vida. Murió en 1943.

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Théodora Markovic (Tours, 1907-París, 1997), hija de un croata y una francesa, se educó en Buenos Aires. Pintora y fotógrafa, se relacionó con buena parte de la intelectualidad de la época (Eluard, Brassaï, Breton…), además de ser amante de Georges Bataille. En 1936 conoció en el café Deux Magots de París a Picasso, con quien mantuvo, hasta 1943, una tormentosa relación. Él tenía 55 años; ella, 29. Dora sustituyó a Marie-Thérèse Walter como amante y musa del artista malagueño en aquellos años de amor y guerra: la retrató una treintena de veces. La dejó por Françoise Gilot, pero ella nunca le olvidó. «Después de Picasso, sólo hay Dios», decía Dora Maar. La mujer seducida y abandonada por el Minotauro, la mujer que llora en el «Guernica» (ella fue quien inmortalizó con su cámara el proceso creativo del mítico cuadro), murió sola, rodeada de sus recuerdos, en 1997.

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