Para documentarme de cara a este artículo, me tuve que meter en el sitio web Xvideos.com. Me topé con una inquietante pieza, titulada “Fucked by a young artist with his new toy”, en la que una supuesta joven artista le hacía un dinámico a un tipo disfrazado de oso Panda. Hipnotizado por las imágenes, tuve visiones: lo que el video estaba mostrando era una sutil y lubricada alegoría sobre el arte chileno. El actor porno disfrazado de Panda, es el sector privado oculto tras el sector público.
Antes de ponernos manos a la obra, unas premisas necesarias; hay que desear que al sector privado asociado a la cultura le vaya bien, ojalá multipliquen sus beneficios. Que la feria de arte sea cada año más potente, que cada vez surjan más galerías de arte privadas, que sea más sencillo, para un artista chileno, lograr un buen contrato con una empresa privada para que se pueda ganar la vida con la venta de sus trabajos. Que haya más coleccionistas, más auspiciadores de proyectos artísticos, y, en definitiva, un mercado de arte con un mayor volumen de negocio. Ahora. El arte no es únicamente negocio, es también conocimiento no sujeto a la lógica de la oferta y la demanda. Y por ser más concreto: El dinero público no debe inmiscuirse en transacciones privadas. ¿Qué clase de empresarios tendremos si da igual cómo gestionan sus bienes, ya que obtendrán una subvención estatal?
El arte en Chile no es ni privado ni público. Es otra cosa. Es Príblico. Pongo unos ejemplos:
1.– Las subvenciones públicas (como Fondart o Ventanilla abierta) financian a una galería de arte privada para que acuda a una feria internacional de arte. Es decir, el dinero público se destina a un negocio privado, cuyo objetivo es ganar plata con la venta de obras de arte, para que vaya al extranjero a poder sacar beneficios económicos.
2.- Patrocinio del Estado a la feria de arte. En otras palabras, recursos públicos que financian un negocio privado cuya misión primordial es que galerías de arte, nacionales y extranjeras, ganen dinero. El Estado podría vigilar, al menos, si las ventas de las galerías en la feria se hacen en dinero negro.
3.- Financiamiento fiscal a universidades privadas con facultades de arte. La Universidad Católica, por ejemplo, obtiene financiamiento fiscal estatal. Una universidad donde, por ejemplo, se organizó un seminario en el que se explicaban terapias para “curar” la homosexualidad.
4.- Acuerdos entre entes públicos y privados para poner en valor colecciones públicas y privadas. Un caso reciente, el concurso curatorial convocado entre la Galería Gabriela Mistral (galería pública con una colección de arte del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, es decir, pública) y el MAVI, Museo de Artes Visuales (museo privado con colección privada). Al final, un acuerdo con una institución con fondos públicos sirve para activar una colección de arte particular.
5.- Fondos públicos destinados a financiar infraestructura cultural privada, patrimonio privado o empresas privadas, como las concedidas en los recientes resultados del Fondart. Con dinero público se ayudan negocios particulares. O proyectos estelares públicos mal concebidos, como el GAM, que ahora se tiene que financiar a través de cesión de espacios a tiendas de ropa o arriendos de salas. Igual ocurre en el Centro Cultural del Palacio de la Moneda.
6.- Puertas giratorias. Políticos asociados al sector cultural que cuando finalizan su labor acaban asesorando o trabajando en empresas privadas con intereses en dicha área. El intercambio de favores bajo mesa es una tentación en la que han caído, y siguen cayendo, muchos.
Y en fin, muchos más casos que tienen un primer antecedente en la Ley Valdés (Ley de Donaciones Culturales, aprobada en 1990). En una entrevista publicada en el 2009 (www.nuestro.cl), el impulsor de la ley, el senador Gabriel Valdés, afirmaba: “Yo traje de Estados Unidos el ejemplo de las donaciones culturales, porque allá todo funciona en base a los privados. Rockefeller es el principal exponente de esto. Yo fui miembro del directorio de la Fundación Rockefeller.” Da miedo, y mucho, meterse a investigar en los intereses de los Rockefeller en el arte chileno.
Solo conociendo y analizando el origen entenderemos este actual modelo príblico, porqué parece que se considera que el apoyo a la cultura de un país no es un asunto de Estado, sino del gobierno de turno, porqué no le interesa a los poderes púbicos la formación de un ciudadano culto o con conciencia crítica, porqué cuando un empresario privado comete un delito salen en su defensa varios políticos, o porqué el Ministro de Cultura Ernesto Ottone manda un “cariñoso saludo” en videoconferencia en una premiación a artistas en la Sala de Arte de la CCU.
Y ustedes se preguntarán. ¿Qué importancia tiene que el Estado apoye a empresas privadas en el arte? Las consecuencias son, entre otras, la perversión del apoyo al artista (se verá beneficiado el creador de obras decorativas y/o comerciales, en lugar de artistas críticos), y el abandono al espectador que aún crea que el arte puede ser un ejercicio comprometido o que genere reflexiones frente a los poderes fácticos. El sistema de financiación chileno favorece el apoyo con dinero público a particulares (que, usualmente, son empresas gestionadas por familias acaudaladas), desfavoreciendo a profesionales con menos recursos y por tanto, en una situación de mayor necesidad.
Y así, el sector privado, el pene del actor, aparece al fin entre los mullidos pelos del Panda. Y penetra a la joven y sexy metáfora del artista chileno. Hay quien se abre de piernas.
Por Juan José Santos/ crítico y curador